Название: Himnos
Автор: Eduardo de Gortari
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9786078512546
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«Yo te conozco», escuché tras de mí. Unos horrendos lentes de pasta fueron la pista crucial para discernir quién me hablaba: bajo la placa de una puerta en la que la intemperie y el descuido habían desdibujado una L y un 8 hasta formar algo más bien parecido a una I y un 3, estabas tú, más alta y esbelta, con unos jeans que acentuaban tu cintura y una blusa de un verde criminal que por desgracia se ha vuelto a poner de moda.
«¿Luisa, verdad?».
«Así es, Nicolás».
Pasada la primera clase, la súbita cordialidad fue el pretexto idóneo para refugiarnos el uno en el otro: eras el único rostro familiar en kilómetros a la redonda, aunque fuera meramente por habernos conocido en una cita catastrófica ocurrida hacía un año. Presas de un miedo magnético a las aglomeraciones, los rostros desconocidos, pasamos pegados el resto del día, acaso involuntariamente.
Durante la primera semana de clases platicamos todo lo que no habíamos platicado nunca. Parecía que ese año en que no te había visto lo habías pasado metida en un curso intensivo para volverse interesante. Mi estirpe metalera me obligaba a guardar un prudente recelo ante Pearl Jam, pero que te gustaran por encima de Michael Jackson me parecía un prodigio. Seguías sin haber visto Star Wars, pero al fin pudimos hablar de lo buena que era Volver al futuro en comparación con sus medianas secuelas. Tus eventuales silencios, siempre tan dignos, de pronto fueron interpretados por mis hormonas como la máxima representación del atractivo. Incluso, cuando me preguntaste a qué quería dedicarme en la vida, apenas dibujaste una mueca cuando te dije que deseaba ser astronauta.
Pero no fui el único en notar que te habías convertido en una de las chicas más atractivas de todo el Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Sur. El primer año no fui más que el amigo que debían sortear tus pretendientes. En el segundo año solo coincidíamos en el camión al salir de la escuela. En el tercer año fuiste la chica más popular de todas las fiestas a las que no fui invitado.
Soñé que estaba en la EEI cavilando sobre una encomienda del rey: debía comprobar que la corona era de oro puro y no de una aleación barata. Para distraerme del problema real decidía bañarme en una tina de madera. Al sumergirme, notaba cómo mi propio cuerpo empujaba hacia arriba el nivel del agua. Pensaba en el volumen de los cuerpos, el peso de los cuerpos, la densidad de los cuerpos. Acto seguido salía corriendo desnudo por toda la estación gritando: «¡Lo he descubierto! ¡Lo he descubierto!». Pero cada integrante de la tripulación volteaba a verme estupefacto: yo caminaba sobre las superficies curvas de cada módulo, ellos flotaban en el espacio. Yo anunciaba mi descubrimiento en griego, ellos, atónitos, guardaban silencio en inglés.
Iba en el tercer semestre de Física cuando nos reencontramos en una fiesta en el Ajusco. Mi mejor amigo estaba empecinado en ligarse a una amiga extrajera tuya; me llevó solo para entretenerte. Apenas pasó el momento del reconocimiento y la sorpresa, los qué has hecho y los cómo has estado, salió un chiste ineludible:
«No tengo la menor idea de qué se trata tu trabajo», dijimos casi al unísono. La diferencia yacía en cómo explicábamos nuestras elecciones. Aunque había transitado por dos cursos de verano en las instalaciones de la NASA, seguía sin tener claros los motivos que me habían impedido renunciar a una vocación infantil: viajar al espacio. En cambio, tú sabías perfectamente por qué estudiabas literatura. Podías articular lo que yo apenas intuía; convertías una herramienta común a todos, el lenguaje, en una artilugio capaz de parecer solo tuyo. Te escuchaba hablar sobre las propiedades de la escritura para concentrar diversos significados, mientras pensaba en símiles específicos. Jamás me había divertido tanto escuchando un parlamento motivado por el alcohol:
«…es entonces cuando puedes decir que algo es literario, cuando concentras en un breve espacio textual una cantidad inmensa de información, de significados que trascienden el texto…».
