Название: Nadie es ilegal
Автор: Mike Davis
Издательство: Ingram
Жанр: Социология
isbn: 9781608460595
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Los vigilantes mataron a dos hombres, uno de ellos el representante local del cónsul general mexicano, e hirieron gravemente a otros ocho manifestantes, incluso a una mujer mayor. Un periodista de San Francisco informó de que el salvaje tiroteo destrozó las banderas norteamericanas que colgaban en las oficinas del sindicato. Casi simultáneamente, en Arvin, sesenta millas al sur, otra banda de vigilantes agricultores abrió fuego contra un grupo de manifestantes matando a uno e hiriendo a varios. Aunque los trabajadores retornaron desafiantemente a la huelga, los agricultores amenazaron con expulsar a sus familiares del campamento de la huelga cerca de Corcoran. Enfrentando aún más violencia de todo tipo, los huelguistas cedierona regañadientes a las presiones federales y del Estado y aceptaron un aumento de salario en lugar del reconocimiento de su sindicato.
Al año siguiente, mientras la atención pública se encontraba fascinada con la épica huelga general de San Francisco, los agricultores vigilantes y los sheriffs locales violaron la constitución en los campos de California e impusieron lo que los “new dealers” y los comunistas denunciarían como “fascismo agrícola”. Uno de los sitios más tenebrosos fue Imperial Valley –el más cercano análogo racial y social de Mississippi– donde sucesivas huelgas en los cultivos de lechuga, guisantes y melón durante 1933 y 1934 fueron disueltas con absoluto terror, incluso con arrestos masivos, decretos anti-huelgas, desalojos, palizas, secuestros, deportaciones e intentos de linchamiento contra los abogados de los huelguistas.
Aunque los trabajadores urbanos guiados por los sindicatos del nuevo Congreso de Organizaciones Industriales (CIO) derrocaron exitosamente a las “open shop” (empresas que emplean a trabajadores que no son miembros de un sindicato) en San Francisco y Los Ángeles, los trabajadores agrícolas de California –llámese María Morales o Tom Joad– fueron aterrorizados por diputados fanáticos y pandillas furiosas. Las amargas memorias de esos sucesos brutales están urdidas en las novelas de John Steinbeck In Dubious Battle y Grapes of Wrath, así como en el evocador “Vigilante Man” de Woody Guthrie:
¿Oh, por qué el vigilante,
por qué el vigilante
lleva esa escopeta recortada en sus manos?
¿Pretende acabar con sus hermanas y hermanos?
Pero dicho vigilante no fue sólo esa figura siniestra de la década de la depresión: como explicaré en esta historia resumida; el vigilante vertió una sombra permanente sobre California desde la década de 1850 en adelante. De hecho, el vigilantismo –la coerción y la violencia de clase, racial y étnica, enmascarada en una apariencia semipopulista para apelar a las altas autoridades– ha jugado un papel mucho más importante en la historia del Estado del que se conoce. Un amplio arco iris de grupos minoritarios, incluso nativos norteamericanos, irlandeses, chinos, punjabíes, japoneses, filipinos, okies, afroamericanos y (persistentemente en cada generación) mexicanos, así como sindicalistas del comercio y radicales de varias denominaciones, fueron víctimas de la represión de los vigilantes.
La violencia privada organizada en conjunto, violando las leyes locales, ha configurado el sistema de castas raciales de la agricultura en California, derrotando a movimientos radicales de trabajadores como IWW, y manteniendo el New Deal (Nuevo Acuerdo: política económica aplicada entre 1933 y 1940 por la administración del presidente Roosevelt) fuera de los condados agrícolas del Estado. También ha instado innumerables leyes reaccionarias y ha reforzado la segregación legal y de facto. Por otro lado, el vigilante no es una curiosidad de un pasado maléfico sino un personaje patológico que experimenta en la actualidad un dramático resurgimiento al tener que enfrentar, los anglo-californianos, el declinar demográfico y la evidente erosión de sus privilegios raciales.
En la actualidad, los armados y camuflados “Minutemen”, en sus diversas formas, instigando las confrontaciones en la frontera, o (vestidos de civiles) hostigando a los jornaleros frente a los Home Depots (grandes almacenes comerciales) suburbanos, son la última encarnación de esa vieja personalidad. Su infantil forma de pavonearse contrasta quizá de forma jocosa con la autentica amenaza fascista de Granjeros Asociados y otros grupos de la época de la depresión, pero sería tonto ignorar su impacto.
Así como los agricultores vigilantes de la década de 1930 lograron militarizar la California rural para enfrentar los movimientos laborales, los “minutemen” ayudan a radicalizar el debate dentro del Partido Republicano respecto a la inmigración y la raza, contribuyendo al completo retroceso nativista contra la propuesta de la administración Bush de un nuevo Programa Bracero. Los candidatos en las elecciones republicanas de California del Sur compiten ahora unos contra otros por los favores de los líderes de Minutemen. Estos neo-vigilantes, armados y conocedores de los medios, que amenazan con reforzar las fronteras, ayudan también a la cada vez más exitosa campaña de transformar las leyes locales en políticas de inmigración. Y como diría un verdadero dialéctico, lo que comienza como una farsa se convierte en algo mucho más desagradable y peligroso.
1. Carey McWilliams, North from Mexico (Philadelphia: J. B. Lippincott Co., 1948), p. 175. Ver también Devra Weber, Dark Sweat, White Gold: California Farm Workers, Cotton, and the New Deal (Berkeley: University of California Press, 1994), pp. 97-98.
2. Cletus Daniel, “Labor Radicalism in Pacific Coast Agriculture” (PhD diss., University of Washington, 1972), p. 224.
Pinkertons, klansmen y vigilantes
Los norteamericanos son los responsables de desarrollar el vigilantismo, la expresión consumada de la violencia tradicionalista.
Robert Ingalls1
Antes de echar una mirada a la carrera del vigilantismo en California, resulta útil localizar su posición dentro de la larga historia de violencia racial y clasista norteamericana. El eminente historiador Philip Taft una vez opinó que Estados Unidos “tiene la más sangrienta y violenta historia laboral de todas las naciones industrializadas”. Si dejamos de lado las guerras civiles y las revoluciones europeas, Taft probablemente esté en lo cierto: los trabajadores norteamericanos han enfrentado por parte del Estado y los empresarios una violencia crónica a la que ellos frecuentemente han respondido. Robert Goldstein, en su estudio enciclopédico de la represión política en los Estados Unidos, estima que alrededor de setecientos huelguistas y manifestantes fueron asesinados por la policía o por tropas entre 1870 y 19372.
En contraste con las sociedades de Europa occidental, más hacia el centro desde un punto de vista político, la peor violencia (como las masacres de Ludlow y Republic Steel) ha provenido de la policía y de las milicias locales. Pero lo que en realidad demarca a Estados Unidos no es la escala o la frecuencia de la represión de Estado sino la extraordinaria centralización de la violencia privada institucionalizada que reproduce el orden racial y social. Ninguna sociedad europea toleró tan enorme y casi permanente esfera de actividad represiva y justicia sumaria por actores no gubernamentales3. Por otro lado, ninguna sociedad europea compartió la reciente experiencia norteamericana de violencia genocida en la frontera –frecuentemente organizada por pandillas y grupos informales– contra los nativos СКАЧАТЬ