Название: Medianoche absoluta
Автор: Clive Barker
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
Серия: Abarat
isbn: 9788417525903
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«Sí».
—Entonces ¿por qué habría de quererlas?
«Porque supondrá una agonía indescriptible perderlas. Verás, yo sé lo que es estar sola en mi cabeza, estoy acostumbrada a ello. Pero tú… no tienes ni idea de en qué te has metido».
—Lo sé perfectamente, creo —respondió Candy.
«Ah, ¿sí? Bueno, por si sirve de algo, dudo que te mantengas cuerda. ¿Cómo podría uno seguir estando en su sano juicio cuando no podrá reconocer su rostro en el espejo nunca más?»
—¡Esta es mi cara! —protestó Candy—. ¡La cara de una Quackenbush!
«Menos por los ojos».
—¿Qué pasa con mis ojos?
«Mirarás tu reflejo y la mente que verás devolviéndote la mirada no será la tuya. Todos los recuerdos esplendorosos que pensabas que te pertenecían, todos los preciosos misterios que creías que habías descubierto por ti misma, todas las ambiciones que te son queridas… nada de esto te pertenece».
—No te creo. Me estás mintiendo como hiciste con Finnegan y Carroña.
«No involucres a Finnegan en esto», dijo Boa.
—Oh, te sientes un poco culpable, ¿verdad?
«He dicho…»
—Te he oído.
Hubo unos minutos de silencio incómodo entre las dos. Entonces Boa dijo:
«Sácame… de… esta… ¡PRISIÓN!»
Covenantis apareció y miró a Candy con unos ojos redondos y asustados.
—¿Has oído eso? —dijo en voz baja—. Juraría que era una voz humana. Dime que no la he oído solo yo.
—No, Covenantis, estás perfectamente cuerdo. ¿Podrías empezar con el conjuro, por favor, antes de que se ponga sanguinaria?
—Ya ha empezado. Voy a entrar al laberinto para preparar el lugar de la separación, sígueme hasta a él. Pero primero repite la palabra sagrada diecinueve veces.
—¿Abarataraba?
—Sí.
—¿Eso cuenta como una?
—¡No!
Y eso fue lo último que le dijo antes de desaparecer dentro del laberinto, lo que hizo que Candy se sintiera como si, en el mismo instante en el que estaba tomando una decisión que le cambiaría la vida, algo muy adulto, él la hubiera convertido en una niña en el patio del colegio.
Juntó los últimos seis Abarataraba en un solo «Abarrrarababa» y, sin avisar a Covenantis de que había terminado de contar y de que iba a entrar, lista o no, se introdujo en el laberinto como dos en una y con el deseo de salir de él simplemente como dos.
Capítulo 11
Ruptura
Candy dio cuatro pasos cautelosos entre los oscuros árboles y cada uno la introdujo en una oscuridad más profunda. Con el quinto paso, sin embargo, una criatura voladora apareció en el perímetro de su visión. Zumbaba como un insecto grande y el brillo de sus colores turquesa y escarlata salpicados de motas de oro blanco desafiaba a la oscuridad.
Revoloteó alrededor de su cabeza durante un rato y después se marchó a toda velocidad. Candy dio un quinto paso cauteloso, luego un sexto. De repente la criatura reapareció acompañada de varios cientos de bestias idénticas, que la rodearon con tantos colores y movimiento que se sintió ligeramente mareada.
Cerró los ojos para bloquear la vista, pero el movimiento caótico de las criaturas continuó tras sus párpados.
—¿Qué está ocurriendo? —dijo, alzando la voz entre el ruido de aquella nube de zumbidos—. ¿Covenantis? ¿Sigues ahí?
—¡Paciencia! —escuchó decir al muchacho.
«Tiene miedo», dijo Boa con un deje de diversión en sus palabras. «Esta no es una tarea fácil. Si mete la pata, sacrificará tu cordura». Dejó escapar una risita; había una malicia evidente en ella. «¿No sería eso una lástima?».
—Covenantis —dijo Candy—. Mantén la calma. Tómate tu tiempo.
—Eso nunca se le ha dado bien, ¿verdad, hermano? —dijo Jollo B’gog.
—¡Sal de aquí! —dijo Covenantis—. ¡Madre! ¡Madre!
—Fue ella la que me dijo que podía venir a ayudar —respondió el Niño Malo.
—No te creo —dijo Candy abriendo los ojos de nuevo.
Al hacerlo vio al Niño Malo corriendo a través de un muro de criaturas de colores, que se habían ensamblado delante de ella en un intrincado puzle de alas, extremidades y cabezas. Mientras corría, gritó y dispersó a las criaturas entrelazadas, que se alzaron delante de ella y generaron con sus alas una ráfaga de viento que la golpeó en la cara e hizo que probara el sabor del metal en su lengua.
—¡Para! —gritó Covenantis con la voz de pito colmada de ira.
El Niño Malo simplemente se rio.
—¡Se lo diré a mamá!
—Mamá no me detendrá. A mamá le encanta todo lo que hago.
—Vaya, ¡qué suerte! —dijo Covenantis, incapaz de ocultar por completo su envidia.
—¡Mamá dice que soy un genio! —gritó el Niño Malo.
—Lo eres, cariño, lo eres —dijo Laguna Munn mientras entraba en el espacio como apenas una sombra de sí misma—. Pero este no es el momento ni el lugar de hacer el tonto.
Solo hizo falta el sonido de la voz de Laguna Munn para que las criaturas que había desparramado el Niño Malo con sus juegos volvieran a bajar al momento, se entrelazaran entre ellas (alas con garras, con picos, con crestas, con colas) y formaran una pequeña prisión alrededor de Candy.
—Mejor —dijo Laguna Munn con voz indulgente—. ¿Niño Pálido?
—¿Sí, mamá? —dijo Covenantis.
—¿Has cerrado bien todos los cerrojos?
«Oh, sí», dijo Boa. «Tiene que haber muchos cerrojos. Me gusta cómo suena eso».
—¿Para qué son los cerrojos? —preguntó Candy en voz alta—. ¿Qué queréis dejar fuera?
—No queremos dejar nada fuera… —dijo Covenantis, que se detuvo solo cuando su madre gritó su nombre y redujo la última parte de su respuesta a un susurro—. Es a ti a quien quiere mantener dentro.
—¡Covenantis!
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