Medianoche absoluta. Clive Barker
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Название: Medianoche absoluta

Автор: Clive Barker

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Abarat

isbn: 9788417525903

isbn:

СКАЧАТЬ que Mater Motley te hacía o te arrebataba cuando así lo deseara y solo un estúpido o un suicida pisaba el mismo suelo que ella sin precaución.

      Con un capataz tan poderoso, el trabajo de demolición y la retirada de los escombros se llevaban a cabo con gran celeridad y, en cuestión de unos días, en la meseta en la que se habían alzado las numerosas torres de Iniquisit había ahora una estructura monumental: una sola torre, diseñada por un ingenioso arquitecto, el hechicero Jalafeo Mas, que había utilizado los conocimientos de la magia de Mater Motley para desafiar las leyes de la física y erigir una torre más alta que la suma de las trece que una vez había habido allí.

      Era allí, en la habitación con paredes rojas que había en lo alto de la torre, donde Mater Motley reunió a las nueve costureras en las que más confiaba.

      —Los años de trabajar y tener fe se han terminado —dijo Mater Motley—. La Medianoche se acerca.

      Una de ellas, Zinda Goam, una costurera de quinientos años que había dejado escrito a sus familiares que la sacaran de la tumba tras su muerte para que pudiera seguir sirviendo a Mater, dijo:

      —¿No estamos ya en Medianoche?

      —Sí, esta hora se llama Medianoche. Pero ahora es Absoluta. Se acerca una Medianoche mayor que ninguna; una Medianoche que cegará cualquier sol, luna y estrellas que haya en los cielos.

      Otra de las mujeres, cuyo cuerpo demacrado estaba envuelto en velos de finas telarañas, no podía acallar su incredulidad.

      —Nunca he comprendido el Gran Diseño —dijo Aea G’pheet—. No parece ser posible. Tantas Horas. Tantos cielos.

      —¿Dudas de mí, Aea G’pheet?

      La costurera, aunque tenía la piel pálida, se puso más pálida aún. Añadió sin perder un instante:

      —Nunca, mi señora, nunca. Solo estaba sorprendida, abrumada en realidad, y me expresé mal, eso es todo.

      —Entonces ten cuidado en el futuro o descubrirás que te has quedado sin él.

      Aea G’pheet bajó la cabeza y las telarañas brillaron al moverse.

      —¿Estoy… estoy… perdonada?

      —¿Estás muerta?

      —No, mi señora —dijo Aea—. Sigo viva.

      —Entonces debes de estar perdonada —dijo la Vieja Madre sin un ápice de humor—. Ahora volvamos al tema de Medianoche. Hay, como sabemos, muchas formas de vida que se han guarecido de la luz. Incluso la luz de las estrellas. Estas criaturas se liberarán cuando mi Medianoche amanezca y causarán tanto daño… —Hizo una pausa y sonrió al pensar en los demonios sueltos.

      —¿Y la gente? —preguntó otra de las nueve.

      —Cualquiera que se alce en nuestra contra será ejecutado. Y recaerá sobre nosotras el tener que derramar su sangre sin vacilación cuando llegue el momento. Y si hay alguna mujer aquí que no esté dispuesta a luchar en esta guerra bajo esos términos, que se marche ahora. No se le hará ningún daño. Le doy mi palabra de ello. Pero si elige quedarse, entonces habrá accedido a realizar el trabajo que tenemos por delante sin miedo y de mutuo acuerdo.

      »El alumbramiento de Medianoche será sangriento, eso está claro, pero creedme, cuando sea la emperatriz de Abarat os elevaré a una posición tan alta que todo pensamiento que tuvierais sobre lo que es elevado parecerá una nimiedad. No seremos mujeres normales de hoy en adelante. Quizás nunca lo fuimos. No apreciamos el amor, ni a los niños, ni hornear pan. No estamos hechas para ocuparnos de la lumbre o para mecer cunas. Somos las inmisericordes, algo por lo que los hombres desesperados se romperán sus frágiles cabezas. No haremos las paces con ellos, no seremos sus gestoras. Estarán arrodillados a nuestros pies o muertos y enterrados bajo la tierra sobre la que caminaban.

      Un murmullo de placer recorrió la estancia ante esa observación. Solo una de las costureras más jóvenes murmuró algo inaudible.

      —Quieres preguntar algo —dijo Mater Motley, centrando la atención en ella.

      —No era nada, señora.

      —¡Te he dicho que hables, maldita! ¡No admitiré que haya escépticos! ¡HABLA!

      Las costureras que habían estado alrededor de la joven ahora se alejaron de ella.

      —Solo me estaba preguntando por la Hora Veinticinco —respondió la joven—. ¿También se verá sobrepasada por Medianoche? Porque si no…

      —¿Nuestros enemigos podrían refugiarse allí? ¿Es eso lo que preguntas?

      —Sí.

      —Es una pregunta para la que, en verdad, no tengo respuesta —dijo Mater Motley a la ligera—. Aún no, al menos. Eres Mah Tuu Chamagamia, ¿verdad?

      —Sí, señora.

      —Bueno, dado que tienes tanta curiosidad sobre el estado de la Hora Veinticinco, pondré a dos legiones de cosidos a tu disposición.

      —¿Para… hacer qué, mi señora?

      —Para tomar la Hora.

      —¿Tomarla?

      —Sí. Invadirla en mi nombre.

      —Pero, señora, no tengo destrezas en el terreno militar. No podría hacerlo.

      —¿No podrías? ¿Te atreves a decirme que NO PODRÍAS?

      Extendió el brazo con los dedos estirados. El bastón que utilizaba para matar a los cosidos voló hasta su mano desde la pared donde estaba colocado. Lo agarró, apretándolo con los nudillos blancos, y con un solo movimiento amplio señaló a Mah Tuu Chamagamia.

      La joven abrió la boca para decir algo más en su defensa, pero no tuvo tiempo de hacerlo. Unos rayos negros chisporrotearon desde la vara en su dirección y la golpearon en la cintura.

      Emitió un sonido, no una palabra, sino un grito de horror, a medida que su espantosa destrucción se extendía en todas las direcciones desde su columna vertebral y convertía su carne y sus huesos en escamas de ceniza negra. Solo su cabeza quedó intacta, para que pudiera presenciar bien cada segundo de su desintegración.

      Pero fue suficiente para que viera lo que había sido de su belleza juvenil y alzara los ojos hacia su destructora una última vez. Lo suficiente para murmurar: «No».

      Entonces su cabeza se convirtió en cenizas y desapareció.

      —Así es como muere una escéptica —dijo la Vieja Madre—. ¿Alguna otra pregunta?

      No hubo ninguna.

      Capítulo 10

      Los pesares del Hijo Bueno

      Laguna Munn bajó de la silla y llamó a su segundo hijo, el Niño Bueno.

      —¿Covenantis? ¿Dónde estás? ¡Te necesito, niño!

      Una СКАЧАТЬ