Himnos. Eduardo de Gortari
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Название: Himnos

Автор: Eduardo de Gortari

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9786078512546

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СКАЧАТЬ creo que deseemos nunca lo que deseamos. No creo que queramos ser otra cosa más que nosotros mismos, pero el puto problema es que al preguntar qué somos en realidad preguntamos qué queremos ser», soltaste mientras sonaba «Harvest Moon», en el plan filosófico que anuncia el término de las festividades. Me hacía yendo camino a mi habitación cuando me preguntaste si quería bailar.

      «¿No recuerdas que no bailo?».

      «Pero ese era el Nico de antes», replicaste, «el de hoy es lo suficientemente temerario como para treparse a un pinche cohete y a una pista».

      Dejé que eligieras la canción en la rocola. Volvías a la mesa tendiendo la mano cuando empezó a sonar esa vieja canción de Pulp, en una lenta y cruda versión sujetada por la firme voz de Nick Cave.

      «¿Sabías que ya inventaron la patineta voladora?», me preguntaste mientras dábamos sutiles, ingrávidos tumbos por la solitaria pista de un bar vacío.

      «Luisa, qué no te das cuenta: estamos en el futuro».

      Ayer soñé que mi madre estaba conmigo en la EEI. Discutíamos si el telescopio era una máquina del tiempo que inspeccionaba el pasado o una máquina del tiempo que vislumbraba el futuro: la luz sobreviviente de estrellas muertas hace eones o la luz de estrellas que un día guiarán nuestro paso hacia las galaxias. Sergei Krikaliov, el hombre que ha vivido más tiempo en el espacio, aparecía caminando directo hacia nosotros para zanjar el tema con una palabra: «Ambas».

      Los marinos ignoran el vértigo hasta que pisan terreno firme: zarpar es un remedio desesperado contra el mareo. Así me sentí al subir al cohete, una templada mañana de enero del 2015, como si alcanzar la velocidad de escape fuera la única forma de corregir el aturdimiento. Antes del despegue, las palabras de Nick Cave se revelaron como una predicción cumplida, con una tranquilidad semejante a la que otorga el rigor matemático que pronostica un eclipse: nos besamos sobre la pista al ritmo de «Disco 2000», detrás de tus lentes brillaron dos satélites hospitalarios, cogimos en tu cuarto conducidos por una torpeza alcohólica: llegamos a la cama no sin tropiezos, rompiste varios botones de mi camisa, cediste cuando pedí que no te quitaras los tacones: fuimos inhábiles, casi novatos, fuimos tremendos. No podía esperarse menos del espléndido problema que siempre representamos, fue imposible distinguir más tarde lo adolorido de lo contento. Y ante el tenue resplandor que atravesaba las cortinas, hablaste de etimologías hasta que nos dormimos.

      En julio me sorprendiste con un nuevo correo:

      ¿Cuándo regresas?

      Comienza la cuenta regresiva. Sentado en una lata de refresco, las galaxias resplandecen con una nitidez carente de titilaciones. Los días y las noches se suceden cada 92 minutos: en escasos ocho meses con 20 días, he visto 16 amaneceres por cada uno que has visto tú. El piloto revisa el encendido de los motores. La rotación de la Tierra es uno de tantos fenómenos que serían distintos si la densidad de la Luna hubiera sido otra. Al filo del cero, sé que mi nave conoce el camino: ya no reconozco temor alguno. Como la densidad de las canciones que nos acompañan: giran sobre sí mismas, se atraen mutuamente y cada vez que se repiten, se repiten también los hechos que fuimos depositando en ellas. Sentado en una lata de refresco, he flotado de las formas más peculiares. Atravesamos la barrera del cero. Voy a casa. Pienso en ti: los mails intercambiados entre la EEI y la Tierra, los sueños que te conté como si fueran un horóscopo secular, las videoconferencias en las que alzabas tu playera para mostrar el curso de tu embarazo, el Gran Colisionador de Hadrones, las disculpas, los ecogramas, las palabras que me enseñaste para describir este momento, el principio de Arquímedes, las primeras planas, tu pastel de cumpleaños, catábasis y anábasis, los milagros de la ciencia, la totalidad de las formas verbales aglutinadas en un solo plano, mis padres conduciendo camino a casa, la fecundidad de un instante en Florida, los milagros de la medicina, los anversos de tu historia. Pienso en un satélite fruto de una colisión: el encuentro de dos planetas sellado por un azar meticuloso. Atravesamos la barrera Kármán donde ocurren las auroras boreales y en el descenso pasan 39 años ante mis ojos en un zapping total, una película en la que cada acontecimiento y cada obra y cada gesto y cada fecha y cada palabra forman inesperadamente las conexiones siempre esperadas. Luisa, ojalá me preguntes de nuevo si me gustó la película. Vientos de fondo cimbran la nave. Cruzamos la estratósfera como si fuera un mar turbulento. Las luces de emergencia se encienden. Nunca fui Arjuna ni Yuri Gagarin ni Sergei Krikaliov ni Major Tom. Las luces de emergencia resplandecen. ¿Qué hice todo este tiempo sino viajar en el tiempo escasas millonésimas de segundo? Las luces de emergencia. ¿Qué hice todo este tiempo sino volver al futuro? Las luces. Una película dirigida por un azar meticuloso. Recorro el camino a casa. Siempre supe el camino a casa. El 21 de octubre nacerá Luna. La que ilumina. Luisa, ella siempre fue nuestra densidad: Eureka.

       PRIMERA CONJETURA

      Supongo que es el fin. Desde que la plaga llegó al pueblo casi toda mi familia ha terminado en la fosa común. Enterré a mi madre, enterré a mis hermanos, enterré a mis amigos, enterré a mi prometido. En el último funeral mi padre aseguró que esto es culpa de los judíos. Seguramente tiene razón, pero los judíos, aunque infames, siempre han estado con nosotros; y ellos también enferman. En la iglesia solo piden que recemos. Sin duda he rezado mucho en estos días, pero ha sido más por los recién fallecidos que por los que aún siguen vivos. Mi padre dice que debería ser al revés, que ellos están con Dios, dice que rece por nosotros. Al final, rezo principalmente por mí. Las palabras adquieren una fuerza que desconocía: dibujan en mi cabeza a los fallecidos, sus rostros, sus conversaciones, sus andares por el pueblo. Pero esas mismas palabras dibujan, también, los nombres de los que quedan, de los que aún viven, de aquellos que persisten en la siembra y esperan fértiles años y menos muertes. A cambio de rezos apenas recibimos magras cosechas y enigmas: ¿Por qué ahora? ¿Por qué nosotros? A veces creo que todas las charlas que sostenemos no son más que prolongadas despedidas: no será hoy, acaso no esta semana, pero pronto uno de los dos caerá enfermo. Ni siendo menos la comida sobra, varios meses comimos ratas. Mientras tanto rezamos sin saber con exactitud ni los motivos de nuestro duelo ni las razones de este fin, acaso definitivo. Rezo, ahora lo sé, porque en el fondo no estoy segura de que sea nuestra culpa, y no creo tampoco que sea culpa de los judíos, ni creo que hayamos cometido ofensa alguna que merezca un castigo semejante. Rezo porque dudo. Busco reconocer el verdadero rostro de una amenaza invisible.

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