Medianoche absoluta. Clive Barker
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Название: Medianoche absoluta

Автор: Clive Barker

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Abarat

isbn: 9788417525903

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      Lupta le gruñó unas instrucciones a su pequeña pandilla y esta soltó con gran estrépito la captura de la red al suelo, delante de la casa del Lector de Cartas. Este escuchó con su oído experto el ruido que producía el hallazgo. Los objetos eran grandes: algunos martilleaban y sonaban mucho, otros repicaban como campanitas deterioradas.

      —Niña, descríbemelos, por favor.

      Lupta procedió a hacerlo, pero, como solía ocurrir en los regateos de las semanas posteriores a que las corrientes explosivas del Izabella irrumpieran en el Más Allá, inundaran la ciudad de Chickentown en Minnesota y volvieran arrastrando con ellas algunos trofeos de aquella otra dimensión, no era nada fácil describir o representar los objetos que la marea había arrojado sobre la playa rocosa de abajo, ya que no tenían un equivalente abaratiano. Aun así, el Lector de Cartas escuchó atentamente, a sabiendas de que, si quería entender el significado de la baraja a medio descubrir en la habitación oscura que había a sus espaldas, entonces necesitaría comprender la naturaleza de los misteriosos humaníticos, y algunos de sus artefactos, cuyos detalles resultaban difíciles de imaginar para un hombre ciego, ofrecerían con toda seguridad pistas importantes sobre la naturaleza de aquellos que podrían destruir el mundo. La pequeña Lupta quizás sabía más de lo que creía saber; de detrás de sus suposiciones podía extraerse la verdad.

      —¿Para qué servirán estos objetos? —preguntó él—. ¿Son máquinas o juguetes? ¿Se supone que se comen? ¿O son para matar?

      Se escucharon unos murmullos frenéticos entre la pandilla de Lupta, pero al final la niña dijo con total seguridad:

      —No lo sabemos.

      —El mar los ha destrozado bastante —dijo Kipthin.

      —No esperaba menos —dijo el Lector de Cartas—. Aun así, dejadme que los palpe. Guíame, Lupta. No hay nada que temer, pequeña. No soy un monstruo.

      —Ya lo sé. Si lo fueras, no parecerías uno.

      —¿Quién te ha dicho eso?

      —Yo.

      —Mmm. Está bien, ¿hay algo aquí que creas que yo podría comprender?

      —Sí. Aquí. Dame las manos.

      Lupta colocó uno de los objetos en las palmas extendidas. Tan pronto como los dedos del Lector de Cartas entraron en contacto con lo que fuera aquello, sus piernas empezaron a temblar, se cayó al suelo y soltó el desecho que Lupta le había dado. Extendió la mano y la buscó, sobrecogido por el mismo fervor que lo poseía cada vez que leía las cartas. Sin embargo, había una diferencia importante. Cuando leía las cartas, su mente era capaz de crear un patrón con las señales que veía. Pero ahora no había ningún patrón, solo un caos que cubría más caos. Vio un monstruoso barco de guerra y a su madre, más anciana pero tan arpía como siempre, ordenándole a las aguas del Izabella que rompieran violentamente a través de la divisoria de su cauce natural en dirección al Más Allá, mientras la enloquecida inundación destrozaba lo que había al otro lado.

      —Chickentown —murmuró.

      —¿La ves? —preguntó el hermano de Lupta.

      —La están arrasando —asintió el Lector de Cartas.

      Cerró los ojos con más fuerza, como si pudiera bloquear con una ceguera voluntaria los horrores que veía.

      —¿Ha escuchado alguno de vosotros alguna historia de las personas del Más Allá? —preguntó a los niños.

      Como había ocurrido antes, hubo un murmullo frenético, pero captó que uno de los visitantes instaba a Lupta a que se lo contara.

      —¿Contarme el qué? —preguntó el ciego.

      —Lo de las personas de un sitio llamado Chickentown. Solo son historias —dijo Lupta—. No sé si alguna de ellas es cierta.

      —Cuéntamelas de todas formas.

      —Cuéntale lo de la chica. Todo el mundo habla de ella —dijo un tercer miembro de la pandilla de Lupta.

      —Candy… Quackenbush… —dijo el ciego, casi para sí mismo.

      —¿La has visto en tus cartas? —preguntó Lupta—. ¿Sabes dónde está?

      —¿Por qué?

      —La has visto, ¿a que sí?

      —¿Qué importaría si la hubiese visto?

      —¡Tengo que hablar con ella! ¡Quiero ser como ella! La gente habla de todo lo que hace.

      —¿Como qué?

      La voz de Lupta se convirtió en un susurro.

      —Nuestro sacerdote dice que hablar de ella es pecado. ¿Tiene razón?

      —No, Lupta, no creo que tenga razón.

      —Me escaparé de casa algún día, ¡eso haré! Quiero encontrarla.

      —Ten cuidado —dijo el Lector de Cartas—. Son tiempos peligrosos y van a ir a peor.

      —Me da igual.

      —Bueno, al menos ven a despedirte, pequeña —dijo el Lector de Cartas. Rebuscó en el fondo de su bolsillo y sacó unos cuantos paterzemes—. Toma —dijo mientras le ofrecía las monedas a Lupta—. Gracias por subirme estos objetos de la playa. Repartid esto entre vosotros. Equitativamente, claro.

      —¡Por supuesto! —dijo Lupta. Y, contentos por su recompensa, la niña y sus amigos bajaron por la carretera hacia el pueblo y dejaron al Lector de Cartas solo con sus pensamientos y con la colección de objetos que la corriente, los niños y las circunstancias habían llevado ante él.

      La revoltosa niña y su pandilla habían llegado en el momento oportuno. Tal vez con los restos que habían subido pudiera descifrar mejor la tirada. Las cartas y aquella basura tenían mucho en común: ambas cosas eran una colección de pistas que conectaban con lo que había sido el mundo en una época mejor. Volvió a entrar en la casa, se sentó de nuevo a la mesa y recogió el montón de cartas que aún no había colocado. Solo había depositado otras dos cuando la que representaba a Candy Quackenbush apareció. Era fácil de identificar. Yo soy ellos, se llamaba la carta. No recordaba haberla visto antes.

      —Vaya, vaya… —murmuró—. Mírate. —Le dio unos golpecitos con el dedo—. ¿Qué te da el derecho a ser tan poderosa? ¿Y qué interés tienes tú en mí? —La chica de la carta se lo quedó mirando fijamente desde el ojo de su mente—. ¿Estás aquí para traerme agonía o alegría? Porque te confieso que ya he sufrido más de la cuenta y no podría soportar mucho más.

      Yo soy ellos lo observó con gran compasión.

      —Ah —dijo él—, no se ha terminado. Al menos ahora lo sé. Sé buena conmigo, ¿de acuerdo? Si es que está en tu poder hacerlo.

      Le llevó otras seis horas y media después de su conversación con Candy Quackenbush decidir que ya había terminado de leer la tirada. Juntó las cartas, las contó para asegurarse de que estaban todas y después salió de la casa llevándoselas con él. El viento se había СКАЧАТЬ