«Como un hoyo negro».
«¿Cómo?».
«Un hoyo negro: un espacio sumamente pequeño donde se comprime una enorme cantidad de materia y que atrae todo lo que está a su alrededor. Así es un texto como lo explicas: cuando hay muchísima gravedad en ese texto, pum, se convierte en literatura».
«Más de uno te daría la razón y más de uno debatiría contigo una hora, lo cual no es tener la razón pero sí su respeto».
«¿A un físico borracho? Dudo que haya alguien capaz de algo semejante».
Pero tú fuiste capaz de escuchar a un físico borracho y el resto de la noche buscamos coincidencias entre dos disciplinas que de pronto no parecían tan opuestas.
Alberto huyó de la fiesta con tu amiga alemana y tú te ofreciste a darme un aventón; al fin de cuentas vivíamos a escasas cuadras de distancia. Cuando subimos a tu coche, ese vocho infame que ahora debe descansar en algún deshuesadero igualmente infame, pusiste el estéreo.
«¿Quién canta?».
«Pulp. Te lo juro, junto con “High & Dry”, debe ser la mejor canción del año».
No soportaba su ritmo bailable, ni siquiera entendía la letra, pero fue suficiente escucharla en esa ocasión para grabarla en contra de mi voluntad. Tú ibas tan borracha como yo, conducías del carajo y más de una vez creí que nos estamparíamos. Para colmo te diste el lujo de querer sostener una conversación. Aferrado al asiento, lo último que deseaba era felicitarte porque al fin habías visto Star Wars y discutir por qué demonios te seguía gustando más Volver al futuro. Antes que ver hacia el frente sembrado de obstáculos y peligros, preferí voltear hacia la Luna llena que nos seguía, como si fuera un talismán contra los percances. Cuando llegamos a tu casa creí que había presenciado un milagro, solté un suspiro casi tan grande como el que años más tarde soltaría al rebasar la línea de Kármán y no dudé en interpretar tu heroica inhabilidad tras el volante como una señal ineludible, debía hacerte una pregunta inesperada:
«¿Te has dado cuenta de que nos volvimos a reunir por culpa de una cita ajena?».
«Y yo que siempre creí que tú habías sido mi primera cita», bromeaste.
Soñé que Sergei Krikaliov y yo mirábamos por la escotilla hacia la Tierra mientras pasábamos por encima de Eurasia. Fumábamos cigarros cubanos, bebíamos los mejores expresos de la galaxia. Cuando empezaba nuestro escrutinio sobre las costas de Portugal, él me decía: «Espera a que lleguemos a la Unión Soviética; entonces verás con tus propios ojos la magnificencia a la que es capaz de llegar un pueblo cuando se entrega a un objetivo común, y sentirás vergüenza, Nicolás, sentirás vergüenza por ese país tuyo que jamás ha conocido la concordia y sentirás respeto por la nación que puso al primer hombre en el espacio». Ante la pequeñez de Gran Bretaña y Francia le daba la razón. Sobre una Alemania dividida me preparaba para el espectáculo. Pero al cruzar los Cárpatos y el delta del río Danubio no había más que una nubosidad inescrutable. Sobre Moscú el humo se disipaba dejando ver unas ruinas que llegaban hasta Vladivostok. Incluso Königsberg podía apreciarse como un exclave en llamas. Sergei lloraba a mi lado: «¿Dónde quedó mi país?». Desde Alaska se apreciaba la cavidad donde una vez hubo una nación, como si el cráter de Tunguska abarcara la totalidad del territorio ruso. Pero yo creía que podía consolar a Sergei, el último ciudadano de la Unión Soviética. No dudaba en decirle que no necesitaba un país, que nadie necesita un país, que al principio fue la gente quien inventó las fronteras y luego las fronteras comenzaron a inventar a la gente; y si СКАЧАТЬ