Medianoche absoluta. Clive Barker
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Название: Medianoche absoluta

Автор: Clive Barker

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Abarat

isbn: 9788417525903

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СКАЧАТЬ y mostró dos impresionantes hileras de dientes afilados. El pez, para gran sorpresa de Candy, emitió un chillido agudo que se apagó en el instante en el que su depredador le arrancó la cabeza. La chica no quería mostrar repulsión por lo que probablemente fuera algo perfectamente natural para el piloto, así que se puso a observar de nuevo los extraños recuerdos de Chickentown que seguían flotando, hasta que la pequeña embarcación les introdujo finalmente en el ajetreado puerto de Yeba Día Sombrío.

      Capítulo 2

      El Consejo habla

      Candy había esperado que la convocaran en la Sala del Consejo, que los Consejeros la interrogaran sobre lo que había visto y experimentado y que después la dejaran irse para reunirse de nuevo con sus amigos. Pero, tan pronto como se presentó ante el Consejo, pareció evidente que, de los once individuos allí reunidos, no todos pensaban que Candy era una víctima inocente de los acontecimientos desastrosos causantes de tanta destrucción, sino que debía pactarse alguna clase de castigo.

      Una de las acusadoras de Candy, una mujer llamada Nyritta Maku, originaria de Huffaker, fue la primera en expresar su opinión y lo hizo sin edulcorarla ni lo más mínimo.

      —Está muy claro que, por razones que solo tú conoces —dijo; su cráneo de piel azul se extendía hasta formar una serie de subcráneos de hueso blando y con un tamaño más pequeño que colgaban como una cola—, viniste a Abarat sin que nadie de esta sala te invitara, con la intención de causar problemas. Y así fue de inmediato: liberaste a un geshrat del servicio de un mago encarcelado sin tener ninguna autoridad para ello; despertaste la furia de Mater Motley, lo que por sí solo merecería una dura sentencia; y hay cosas peores. Ya hemos escuchado testimonios. Parece que tienes la arrogancia de pensar que interpretarás un papel importante en el futuro de nuestras islas.

      —Yo no vine aquí deliberadamente, si es a eso a lo que te refieres.

      —¿No has hecho semejante afirmación?

      —Esto es un accidente. Que yo esté aquí es un accidente.

      —Responde a la pregunta.

      —Si tuviera que hacer una suposición aventurada, diría que es lo que intenta hacer, Nyritta —dijo el representante del Presente. Era una espiral de cálida luz moteada en medio de la cual flotaban semillas de amapola de oro blanco—. Dale la oportunidad de que encuentre las palabras.

      —Oh, de verdad que te encantan las causas perdidas, Keemi.

      —No estoy perdida —dijo Candy—. Sé manejarme bastante bien.

      —¿Y cómo es eso? —preguntó un tercer miembro del Consejo; su rostro era una flor de cuatro pétalos con ocho ojos y una boca brillante en el centro—. No solo te manejas bien por las islas, sino que también sabes mucho sobre el Abarataraba.

      —Solo he escuchado historias de aquí y de allá.

      —¡Historias! —dijo Yobias Thim, que llevaba una fila de velas alrededor del ala de su sombrero—. Uno no aprende a manejar a Feits y Wantons solo escuchando historias. Creo que lo que ocurrió con Motley y Carroña y tus conocimientos del Abarataraba forman parte de un mismo asunto muy sospechoso.

      —Dejadlo estar —dijo Keemi—. No la hemos hecho venir a Okizor para interrogarla sobre por qué conoce el Abarataraba.

      Miró a los Consejeros de su alrededor: no había dos que compartieran la misma fisionomía. El representante de Gorro de Orlando tenía una brillante cresta de gallo con plumas coloradas y turquesas que se alzaban orgullosas en medio de su agitación, mientras que el rostro del representante de Soma Pluma, Helio Fatha, oscilaba como si mirase fijamente a través de una nube de calor. La cara iluminada del Consejero de las Seis de la Mañana estaba cubierta con la promesa de un nuevo día.

      —Vale, es verdad. Sé algunas… cosas —admitió Candy—. Empezó en el faro cuando descubrí cómo invocar al Izabella. No estoy diciendo que no pudiera hacerlo, porque pude. Es solo que no sé cómo lo hice. ¿Acaso importa?

      —Si este Consejo piensa que importa —gruñó el semblante de piedra originario de Efreet—, entonces importa. Y todo lo demás debería serte indiferente hasta que la pregunta se haya respondido satisfactoriamente.

      Candy asintió.

      —De acuerdo —dijo—. Lo haré lo mejor que pueda, pero es complicado.

      Y así empezó a contarles lo mejor que pudo las partes que conocía, empezando por los acontecimientos de los que derivó todo lo demás: su nacimiento y el hecho de que, más o menos una hora antes de que su madre llegara al hospital, en una carretera vacía y empapada por las lluvias torrenciales en medio de ninguna parte, tres mujeres del Fantomaya (Diamanda, Joephi y Mespa) habían cruzado la divisoria prohibida entre Abarat y el Más Allá en busca de un lugar en el que esconder el alma de la princesa Boa, cuyos restos reposaban en el Presente desde su asesinato.

      —Encontraron a mi madre allí sentada—dijo Candy—, esperando a que mi padre volviera con gasolina para la camioneta…

      Hizo una pausa porque en su mente apareció un zumbido que sonaba cada vez más y más alto. Era como si el cráneo se le hubiese llenado de cientos de abejas furiosas. No era capaz de pensar con claridad.

      —Encontraron a mi madre… —volvió a decir, consciente de que arrastraba las palabras.

      —Olvídate de tu madre durante un segundo —dijo el representante de Martillobobo, un tarrie-gato bípedo llamado Jimothi Tarrie al que Candy ya conocía de antes—. ¿Qué sabes del asesinato de la princesa Boa?

      —Boa.

      —Sí.

      Claro. Boa.

      —Digamos que… bastante —respondió Candy.

      Lo que ella pensaba que eran las voces de las abejas se estaban transformando en sílabas, y las sílabas en palabras, y las palabras en frases. Había alguien hablando en su cabeza.

      «No les cuentes nada», dijo la voz. «Son burócratas, todos ellos».

      Conocía esa voz. La había estado escuchando toda la vida. Había pensado que era su voz, pero solo porque hubiera estado en su cráneo toda su vida no significaba que fuera suya. Dijo el nombre de la otra sin pronunciarlo en voz alta.

      «Princesa Boa».

      «Sí, por supuesto», dijo la otra mujer. «¿A quién esperabas si no?».

      —Jimothi Tarrie te ha hecho una pregunta —dijo Nyritta.

      —La muerte de la princesa… —le recordó Jimothi.

      —Sí, lo sé —dijo Candy.

      «No les cuentes nada», repitió Boa. «No dejes que te intimiden. Utilizarán tus palabras en tu contra. Ten mucho cuidado».

      Candy se sentía profundamente intranquila por la presencia de la voz de Boa y especialmente infeliz por que se hubiera hecho audible precisamente en ese momento, pero tenía la sensación de que el aviso que le estaba dando era acertado. Los Consejeros la estaban observando con gran suspicacia.

      —… СКАЧАТЬ