Himnos. Eduardo de Gortari
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Название: Himnos

Автор: Eduardo de Gortari

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 9786078512546

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СКАЧАТЬ hermetismo que le parece prudente y a mí me parece irresponsable, una traición ante la emergencia. Habla como los periódicos que repiten titulares todos los días, «Ayer fue un día soleado», para evadir las masacres que ocurren con la misma frecuencia: cadáveres decapitados en fosas clandestinas, heridos sobre la avenida tras una balacera. A la salida del colegio me harto de un silencio cómplice.

      «Tu hermano, tú, yo: no puede ser casualidad. Seguro alguien más está pasando por lo mismo».

      «Ramón está buscando ayuda, pero no sé contra qué».

      13

      Luis dice que se siente mal, se rasca todo el tiempo, culpa a la dermatitis por la tenaz comezón que ha dejado rasguños en sus brazos y piernas. Aun así vamos al cine, reímos ante la sangre falsa, pega de brincos ante los sustos más burdos. Me lleva a casa, nos besamos brevemente. Pero no tiene ánimos para que fajemos.

      «Lo siento, Domi; neta no me siento muy bien», alega mientras se rasca la nuca. Ante la luz del farol que ilumina el bulevar junto a la playa, los rasguños ostentan un brillo de herida fresca, recién coagulada. Mi cabeza se llena de dudas, como un hormiguero recién poblado, pero Luis malinterpreta mis temores:

      «¿Estás peída?».

      «No, para nada», le digo conteniendo algo más que llanto. Lo abrazo con ese instinto que podría convertirse en costumbre y percibo en sus músculos una cortante fragilidad, como si piel y huesos pudieran crujir entre mis brazos con un mínimo esfuerzo.

      «¿Es como un hormigueo, verdad?», le digo sin soltarlo. No quiero soltarlo.

      14

      Porque puedo sentir ese hormigueo, recorre sus venas, las capas más profundas de su piel. Puedo sentirlo. No en mí, en él. Vomito al subir a mi departamento. Paso una hora bajo la regadera. Sueño que abrazo un cadáver.

      15

      Ramón me marca por la mañana antes de salir al colegio.

      «He estado preguntado y no somos los únicos: amigos que sufren hormigueos, otros sueñan con tormentas de chicatanas. Pareciera que todos nos hemos contagiado de un mismo virus».

      «¿Y qué podemos hacer?».

      «Estoy tras la pista de alguien pero no sé si funcione».

      «¿Y entonces?».

      «Esperar tal vez».

      «¿Esperar a qué!».

      «No lo sé tampoco, no sé qué signifique esto».

      16

      Ya es demasiado tarde. Esta mañana en el colegio, durante la misa que antecede las clases, anuncian que César ha muerto. Dicen que enfermó de zika, que estuvo días en el hospital, que el tratamiento no surtió efecto. Por supuesto mienten: «Ayer fue un día soleado», dice el periódico mientras una nueva fosa se abre en los extrarradios del Puerto.

      Ni Julia ni Ramón han venido a clase y no contestan mis llamadas. En el receso saco mi patineta del locker y me escapo por la barda trasera del colegio. En el largo camino hasta casa de Julia le marco a Luis y tampoco contesta.

      17

      Julia no abre la puerta, no responde llamados. Sabemos que está bien porque llora: sus gemidos inundan el departamento con el mismo regusto amargo de las chicatanas freídas en el sartén el día que empezó todo esto.

      Ramón me saca al patio, prende un cigarro.

      «César no tenía zika ni nada semejante. Julia me dijo ayer que la última vez que lo vio tenía las ronchas y la fiebre, pero no, no era esa verga. Él sentía hormigueos».

      Noto una roncha en su nuca. Ramón también está enfermo.

      «Como si un ejército se abriera paso bajo tu piel, un hormigueo que empieza en tu uretra y poco a poco se extiende hacia tus brazos, tus piernas; ese ejército llega a tus ojos y empiezas a ver rojo. Te sientes débil, y más que débil te sientes muy frágil, quebradizo, como una pinche hormiga que aprietas y deja pus entre tus dedos».

      18

      Desgasto las llantas de mi patineta sin voltear. Sé que están atrás de mí. Siento las hormigas en mi coño, una procesión de antenas y patas bajo mi piel, pulverizan carne a dentadas, reemplazan sangre con mancha, con esa tromba roja que pisa la playa para anidar en nosotros.

      19

      El zumbido de las hormigas parece el siseo de una serpiente.

      20

      «Sabía que vendrías tarde o temprano», dice Elvia, entre veladoras y fotografías, matas de romero y hierbabuena, tras las cortinas de un puesto de inciensos en el mercado Hidalgo. «Tú o alguien más, sabía que alguien vendría. Pero has llegado tarde. Ya no puedes contener la pandemia, no podrás evitar más contagios. La sangre llama, niña, siempre llama. ¿Quién limpia los terrenos, quién barre los despojos? Las hormigas. ¿Y quién es la madre de las hormigas? ¿Qué madre no va detrás de sus hijos? Esto es una venganza y es una limpieza. La sangre se limpia con sangre. Morirán tan chicos, como insectos, son destinos rotos por la tormenta».

      21

      He encontrado un nido de chicatanas en el manglar al otro lado del Jamapa. Uso mi tabla como una pala y el machete que me dio Elvia como un atávico amuleto. Debo limpiar esta guarida de coralillo. Si mato a la madre de las hormigas, estas saldrán mañana nuevamente, habrán de cortejarse en el aire oscuro, formarán nuevos nidos. La tromba interrumpió su apareamiento y por eso vinieron a nosotros, núbiles cuerpos. Pienso en el cadáver de César cubierto de chicatanas; anidaron hasta quebrarle la piel, como un caparazón, dejando los puros huesos. La coralillo aparece dibujando en el aire un dos repentino. Debo decapitarla, que las hormigas vuelvan a su nido. Mañana seguirán las masacres y los contagios; los periódicos dirán que fue un día caluroso; nadie sabrá que salvé a algunos; pero ni Julia ni Ramón ni Luis ni yo sentiremos la roja procesión, libres de toda mancha. Soñaré un vuelo nupcial esta noche. Habrá pasado la tromba.

      22

      Los veo en la calle y sé que están enfermos, que se han infectado. Se rascan con una furia inútil que ensangrenta los brazos, con un vigor insuficiente para el escape. Otros se retuercen por reflejo; ignoran que están muertos. Cuerpos decapitados, se fatigan en los últimos estertores de una inútil resistencia. Solo unos cuantos yacen en inmóvil resignación. No veo banqueta ni asfalto: solo cuerpos del color de la sangre que revientan bajo las llantas de mi patineta. Cuando tomo impulso, mi pie barre esqueletos que ya no manchan la lija de mi tabla con una pasta roja, tornasolada.

       LA FLORACIÓN DE LOS ROBLES: UNA DENDROCRONOLOGÍA

      Ya se sabe: el primer recuerdo suele ser implantado: cada vida tiene por espuela una ficción. Lo cual no impide que aún conserve la exacta memoria del día en que emergió como verde banderita producto de un viaje, ácido e inhóspito, por el tracto digestivo de un zanate. Desde entonces siente una nostalgia por el vuelo que ha combatido parcialmente en el laborioso esfuerzo de rozar alturas que solo conoció siendo semilla. Todo camino es fruto de una desolación: los hombres retiraban la maleza, los pastos salvajes y azarosos, para marcar la ruta más cómoda hacia un mar que en días nítidos se dibujaba a la distancia como un vago espejismo СКАЧАТЬ