Название: Nadie es ilegal
Автор: Mike Davis
Издательство: Ingram
Жанр: Социология
isbn: 9781608460595
isbn:
La primera prueba de fuerza a gran escala entre el IWW (organizado en 1905) y los vigilantes ocurrió en Fresno en 1910 y en San Diego en 1912. El Local 66 en Fresno, al igual que otras ramas de IWW, usaban los mítines en las calles del centro para dramatizar su presencia y predicaban el credo por un gran sindicato a los trabajadores locales (“guardianes del hogar” en la forma de hablar de los wobblies) y a los trabajadores de la construcción o agrícolas emigrantes que constantemente afluían a la ciudad de San Joaquín Valley. En un año organizaron a los trabajadores mexicanos en un embalse cercano y dirigieron en una huelga a un grupo de trabajadores de los ferrocarriles de San José. Los empleadores, alarmados, presionaron al jefe de la policía para que impidiera los discursos de Local 66 y encarcelara a sus organizadores. Frank Little, el tuerto, héroe medio indio de una anterior batalla de IWW en Spokane, Washington, llegó a Fresno para encabezar la lucha. Little y los wobblies desafiaron la prohibición y atiborraron la cárcel de la localidad con montones de trabajadores. Cuando los terratenientes los expulsaron de sus centros de reunión en los barrios marginales, ellos erigieron una gran carpa en un terreno alquilado a un simpatizante y llamaron a todos los miembros de IWW en el Oeste a tomar el próximo tren de carga a Fresno. Padeciendo la inundación de su cárcel por radicales de otras ciudades, el jefe de la policía, como explica Philip Foner en su historia del IWW, delegó en los vigilantes:
El 9 de diciembre, una pandilla de 1.000 vigilantes atacó y golpeó severamente a hombres de IWW que pretendían pronunciarse en las calles, luego avanzaron a la carpa principal de esta organización y quemaron el campamento y todos los suministros, marcharon a la cárcel del condado y amenazaron con entrar en la cárcel y linchar a los wobblies prisioneros. La turba estaba alentada por una declaración del jefe de la policía Shaw de que “si los ciudadanos deseaban actuar, ellos no se lo impedirían”. La declaración de Shaw surgió al descubrir que la ciudad de Fresno no tenía un decreto que prohibiera pronunciarse en las calles y que las acciones de la policía no tenían ninguna autoridad2.
Ante el asombro de los vigilantes y la policía, los wobblies, endurecidos por el coraje calmado de Frank Little, se negaron a abandonar la lucha. Los 150 prisioneros en la cárcel de Fresno se mantuvieron durante semanas enfrentando el régimen sádico de golpes, chorros de agua con mangueras y dietas de agua y pan. Con nuevos “ejércitos” de cientos de voluntarios de IWW que se unían a la lucha, provenientes de todos los confines de California y el noroeste, las autoridades de Fresno de mala gana anularon la prohibición y permitieron que se hablara libremente en las calles.
Si bien Fresno fue una victoria inspiradora para IWW, la amarga experiencia en San Diego en 1912 anunció con antelación la despiadada represión que los wobblies y otros radicales californianos enfrentarían de 1917 en adelante. En San Diego, el coraje de los luchadores de IWW por la libre expresión colisionó con una pared de granito erigida por dos de los mayores saqueadores de California: el General Harrison Gray Otis, propietario de Los Ángeles Times y arquitecto de la open shop, y John D. Spreckels, editor del San Diego Union y el Tribune y dueño de casi todas las cosas de valor en la ciudad de San Diego.
