Название: Medianoche absoluta
Автор: Clive Barker
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
Серия: Abarat
isbn: 9788417525903
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—¿Dónde estarás? ¿En caso de que haya algún problema?
—Saldrá bien —dijo la señora Munn—. Después de todo, queréis separaros. Así que… aquí viene el conjuro. Lo diseñé para que haga lo que necesitas, de modo que deja que lleve a cabo su trabajo.
Se oyó un sonido detrás de la señora Munn, como si alguien estuviera empleando hachas para cortar algo, y un pájaro de sombra (o algo parecido) surgió de entre la oscuridad y voló dentro y fuera del entramado, de pared a pared, una y otra vez, antes de desaparecer en la oscuridad que había detrás de la señora Munn.
—¿Qué era eso? —preguntó Candy.
—La habitación se está impacientando —contestó—. Quiere que me vaya.
Aquel fenómeno volvió a ocurrir exactamente igual que antes.
—Debería irme —dijo Laguna Munn—. Antes de que empeore.
Candy se sintió débil de repente y las piernas se le doblaron. Intentó que respondieran a sus órdenes, pero se dio cuenta de que ya no era la dueña de su cuerpo. Lo era Boa.
—Espera… —empezó a decir Candy a medida que el pánico crecía en su pecho. Pero ni siquiera la lengua obedecía a sus instrucciones. Y ya era casi demasiado tarde. Laguna Munn le había dado la espalda a Candy y se preparaba para irse.
«Se acabó», dijo la princesa.
Candy no malgastó energía en contestarle. Estaba a segundos de perderse a sí misma para siempre. Podía sentir un estruendo rítmico, que sin duda había iniciado Boa. Se estaba tragando los rincones de su mundo y se comía su consciencia a mordiscos cada vez mayores.
A través de una neblina silenciosa vio que Laguna Munn abría una puerta en la pared.
«No», intentó decir Candy, pero no emitió ningún sonido.
«Esto sería mucho más fácil si te rindieras y cedieras. Deja que Candy Quackenbush se marche. Vas a morir. Y no querrás estar viva cuando empiece a alimentarme».
«¿Qué?», pensó Candy. «¿Me vas a comer? ¿Por qué?».
«Porque tengo que desarrollar un cuerpo que sea para mí, niña. Eso requiere nutrientes, muchos nutrientes. ¿Se me había olvidado mencionarlo?».
Candy quería llorar por su propia estupidez. Boa debía de haberles dado forma a estos planes a no más de unos pensamientos de distancia de donde Candy había ocultado los suyos. Pero ella le había ocultado sus intenciones por completo. No había sospechado ni un solo instante.
«Pero ahora lo sabes», se relamió Boa. «Si te ayuda, piensa que esto es un castigo por robarme mis recuerdos sobre la magia. Sé que la muerte puede parecer un castigo demasiado severo, pero lo que hiciste fue terrible».
«¿Yo… lo… siento?».
«Es demasiado tarde. Se acabó. Ha llegado la hora de que mueras, Candy».
Capítulo 12
Una se convierte en dos
En la lejanía, en alguna parte de la oscuridad, Candy Quackenbush creyó oír el sonido de la voz de Laguna Munn.
—¿Covenantis? ¿Has cerrado con llave la habitación? ¡El cerrojo, muchacho!
No hubo respuesta por parte del niño. Todo lo que Candy oía era el coro de los extraños ruidos que emitía su cuerpo agonizante. Su corazón no se había parado del todo. Cada pocos segundos todavía conseguía latir; en algunas ocasiones era incluso capaz de acompasar dos o tres latidos consecutivos. Pero la poca vida que aún le quedaba a su cuerpo era más un recuerdo que algo real: como una visión de Abarat a medida que se desvanecía. Todo había desaparecido ahora, todo estaba olvidado.
No, olvidado del todo no. Todavía conservaba una parte de la capacidad de sus ojos para formar imágenes. Aunque ya no podía ver las paredes de la Sala de Disociación, sí podía ver, con una claridad escalofriante, una mancha de humo gris delante de su cara. Sabía cuál era su fuente: salía de su propio cuerpo.
Estaba viendo el alma de Boa. O, al menos, su sombra acechante, que por fin se había liberado de la celda en la que las mujeres del Fantomaya la habían encerrado. Estaba libre de Candy y recuperaba sus fuerzas.
Se impulsaba, se extendía; del torso surgían unas piernas rudimentarias y algo que tenía potencial para ser unos brazos mientras de la parte más alta crecía rápidamente un solo hilo de materia gris. En este frágil tallo se habían formado dos hojas y, encima de ellas, la forma sin desarrollar de una boca y una nariz. Y por encima de las hojas crecieron dos pétalos blancos y finos, cada uno con una explosión de azul y negro sobre ellos, como si los hubieran bendecido con el don de la visión.
Era una simple ilusión, pero pronto ganó credibilidad a medida que nuevos tallos crecían hacia arriba a docenas y formaban complejos encajes de venas y nervios, que empezaron a darle forma al rostro de su dueña. Aunque seguía siendo poco más que una máscara sin piel tejida con hilos palpitantes, había un atisbo, incluso así, de una joven que pronto se materializaría. Volvería a ser hermosa, pensó Candy. Sería una rompecorazones.
Candy no se había levantado del suelo desde que le habían fallado las piernas. Seguía arrodillada en el mismo sitio, observando la manera rudimentaria en que la princesa Boa atraía hacia sí los restos de las formas de vida esparcidas por las paredes de la habitación: la cubierta de flores marchitas, hojas vivas y muertas; todo se añadía al entramado que poco a poco iba dándole a la princesa más corporeidad. La flora y fauna de alrededor estaban alimentando el cuerpo de Boa y, debido solamente a su sacrificio, se le había perdonado la vida a Candy. Pero el proceso iba demasiado lento.
Candy podía percibir la frustración que sentía Boa mientras el cuerpo que intentaba volver a regenerar recibía estas contribuciones lamentables e inadecuadas.
Separó los labios y, aunque no tenía terminadas ni la garganta ni la lengua, consiguió hablar. Sonó bajo, mucho más bajo que un leve susurro, pero Candy lo oyó con claridad.
—Pareces… nutritiva… —dijo.
—Sería un mal alimento para ti. Deberías buscar algo más sano.
—El hambre es el hambre. Y el tiempo es primordial…
Esta vez Candy obligó a su garganta a que formara una pregunta, aunque apenas se escuchó.
—¿Y eso por qué exactamente? —dijo.
—La Medianoche —contestó simplemente Boa—. Está casi sobre nosotros. No puedes sentirla, ¿verdad?
—¿La Medianoche?
—¡La Medianoche! La siento. Se acerca la última oscuridad y ocultará todas las luces del cielo.
—No…
—Decir que no no cambiará nada. Abarat va a morir entre tinieblas. Cada sol se verá eclipsado, cada luna cegada, cada estrella de cada constelación apagada como la llama de una vela. Pero no te preocupes, no estarás aquí para СКАЧАТЬ