El primer rey de Shannara. Terry Brooks
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Название: El primer rey de Shannara

Автор: Terry Brooks

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Las crónicas de Shannara

isbn: 9788417525286

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СКАЧАТЬ nada en esa parte de las Tierras del Norte. Nada echaba raíces. A medida que el tiempo pasaba, toda esa región devastada se cubrió de nubes y niebla, tornándose árida y yerma. Polvo y rocas. Se decía que ningún ser podía vivir allí. Nadie que estuviera realmente vivo.

      La mayoría no se creía esas historias. Muchos ignoraban el tema por completo. En cualquier caso, se trataba de una parte del mundo remota e inhóspita. ¿Qué más daba qué viviera allí o qué no? Sin embargo, Kinson se había adentrado en las Tierras del Norte para descubrirlo por sí mismo. Apenas había conseguido escapar de allí con vida: los seres alados lo habían perseguido durante cinco días tras encontrárselo merodeando en el límite de sus dominios. Tan solo su gran habilidad y algo más que un poco de suerte lo habían salvado.

      De modo que, cuando Bremen lo había abordado, él ya estaba convencido de que lo que decía el druida era cierto. El Señor de los Brujos existía. Brona y sus acólitos vivían al norte del Reino de la Calavera. La amenaza que representaba para las Cuatro Tierras no era fruto de la imaginación de la gente. Había algo desagradable que se estaba gestando lentamente.

      Había aceptado acompañar al anciano en esos viajes para servirle como segundo par de ojos cuando fueran necesarios, para hacerle de guía y explorador, y para protegerse mutuamente cuando los amenazara algún peligro. Kinson lo había hecho por múltiples razones, pero ninguna era tan imperiosa como el hecho de que por primera vez en la vida tenía la sensación de tener un objetivo. Estaba cansado de ir a la deriva, de vivir sin nada más que hacer que volver a ver lo que ya había visto y no recibir ningún pago por ese privilegio. Estaba aburrido y había perdido el rumbo. Quería un desafío.

      Y, sin duda, eso era precisamente lo que Bremen le había ofrecido.

      Sacudió la cabeza, asombrado. Le sorprendía lo lejos que habían llegado y lo mucho que aquello los había unido, así como lo que significaban ambas cosas para él.

      Por el rabillo del ojo, distinguió un aleteo en la lejanía, en las llanuras vacías de Streleheim. Parpadeó y fijó la vista en la oscuridad, pero no vio nada. Entonces, volvió a aparecer ese movimiento, un revoloteo de oscuridad al amparo de la sombra de un largo barranco. Estaba tan lejos que no podía estar seguro de qué había visto, pero aun así receló en el acto. Sentía un nudo frío en el estómago. Ya había visto movimientos parecidos otras veces, siempre cuando era de noche, siempre en medio de la nada de un lugar desolado cercano a la frontera de las Tierras del Norte.

      Se quedó quieto, observando, con la esperanza de estar equivocado. Volvió a divisar el movimiento, esta vez más cerca. Algo se había levantado de la tierra y pendía flotando sobre la forma oscura de la planicie nocturna, para luego descender de nuevo. Podría tratarse de un ave de grandes alas, pero no lo era.

      Era un Portador de la Calavera.

      A pesar de todo, Kinson esperó, decidido a asegurarse de cuál era el camino que seguía la criatura. De nuevo, la sombra se elevó sobre la tierra, planeó bajo la luz de las estrellas y siguió el barranco durante un trecho hasta que se alejó, acercándose a un ritmo constante hacia donde permanecían ocultos el fronterizo y el druida. Volvió a descender y desapareció en la oscuridad de la tierra.

      De pronto, Kinson se dio cuenta, con desazón, de lo que estaba haciendo el Portador de la Calavera: estaba siguiéndole la pista a alguien.

      A Bremen.

      Entonces, Kinson se volvió deprisa, pero el anciano ya estaba a su espalda, oteando en la lejanía de la noche.

      —Estaba a punto de…

      —De levantarte —terminó Bremen—. Sí, me he dado cuenta.

