Medianoche absoluta. Clive Barker
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Название: Medianoche absoluta

Автор: Clive Barker

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Abarat

isbn: 9788417525903

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СКАЧАТЬ —contestó.

      —Bueno, ¿no lo sabes? Dínoslo tú. ¿Es así?

      —No encuentro… ninguna razón en mi mente, si es eso a lo que te refieres —dijo Candy—. Creo que a lo mejor estoy aquí solo porque dio la casualidad de que estaba en el sitio equivocado en el momento equivocado.

      «Buen trabajo», dijo Boa. «Ahora no saben qué pensar».

      El análisis de Boa parecía correcto. Había muchos ceños fruncidos y miradas desconcertadas alrededor de la mesa del Consejo. Pero Candy no se había librado todavía.

      —Cambiemos de tema —dijo Nyritta.

      —¿Para hablar de qué? —preguntó Helio Fatha.

      —¿Qué tal de Christopher Carroña? —le dijo Nyritta a Candy—. Tuviste algún tipo de relación con él. ¿No es así?

      —Bueno, intentó que me asesinaran, si eso es a lo que te refieres con «relación».

      —No, no, no. Tu enemiga era Mater Motley. Lo que tenías con Carroña era otra cosa. Admítelo.

      —¿Como qué? —dijo Candy.

      Ahora necesitaba mentir y lo sabía. Lo cierto es que sí era consciente de por qué Carroña se había sentido atraído por ella, pero no iba a dejar que los Consejeros lo supieran. No hasta que ella misma supiera más. Así que dijo que era un misterio para ella; un misterio que casi le había costado la vida, como aprovechó para recordarles.

      —Bueno, sobreviviste para contar la historia —remarcó Nyritta, derrochando sarcasmo.

      —Entonces, ¿por qué no lo cuentas, en lugar de divagar de una cosa a la siguiente sin explicar nada en absoluto? —dijo Helio Fatha.

      —No tengo nada que contar —contestó Candy.

      —Hay leyes que defienden Abarat de los de tu especie. Lo sabes, ¿verdad?

      —¿Qué vais a hacer? ¿Ejecutarme? —dijo Candy—. Oh, no pongáis esa cara de sorpresa. No sois ángeles. Sí, probablemente tuvierais buenas razones para protegeros de los de mi especie, pero ninguna especie es perfecta. Ni siquiera los abaratianos.

      «Boa tenía razón», pensó Candy. Eran una panda de abusones. Igual que su padre. Igual que todos los demás. Y cuanto más la intimidaban, más decidida estaba ella a no darles ninguna respuesta.

      —No puedo obligaros a que me creáis. Podéis interrogarme todo cuánto queráis, pero os seguiréis encontrando con la misma respuesta: ¡yo no sé nada!

      Helio Fatha resopló con desdén.

      —Ah, ¡dejadla marchar! —dijo—. Esto es una pérdida de tiempo.

      —Pero tiene poderes, Fatha. La vieron haciendo uso de ellos.

      —¿Y qué si los leyó en un libro? ¿No estuvo con el idiota de Wolfswinkel durante un tiempo? Sea lo que sea lo que ha aprendido, lo olvidará. La humanidad no puede retener los misterios.

      Hubo un silencio largo e irritado. Finalmente, Candy dijo:

      —¿Puedo irme?

      —No —dijo el representante con el rostro de piedra de Efreet—. No hemos terminado con nuestras preguntas.

      —Deja que se vaya, Zuprek —dijo Jimothi.

      —Neabas todavía tiene algo que decir —respondió el efreetiano.

      —Pues adelante.

      Neabas habló como un caracol deslizándose por el filo de un cuchillo. Su aspecto era como el de una telaraña irisada.

      —Todos sabemos que siente algún afecto por la criatura, aunque el motivo nos sea incomprensible. Es obvio que nos está ocultando mucha información. Si por mí fuera, llamaría a Yeddik Magash…

      —¿A un torturador? —dijo Jimothi.

      —No. Simplemente es alguien que sabe obtener la verdad cuando, como ocurre ahora, se oculta a propósito. Pero no espero que este Consejo autorice dicha elección. Sois todos demasiado blandos. Elegiréis la piel en lugar de la piedra y al final todos sufriremos por ello.

      —¿De verdad tenéis alguna pregunta para la chica? —preguntó Yobias Thim con cansancio—. Se me han consumido todas las velas y no tengo más aquí conmigo.

      —Sí, Thim. Tengo una pregunta —dijo Zuprek.

      —Entonces, por el amor de Lou, pregunta.

      Las esquirlas de Zuprek observaron fijamente a Candy.

      —Quiero saber cuándo fue la última vez que estuviste en compañía de Christopher Carroña —dijo.

      «No digas nada», le dijo Boa.

      «¿Por qué no pueden saberlo?», pensó Candy y, sin esperar ningún otro argumento por parte de Boa, respondió a Zuprek.

      —Lo encontré en la habitación de mis padres.

      —¿Eso fue en el Más Allá?

      —Sí, claro. Ni mi padre ni mi madre han estado en Abarat. Nadie de mi familia ha estado nunca.

      —Bueno, eso es una especie de consuelo, supongo —dijo Zuprek—. Al menos no tendremos que lidiar con una invasión de Quackenbush.

      Su humor sarcástico obtuvo unas cuantas risitas por parte de las almas compasivas que había en la mesa: Nyritta Maku, Skippelwit y uno o dos más. Pero Neabas seguía teniendo más preguntas y se puso mortalmente serio.

      —¿Cuál era el estado de Carroña? —quiso saber.

      —Estaba muy malherido. Pensé que iba a morir.

      —¿Pero no se murió?

      —En la cama no, no.

      —¿Insinúas que fue en otro sitio cercano?

      —Solo sé lo que vi.

      —¿Y qué viste?

      —Pues… la ventana se abrió de golpe y entró un montón de agua que se lo llevó. Esa fue la última vez que lo vi: cuando se hundió entre las aguas oscuras y desapareció.

      —¿Estás satisfecho, Neabas? —dijo Jimothi.

      —Casi —fue la respuesta—. Simplemente dinos, sin mentiras ni medias verdades, ¿cuál crees que es la auténtica razón por la que Carroña se interesó por ti?

      —Ya lo he dicho: no lo sé.

      —Ella tiene razón —Jimothi se dirigió a sus compañeros del Consejo—. Ahora estamos dando vueltas en círculos. Yo digo que ya es suficiente.

      —Tengo que darte la razón —observó Skippelwit—. Aunque yo, como Neabas, añoro los buenos tiempos СКАЧАТЬ