Desde el bombardeo del Times por sindicalistas de AFL en 1910, Otis influyó sobre los capitalistas asociados en la costa del Pacífico para militarizar la relaciones industriales locales en todas las líneas de la Asociación de Fabricantes y Comerciantes de Los Ángeles (M&M), de la cual era fundador. Otis, uno de los más rabiosos aborrecedores de los sindicatos en la historia de Norteamérica, defendía una “libertad industrial” (eslogan que encabezaba el Times) que no dejaba espacio para tribunas, protestas o sindicatos. En diciembre de 1911, se reunió confidencialmente con los líderes de negocios en San Diego en el U.S. Grant Hotel, exhortándolos a aplastar el IWW por medio de la adopción de la draconiana prohibición a la libre expresión en las calles y a las huelgas. El principal capitalista de la ciudad, John D. Spreckels, necesitó poco convencimiento. Sus periódicos habían estado asediando insistentemente a los wobblies desde que éstos participaron en una breve invasión revolucionaria de Baja California en 1911 (apoyando al anarquista Partido Liberal de Ricardo Flores Magon), y más recientemente había sido ultrajado al descubrir que el Local 13 del IWW de San Diego trató de organizar a los empleados de su tranvía. Aunque había poco amor entre los editores rivales, Spreckels apoyó el exterminio de IWW y rápidamente indujo al concejo de la ciudad y al resto de los negociantes hacia el mismo punto de vista.
Como en Fresno, la lucha por la libre expresión comenzó de forma desigual en febrero de 1912, con represiones, arrestos masivos, chorros de agua y condiciones brutales de encarcelamiento, mientras el periódico de Spreckels diseminaba la hiel mortífera:
La horca es muy buena para ellos (editorializa el San Diego Tribune) y se merecen algo peor; porque son absolutamente inútiles para la economía humana; son escorias de la creación y deben ser echados en la alcantarilla para que se pudran al igual que los excrementos3.
El Tribune recomendaba encarcelar a los miembros de IWW, mientras el más moderado Union se contentaba con apoyar las palizas y deportaciones. Entretanto, cientos de wobblies, con una temeridad y valentía que enfurecía a sus perseguidores, continuaron llegando a “Spreckelstown” en carros de carga o a pie. Esta vez, sin embargo, descubrieron que los vigilantes harían un show prolongado. Con un reportero del Union entre los cabecillas identificados, una fuerza armada de varios cientos de vigilantes, algunos de ellos obviamente secundados por sus empleadores, mantuvieron un régimen de terror sin precedentes durante más de tres meses. Un contingente actuaba como patrulla fronteriza temporal, acampando en la frontera del condado San Onofre para interceptar a wobblies del sur; otra banda trabajaba con el brutal jefe de policía Wilson aterrorizando a los prisioneros, llevándolos en ocasiones al Desierto Imperial donde eran golpeados y abandonados a los cactus y las serpientes de cascabel4.
Un miembro de IWW, pateado despiadadamente en los testículos por los carceleros, murió debido a las lesiones, y los dolientes en la procesión del funeral fueron apaleados también. Muchos otros luchadores por la libertad de expresión fueron mutilados y otros salvajemente golpeados. Al Tucker, un mordaz miembro proveniente de Victorville, envió al secretario del tesoro de IWW, Vincent St. John, una narración del tratamiento de rutina aplicado por el comité de recepción de los vigilantes:
Eran cerca de la 1 a. m. El tren disminuyó la velocidad y nos vimos entre dos filas de casi 400 hombres armados hasta los dientes con rifles, pistolas y garrotes de todo tipo. La luna brillaba débilmente a través de las nubes y pude ver picos, hachas, rallos de ruedas de vagón y todo tipo de artefactos balanceándose en las muñecas de todos ellos mientras nos apuntaban con los rifles… nos ordenaron descender y nos negamos. Entonces rodearon el carro donde estábamos y comenzaron a aporrearnos y a arrastrarnos por los calcañales, de modo que en menos de media hora nos bajaron del tren y magullados y ensangrentados fuimos puestos en fila y marchamos hacia el corral de ganado… entonces seleccionaron a un hombre que ellos suponían que era el líder y le dieron una paliza extra. Varios hombres fueron llevados inconscientes y pensé que había algunos muertos; luego hubo algunos de ellos de los cuales no oí hablar más. Todos los vigilantes llevaban puestas insignias y pañuelos blancos en el brazo derecho. Todos estaban bebidos y estuvieron gritando y maldiciendo toda la noche. En la mañana nos tomaron en grupos de cuatro o cinco y nos llevaron hasta el límite del condado… donde fuimos obligados a besar la bandera y luego un grupo de 106 hombres nos golpearon tan fuerte como pudieron. Le quebraron la pierna a uno y todos quedamos apaleados y sangrando por las heridas5.
Kevin Starr escribió СКАЧАТЬ