      Kinson volvió a fijar la mirada en la planicie. No se movía ni un alma.

      —¿Lo has visto? —le preguntó, en voz baja.

      —Sí. —La voz de Bremen, calmada, también reflejaba que estaba en guardia—. Hay uno que me sigue la pista.

      —¿Estás seguro? ¿Seguro de que sigue tu rastro y no el de otro?

      —De alguna manera, no tuve el cuidado suficiente cuando salí. —Los ojos de Bremen destellaron—. Sabe que he seguido este camino y busca el lugar adónde he ido. No me vieron cuando estaba en el Reino de la Calavera, de modo que si me descubre es por pura suerte. Debería haber estado más atento cuando crucé las llanuras, pero creía que ya estaba a salvo.

      Continuaron vigilando y el Portador de la Calavera reapareció: se elevó hacia el cielo por un momento y planeó en silencio atravesando el paisaje. Luego, volvió a descender hacia las sombras.

      —Aún hay tiempo antes de que llegue aquí —susurró Bremen—. Creo que deberíamos irnos. Disimularemos nuestro rastro para confundirlo por si se diera el caso de que decide seguirnos más. Paranor y los druidas nos esperan. Vamos, Kinson.

      Ambos se levantaron y retrocedieron hacia las sombras de la otra ladera de la colina, en dirección al bosque. Se marcharon sin hacer el menor ruido, con movimientos suaves y estudiados. Parecía que sus siluetas negras se deslizaban sobre la tierra.

      En cuestión de segundos, habían desaparecido de la vista.

      2

      Caminaron durante lo que quedaba de noche a través del bosque que les ofrecía refugio. Kinson encabezaba la marcha y Bremen era una sombra que seguía sus pasos. Ninguno de los dos abrió la boca, se sentían cómodos en silencio y con la compañía del otro. Aunque no volvieron a ver al Portador de la Calavera, Bremen usó la magia para ocultar sus huellas, la justa para enmascarar que habían pasado por allí sin que llegara a llamar la atención. Pero, al parecer, el cazador alado había optado por no continuar su búsqueda más allá de

      Streleheim, ya que si lo hubiera hecho, ambos habrían detectado su presencia. Ahora solo percibían la presencia de las criaturas que vivían allí, nada más. Al menos de momento, estaban a salvo.

      El paso de Kinson Ravenlock era infatigable, un movimiento fluido, afinado gracias a decenas de años de viajar a pie por las Cuatro Tierras. El fronterizo era grande y fuerte, un hombre en la flor de la vida, que aún podía confiar en los reflejos y la velocidad en caso de que los necesitara. Bremen lo observaba con admiración; le recordaba su propia juventud y le hacía pensar en la larga vida que él mismo había vivido ya. El Sueño del Druida le había proporcionado una mayor longevidad que a la mayoría, más larga de la que tendría según las leyes de la naturaleza, pero no era suficiente. Sentía que la fuerza se le escurría entre los dedos a diario. Todavía era capaz de seguir el paso del fronterizo cuando viajaban, pero ya no le era posible conseguirlo sin la ayuda de un poco de magia. A estas alturas hacía uso de ella en casi cualquier ocasión y era consciente de que el tiempo que le quedaba en este mundo se hacía cada vez más corto.

      Con todo, tenía confianza en sí mismo. Siempre la había tenido y eso, más que nada, era lo que lo mantenía con fuerzas y ánimos. Se había unido a los druidas cuando era joven y lo habían educado y le habían enseñado historia y lenguas antiguas. En aquella época, todo era muy distinto: los druidas se implicaban activamente en la evolución y el desarrollo de las razas, esforzándose para que estas se unieran en pos de unos objetivos comunes. Fue más tarde, hacía menos de setenta años, cuando habían empezado a retractarse de su implicación para dedicarse a estudios confidenciales. Bremen había ido a Paranor a aprender y nunca había querido, ni necesitado, dejar de hacerlo. Sin embargo, aprender requería algo más que pasarse horas encerrado, estudiando y meditando. Era СКАЧАТЬ