Medianoche absoluta. Clive Barker
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Название: Medianoche absoluta

Автор: Clive Barker

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Abarat

isbn: 9788417525903

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СКАЧАТЬ en su mano.

      Cuanto más lejos de la puerta se aventuraba, más inestable se volvía el suelo, que pasaba de la tierra sólida al barro y los guijarros. Las cartas se excitaban más y más con cada paso que él daba allí afuera, más allá del borde del acantilado. Los acontecimientos que habían sido incapaces de revelar eran ahora inminentes.

      De pronto, el viento cogió fuerza y lo lanzó hacia adelante, como si quisiera arrojarlo al mundo. Su pie derecho se apoyó sobre el aire y se precipitó mientras veía con muchísima claridad en el ojo de su mente las olas del Izabella que había más abajo. Dos pensamientos se agolparon a la vez en su mente: uno, que no había visto esto, su muerte, en las cartas; y dos, que se había equivocado con respecto a Candy Quackenbush. Al final no se encontraría con ella, lo que le entristeció.

      Entonces dos pequeñas pero fuertes manos lo agarraron de la camisa y tiraron de él para alejarlo del borde. En lugar de precipitarse a su muerte, cayó hacia atrás y aterrizó sobre su salvador. Era la pequeña Lupta.

      —Lo sabía —dijo ella.

      —¿Sabías el qué?

      —Que ibas a hacer alguna estupidez.

      —No iba a hacerlo.

      —Pues parecía que sí.

      —El viento me ha arrastrado, eso es todo. Gracias por salvarme y evitar que perdiera…

      —¡Las cartas! —dijo Lupta.

      Las sujetaba con muy poca fuerza. Cuando el viento volvió a arremeter como un torrente, se las arrebató de la mano y, con un sonido que parecía el murmullo de aplausos mientras se chocaban las unas con las otras, se llevó las cartas por el aire indiferente.

      —Deja que se vayan —dijo el ciego.

      —Pero, ¿cómo conseguirás dinero sin tus cartas?

      —El cielo me proveerá. O no lo hará y pasaré hambre. —Se puso en pie—. En cierto sentido, esto confirma mi decisión. Mi vida aquí se ha acabado. Ha llegado el momento de ir a ver las Horas una última vez antes de que ellas y yo muramos.

      —¿Quieres decir que están llegando a su fin?

      —Sí. Muchas cosas terminarán pronto: las ciudades, los príncipes, las cosas buenas y las cosas malas. Todo desaparecerá. —Hizo una pausa para mirar con sus ojos ciegos hacia el cielo—. ¿Hay muchas estrellas esta noche?

      —Sí. Muchísimas.

      —Oh, bien, muy bien. ¿Me guiarás hasta la carretera del Norte?

      —¿No quieres atravesar el pueblo? ¿Para despedirte?

      —¿Tú lo harías?

      —No.

      —No. Llévame solo hasta la carretera del Norte. Una vez la tenga bajo los pies, sabré a dónde ir desde allí.

      Primera parte

      Las horas oscuras

       Oh, dulces niños, queridos míos, es hora de irse a la cama.

       Oh, dulces niños de párpados pesados,

       os aseo y os alimento.

       Es la hora de las almohadas, la hora de dormir

       y de llenar vuestras mentes de sueños intrépidos.

       Oh, dulces niños, queridos míos,

       es hora de irse a la cama.

      Anónimo

      Capítulo 1

      Hacia el Crepúsculo

      La pandilla abaratiana de Candy tenía muchos planes para celebrar que había vuelto sana y salva a las islas tras la violencia y la locura del Más Allá. Pero apenas habían terminado de darle la bienvenida con besos y risas (a lo que los hermanos John añadieron una versión a cappella de un viejo estándar abaratiano) cuando Deaux-Deaux, el Capitán de Mar, que había sido el primer amigo que había hecho Candy en aguas abaratianas, fue a buscarla para decirle que se estaba transmitiendo la orden, por todos los medios y en todas las direcciones posibles, de que se presentara ante la Gran Cabeza de Yeba Día Sombrío. El Consejo de las Horas ya estaba congregado allí, en una reunión de emergencia para analizar al completo los desastrosos acontecimientos que habían tenido lugar en Chickentown. Puesto que Candy poseía una perspectiva única de dichos acontecimientos, era vital que asistiera para prestar declaración.

      No sería una reunión fácil, lo sabía. Sin duda, el Consejo sospechaba que ella era el origen de los sucesos que habían causado tanta destrucción. Querrían que les diera un testimonio completo de por qué y cómo había logrado hacer unos enemigos tan poderosos como Mater Motley y su nieto, Christopher Carroña: enemigos con el poder de anular el sello que el Consejo había puesto sobre Abarat y obligar a las aguas del Izabella a doblegarse a su voluntad, lo que provocó que se formara una ola tan potente como para anegar el umbral entre los mundos e inundar las calles de Chickentown.

      Se despidió en seguida de aquellos a los que acababa de volver a saludar (Finnegan Hob, Tom Dos Dedos, los hermanos John, Ginebra) y, en compañía de su amigo Malingo, el geshrat, subió a bordo de un pequeño bote que el Consejo le había enviado y partió hacia los Estrechos del Crepúsculo.

      El viaje fue largo pero sin incidentes. No fue gracias al temperamento del Izabella, que estaba muy agitado y presentaba en sus corrientes multitud de pruebas del viaje que habían realizado recientemente sus aguas más allá de la frontera entre los mundos. Había restos de Chickentown flotando por todas partes: juguetes de plástico, botellas de plástico y muebles de plástico, por no mencionar cajas de cereales y latas de cerveza, páginas de revistas del corazón y televisores rotos. Una placa con el nombre de una calle, pollos muertos, el contenido de la nevera de alguien, sobras que se meneaban en bolsas de plástico herméticas: medio sándwich, unos filetes de carne y una porción de tarta de cerezas.

      —Qué extraño —dijo Candy mientras observaba cómo flotaba todo—. Me da hambre.

      —Hay muchos peces —dijo el abaratiano vestido con el uniforme del Consejo que conducía el bote entre la basura.

      —No los veo —dijo Malingo.

      El hombre se inclinó sobre un lado del bote y, con una velocidad asombrosa, metió la mano en el agua y sacó un pez gordo con puntos amarillos y manchas de color azul brillante. Le ofreció la criatura, toda pánico y colorido, a Malingo.

      —Toma —dijo—. ¡Cómetelo! Es un pez sanshee. Tiene una carne muy buena.

      —No, gracias, crudo no.

      —Como quieras. —Se lo ofreció a Candy—. ¿Mi señora?

      —No tengo hambre, gracias.

      —¿Le СКАЧАТЬ