Medianoche absoluta. Clive Barker
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Название: Medianoche absoluta

Автор: Clive Barker

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Abarat

isbn: 9788417525903

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СКАЧАТЬ noche.

       Las estrellas se enfriarán de pronto.

       Estos versos proclaman el fin de la luz.

3

      Prólogo

      Lo que el hombre ciego vio

       ¡Soñad!

       Forjaos y surgid

       de vuestras mentes para adentraros en la de otros.

       Hombres, sed mujeres.

       Peces, sed moscas.

       Niñas, dejaos crecer la barba.

       Hijos, sed vuestras madres.

       El futuro del mundo ahora descansa

       en los vientres de coral tras nuestros ojos.

      

      Una canción entonada en la calle Paradise

      Estoy. En la orilla de Idjit, donde las Dos de la Mañana miran al sur sobre los oscuros estrechos en dirección a la isla de Gorgossium, había una casa con una fachada muy decorada ubicada en lo alto de los acantilados. El inquilino respondía al nombre de señor Kithit, entre otros muchos apelativos, pero ninguno de esos nombres era el verdadero. Se le conocía simplemente como el Lector de Cartas. Las cartas que leían no se habían diseñado para los juegos de azar, ni mucho menos. Solo empleaba la baraja del tarot abaratiano, en el que un lector con tanta experiencia como el señor Kithit podría encontrarse con un pasado susurrante, un presente dubitativo y un futuro que apenas abría los ojos. Podía ganarse la vida cómodamente interpretando el modo en que caían las cartas.

      Durante muchos años, el Lector de Cartas había atendido a los numerosos clientes que llegaban en busca de sabiduría, pero esa noche no iba a saciar la curiosidad de otros. No lo haría nunca más. Esa noche no era el futuro de otros lo que iba a encontrar en las cartas. Le habían convocado para mostrarle su propio destino.

      Se sentó y respiró despacio para tranquilizarse. Entonces empezó a trazar un dibujo con las diecinueve cartas que las yemas de sus dedos habían escogido a voluntad. A pesar de estar ciego, cada imagen apareció en el ojo de su mente, junto con el nombre y el lugar numérico que ocupaba en el montón.

      Estaban el miedo, la puerta hacia las estrellas, el rey de los hados y la hija de la curiosidad. No debía leerse cada carta solamente por sus propios significados, sino que también debía valorarse en conjunto con las que la rodeaban: una muestra de las matemáticas mitológicas que la mayoría de las mentes no podían desentrañar.

      El hombre iluminado con velas, la isla de la muerte, la forma primitiva, el árbol de la sabiduría…

      Y, por supuesto, toda la disposición de las cartas debía contrastarse con la que el cliente, en este caso él mismo, hubiera elegido como su avatar. Había elegido una carta llamada El umbral. La había devuelto al montón y había barajado las cartas dos veces antes de colocarlas por instinto en la Tirada Nula del Más Allá, cuyo nombre significaba que todo lo que contenía la baraja se mostraría en ella: todos los desagravios (el pasado), todas las posibilidades (el ahora) y todos los riesgos (en lo sucesivo y para siempre).

      Movía los dedos rápido según la llamada de las cartas. Ahí había algo que querían mostrarle. Pronto entendió que en ellas había noticias que traerían grandes consecuencias, así que desatendió las normas de la lectura, la primera de las cuales dictaba que un Lector debía esperar hasta que cada una de las cartas que se necesitaban para la tirada estuviera sobre la mesa.

      Se acercaba una guerra; lo vio en las cartas. Se estaban llevando a cabo los últimos movimientos; en aquel mismo instante, las armas estaban cargadas y pulidas, los ejércitos reunidos, todo listo para el día en el que la historia abaratiana torciera la última esquina. ¿Era esta la manera que tenían las cartas de decirle qué rol debía interpretar en este último y siniestro juego? Si así era, entonces cumpliría con lo que fuera que le mostraran, confiaría en su sabiduría como lo habían hecho otros tantos que habían acudido a él a lo largo de los años, desesperados por hallar otros remedios y buscando lo que las cartas mostraran.

      No le sorprendió descubrir que había muchas cartas de fuego alrededor de su umbral, diseminadas como regalos. Era un hombre al que aquel elemento inmisericorde le había vuelto a forjar la vida… y la carne. Al tocar las cartas con la punta de su dedo chamuscado, no pudo evitar acordarse del incendio implacable que lo había golpeado al intentar salvar a su familia. Uno de sus hijos, el más pequeño, había sobrevivido, pero el fuego se había cobrado la vida del resto, salvo la de la madre del propio señor Kithit, a quien el fuego había concedido un indulto simplemente porque siempre había sido tan despiadada y absorbente como un gran incendio; un incendio tan potente como para convertir en cenizas una mansión y gran parte de una dinastía.

      En realidad lo había perdido todo, porque su madre (se decía que enloquecida por lo que había presenciado) se había llevado al niño y había desaparecido en el Día o la Noche, quizás en su obsesión por mantener al único superviviente de sus veintitrés nietos apartado del más mínimo indicio de humo en el viento. Pero el pretexto de la demencia nunca había sido suficiente para calmar del todo el desasosiego del Lector de Cartas. Su madre nunca había sido una mujer muy honesta. Le gustaban (más de lo recomendable para un espíritu desequilibrado como el suyo) las historias de la Magia Insondable, de la Tierra Ensangrentada y cosas peores. Y al Lector de Cartas le había preocupado bastante haber perdido la pista tanto de su madre como de su hijo; le preocupaba porque sabía qué estaban haciendo. Pero le inquietaba incluso más porque los dos, la que le había dado a luz y al que había concebido, estaban ahí fuera, en algún lugar; eran una parte de los poderes que se estaban conjurando para llevar a término la destrucción que señalaba toda la distribución de las cartas.

      —¿Debería ir a buscaros? —dijo—. ¿Es eso? ¿Es un emotivo reencuentro lo que buscas, madre?

      Juzgó por el peso cuántas cartas había colocado hasta entonces. Suponía que algo más de la mitad. Era posible que la otra mitad, la que seguía en su mano, portase noticias de su último vínculo con la historia abaratiana, pero lo dudaba. Esa no era una tirada de particularidades, era la Tirada Nula del Más Allá, el último evangelio apocalíptico del tarot abaratiano.

      Colocó bocabajo las cartas sin usar y se dirigió a la puerta de su casa para que los rayos plateados de las estrellas le bañaran el rostro lleno de cicatrices. Habían quedado atrás los años en los que los niños del pueblo de Eedo, situado al final del empinado sendero que ascendía zigzagueando por el acantilado hasta la casa, habían tenido miedo de él. Aunque aún fingían sentir pánico para hacerse reír entre ellos y él alimentaba la farsa interpretando al monstruo que gruñe, los niños sabían que normalmente tenía unos cuantos paterzemes que lanzaba desde el umbral para que se pelearan por ellos, especialmente cuando, como esa noche, le traían algo que habían encontrado a lo largo de la costa. Aquel día, mientras estaba de pie en la puerta de la casa, uno de sus favoritos, una dulce mestiza de Capitán de Mar y de la raza común llamada Lupta, vino a buscarle chillando seguida de cerca por un séquito de niños.

      —¡Tengo restitos y desechitos del naufragio! —se jactó—. СКАЧАТЬ