Medianoche absoluta. Clive Barker
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Название: Medianoche absoluta

Автор: Clive Barker

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Abarat

isbn: 9788417525903

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СКАЧАТЬ —dijo el Niño Bueno—. Estaré fuera.

      El muchacho señaló la hendidura estrecha de una puerta que había entre las alas y las garras de los bichos grandes y, por primera vez, Candy se dio cuenta de que se había formado una pequeña habitación a su alrededor. Los muros estaban perdiendo el color bajo su mirada y las últimas rendijas o grietas de las formas entretejidas se cerraron. Lo que había sido una habitación colorida de alas danzantes se estaba convirtiendo en una celda silenciosa de hormigón.

      —¿Por qué me encierras? —preguntó Candy.

      —Los conjuros tan fuertes como este son inestables —contestó Covenantis.

      —¿Qué quieres decir?

      —Que pueden salir mal —susurró.

      —¡Covenantis! —gritó Laguna Munn.

      —¡Sí, mamá!

      —Deja de hablar con la chica. No puedes ayudarla.

      —¡No, mamá!

      —Es probable que en menos de un minuto esté muerta.

      —Ya voy, mamá —dijo Covenantis. Le dedicó a Candy un pequeño encogimiento de hombros y salió por la puerta, que se cerró y no dejó rastro de su presencia, ni una grieta.

      «Bueno…», dijo Boa en voz baja. «Tú nos has traído hasta aquí. Será mejor que lo termines, si es que tienes lo que hay que tener».

      —Tengo lo que no hay que tener —respondió Candy sin titubear.

      «¡Oh! ¿Y qué es?»

      —No seas tonta —dijo Candy—. A ti.

      Y de repente, Candy dejó de sentir miedo y giró sobre los talones para dirigirse a los muros fríos y grises.

      —Estoy lista —les dijo—. Haced lo que tengáis que hacer. Terminemos con esto de una vez. Si podéis evitar derramar sangre, sería estupendo, pero si no podéis, no podéis.

      No tuvo que esperar la respuesta de la celda durante mucho tiempo. Seis temblores recorrieron los muros, el techo y el suelo como corrientes de vida que resucitan desde dentro la materia inerte. Candy comprendía ahora por qué le habían ofrecido un vistazo periférico de lo que había sido la celda en su última encarnación: una bandada de seres alados. Los vio aparecerse en las paredes grises. Una vida dentro de la otra.

      ¿Debía aprender allí la lección de que ella habría sido gris y sosa como las paredes si el alma de Boa no se hubiera introducido en ella? ¿La estaban advirtiendo de que la vida que iba a escoger sería una celda gris y fría?

      No lo creía y así lo expresó.

      —Yo soy más que eso —le dijo al gris resplandeciente—. No soy materia inerte.

      «Aún no», gritó Boa.

      —¿Estás lista? —dijo Candy, pensando tanto en la pared como en la princesa—. Porque me estoy aburriendo con tantas amenazas estúpidas.

      «¿Estúpidas?», se enfadó Boa.

      —Hazlo —dijo Laguna Munn. Su voz aceleró los poderes de los muros—. Rápido y limpio.

      —¡Espera! —dijo Candy—. Solo quería que Boa supiera que lo siento. Si hubiera sabido que estaba ahí, habría intentado liberarla hace años.

      «Si lo que buscas es la absolución», dijo Boa, «yo no te la concederé».

      —Entonces se acabó —dijo Laguna Munn, cuya respuesta hizo que Candy de pronto se diera cuenta de que la anciana había estado escuchando sus pensamientos desde el principio—. Acabemos con esto de una forma u otra. ¡Candy! Pon las manos sobre la pared. ¡Rápido!

      Candy colocó las palmas en uno de los muros. Al instante, pudo ver criaturas bailando más allá del aire sólido. Sus alas y sus cuerpos desprendían las escamas de oro blanco que los decoraban. Se unieron en las palmas de la mano de Candy; los fragmentos fluían juntos por dos riachuelos dorados.

      Sintió en sus manos cómo se dividían en deltas, cómo se extendían a lo largo de los cauces secos de las líneas de sus palmas y después se hundían aún más, diluyendo la superficie hasta introducirse en sus venas. Las manos se le volvieron traslúcidas; el resplandor dentro de sus músculos era tan intenso que podía ver las simples líneas remarcadas de los huesos de sus dedos y el complicado diseño de los nervios.

      El resplandor se aceleró una vez llegó a los codos, igual que fuego que el viento dirige hacia los matorrales muchos veranos secos. Ascendió rápidamente por sus brazos y le recorrió el cuerpo.

      Candy lo sintió, pero no le dolía. Era más como si le recordaran que esta era ella.

      Era real; y ser real y ella misma era… ¿qué? ¿Qué era? ¿Quién era?

      Esa era la gran pregunta, ¿verdad? Cuando los fuegos artificiales terminaran, ¿quién sería ella?

      «No eres nada», le dijo Boa tranquilamente.

      —Guárdate tus insultos insignificantes para ti, Boa —dijo Laguna Munn—. Puede que hayas sufrido un poco atrapada en la cabeza de la muchacha, pero, por el amor de Lou, existen muertes peores. Como la propia muerte en sí misma. Oh… y mientras hablamos, sé lo que estás pensando: ¡que cuando todo esto haya terminado tendrás a mis hijos correteando de aquí para allá cumpliendo tus órdenes!

      Boa no dijo nada.

      —Eso es lo que pensaba. Bueno, olvídalo. Solo hay espacio para una mujer en la vida de mis preciosos hijos.

      «Por favor», protestó Boa. «Yo nunca intentaría poner en peligro el vínculo sagrado que hay entre tus hijos y tú».

      —No te creo —respondió Laguna Munn con sencillez—. Creo que intentarías cualquier cosa si pensaras que podrías salirte con la tuya.

      «Ni soñarlo. Sé de lo que eres capaz».

      —Tal vez pienses que lo sabes, pero no tienes ni la menor idea, así que ten cuidado.

      «Entendido».

      —Bien. Ahora debería abandonar esta habitación.

      —Espera —dijo Candy—. No te vayas todavía. Me estoy mareando.

      —Será probablemente porque sigo aquí cotorreando. Tengo que dejarte para que des a luz a Boa.

      La imagen que evocaban las palabras de Laguna Munn era grotesca e hizo que Candy tuviera más náuseas que nunca.

      —Es demasiado tarde para sentirse indispuesta, niña. Estamos realizando magia negra. No es la clase de cosa que autoriza el Consejo de Yeba Día Sombrío. Si lo fuera, no estarías aquí. ¿Lo entiendes?

      —Desde luego —dijo Candy.

      Lo entendía perfectamente bien. Ocurría lo mismo en Chickentown. Había un tal doctor Pimloft cuya oficina estaba sobre la lavandería de la calle Fairkettle. Llevaba a cabo СКАЧАТЬ