Название: Nadie es ilegal
Автор: Mike Davis
Издательство: Ingram
Жанр: Социология
isbn: 9781608460595
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Los funcionarios demócratas electos que sobrevivieron a la deportación fueron obligados a dimitir y reemplazados en la siguiente elección por candidatos avalados por Coleman, el dictador temporal de la ciudad, y por los vigilantes. El llamado “Partido del Pueblo” del segundo Comité de Vigilancia, pronto se unió al nuevo Partido Republicano y gobernó en San Francisco hasta 1867. La destrucción de su maquinaria política urbana, sin embargo, tuvo el irónico resultado de reconcentrar las ambiciones de Broderick en la política, y fue rápidamente elegido para la legislatura en el Senado de EE.UU. (El senador Broderick, demócrata de Tierra Libre, fue asesinado en un famoso duelo en 1859 con David Ferry, jefe de la Corte Suprema de Justicia de California, un rabioso partidario de la esclavitud.)
Uno de los oponentes contemporáneos de los vigilantes, William Tecumseh Sherman (entonces banquero de San Francisco), señaló que “como ellos controlaban la prensa, escribían sus propias historias”. De hecho, El Comité de Vigilancia de San Francisco fue exaltado por el filósofo Josiah Royce (en su libro California, de 1886) y el historiador Humbert Howe Bancroft (en su libro Popular Tribunals, de 1887) como parangón de libertad y virtud cívica. La imagen del heroico vigilante burgués que episódicamente sostiene su revolver para restaurar la ley y el orden en una sociedad invadida de inmigrantes criminales y políticos corruptos se convertiría en un mito permanente en California, inspirando a liberales anti-asiáticos entre los años 1910 y 1920 y a nativistas suburbanos de comienzos del siglo veintiuno.
1. John Boessenecker, Gold Dust and Gunsmoke (Nueva York: John Wiley, 1999), p. 113.
2. Cormac McCarthy, Blood Meridian, or, The Evening Redness in the West (Nueva York: Random House, 1985). Ver la importante discusión de Neil Campbell, “Liberty beyond Its Proper Bounds; Cormac McCarthy’s History of the West en Blood Meridian”, en Rick Wallach, ed., Myth, Legend, Dust (Nueva York: Manchester University Press, 2000).
3. Richard Street, Beasts of the Field (Stanford, CA: Stanford University Press, 2004), p. 148.
4. Citado en James Rawls y Walton Bean, California: An Interpretative History (Boston: McGraw-Hill, 2003), p. 153.
5. Kevin Starr, California: A History (Nueva York: Modern Library, 2005), pp. 86-87.
6. Leonard Pitt, “‘Greasers’ in the Diggings”, en Roger Daniels y Spencer Olin, eds., Racism in California: A Reader in the History of Oppression (Nueva York: Macmillan, 1972), pp. 195-97.
7. Boessenecker, Gold Dust, pp. 68-69.
8. Ibíd., p. 130. Boessenecker, un defensor de la versión inglesa de esos eventos, es dogmático en relación a Flores, Daniels y el resto, caracterizándolos de “ladrones y no patriotas” (p. 133).
9. Ibíd., p. 131.
10. Arthur Quinn, Rivals: William Gwin, David Broderick, and the Birth of California (Nueva York: Crown Publishers, 1994), p. 108.
11. Robert Senkewicz, Vigilantes in Gold Rush San Francisco (Stanford, CA: Stanford University Press, 1985), p. 80.
12. Ibíd., pp. 172-73.
Para un norteamericano, la muerte es preferible a vivir junto a un chino.
Dennos Kearney (1877)1
El Times de Londres fue, por supuesto, el periódico de más ventas en el siglo diecinueve, y el primer artículo indexado en “Los Ángeles” es “La Masacre China, 24 de octubre de 1871”. Como consecuencia de la muerte de un sheriff (como en el caso de Juan Flores) una pandilla de vigilantes compuesta de quinientos ingleses se abalanzaron sobre “la calle de los negros” (actualmente cerca de Union Station) masacrando a todo tipo de hombres chinos. El número oficial de víctimas fue diecinueve (casi el 10% de la población china local), pero observadores del incidente piensan que fue un número mucho mayor. En una reflexión moderna del acontecimiento, el historiador William Locklear comenta que las dos décadas de vigilantismo inglés y de odio racial en Los Ángeles propició “la tierra fértil” para la peor de las matanzas (sin considerar las masacres de indios) ocurrida en la historia de California2.
Los chinos (que en 1860 eran la quinta parte de la fuerza laboral del Estado) fueron frecuentemente víctimas en la época de la fiebre del oro –trabajando en condiciones degradantes– pero la persecución de forma sistemática comenzó con la depresión económica regional, entre 1869 y 1870. En la dilatada depresión de la década de 1870, los chinos fueron los chivos expiatorios del desintegrado sueño californiano, cuando las esperanzas utópicas de los primeros años fracasaron contra las realidades del poder económico concentrado, la escasez de tierras de cultivo, los bajos salarios y el desempleo incontrolado. Si durante los primeros años de 1850 los yacimientos de oro constituían una democracia de productores, donde los hombres blancos de diferentes clases sociales trabajaban codo con codo, ya a finales de la década el monopolio se afincó firmemente en la tierra, los comercios y la minería.
El surgimiento del Ferrocarril Pacífico Central (anteriormente Pacífico Sur) y el equipo de capitalistas que lo dirigían, “Los cuatro grandes”, durante los años 1860, establecieron señoríos semifeudales sobre las ruinas de la igualdad jacksoniana; mientras tanto, la larga crisis económica arruinaba a miles de pequeños agricultores, cocheros autónomos, jóvenes profesionales ambiciosos y empresarios diversos. Su histeria pequeñoburguesa se convirtió en alucinante furia contra la “amenaza amarilla”, que demagogos como Dennis Kearney (antiguo marinero convertido en próspero hombre de negocios) esparcieron a través de los movimientos obreros de San Francisco y California, convirtiéndose en una obsesión incurable durante los siguientes cincuenta años.
En Indispensable Enemy, un crudo y revolucionario análisis de la “falsa conciencia” que padece la clase obrera, Alexander Saxton explica cómo el populismo excluyente anti-asiático, enraizado en las contradicciones de la ideología productora jacksoniana, se atribuía el universo moral de la fuerza laboral californiana. En lugar de hacer causa común con los trabajadores chinos, el Sindicato de Trabajadores de Kearney en San Francisco, y su rama, el Partido de los Trabajadores de California, gritaban “¡Los chinos tienen que irse!” y demandaban la abrogación del Tratado de Burlingame de 1868 que había normalizado la migración china hacia los Estados Unidos. Las enormes procesiones con fogatas terminaban en alborotos y en la destrucción de los negocios chinos. Kearney y otros líderes trabajadores atribuyeron la crisis económica a una conspiración de “culíes” y monopolistas, cuyo objetivo final no era otro que destruir la república blanca norteamericana3.
De hecho, en su novela The Last Days of the Republic (1880), el partidario de Kearney, Pierton Dooner, describe cómo los desesperados intentos de los trabajadores blancos de San Francisco para masacrar a los chinos fueron frustrados por la milicia capitalista, conduciendo a la liberación de los chinos y en un final a su conquista de Norteamérica. “El Templo de la Libertad se ha derrumbado; y encima de sus ruinas se levantó la colosal estructura de esplendor barbárico conocida como el imperio occidental de su augusta majestad, el Emperador СКАЧАТЬ