El primer rey de Shannara. Terry Brooks
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Название: El primer rey de Shannara

Автор: Terry Brooks

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Las crónicas de Shannara

isbn: 9788417525286

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СКАЧАТЬ —señaló el druida y alzó los ojos para mirar al fronterizo—. Debes oírlo todo. Esos seres alados están buscando una piedra élfica. Una piedra élfica negra. El Señor de los Brujos descubrió su existencia en algún punto de las páginas de ese maldito libro, donde se la menciona. No es una piedra élfica normal, como las otras de las que hemos oído hablar. No es una de esas tres: una para el corazón, una para la mente y una para el cuerpo de quien las usa. Tampoco une su poder al resto de piedras cuando se la invoca. La magia de esta piedra es capaz de cometer verdaderas atrocidades. Existe cierto misterio en torno al motivo por el que se creó la piedra y al uso que se le pretendía dar, pero todo esto se ha perdido con el paso del tiempo. Aun así, parece que el Ildatch hace referencia explícita e intencionada a las capacidades de esta piedra, y yo tuve la fortuna de enterarme. Mientras me aferraba a las sombras de la pared de la gran cámara, donde los seres alados se reúnen y su señor dicta las órdenes, oí que la mencionaban. —Bremen se inclinó hacia el fronterizo—. Está escondida en algún lugar de las Tierras del Oeste, Kinson, en las profundidades de una antigua fortaleza, protegida de modos que ni tú ni yo podemos imaginar. Ha permanecido escondida desde los tiempos del reino de la magia, perdida en la historia y olvidada, igual que se olvidaron la magia y las gentes que la ejercieron. Ahora espera que la descubran y la usen.

      —¿Y qué uso sería ese? —preguntó Kinson, insistente.

      —La piedra tiene el poder de socavar el resto de magia, tome la forma que tome, y ponerla al servicio de aquel que la sostiene. No importa cuán poderosa o intrincada sea la magia del otro, si tú tienes la piedra élfica negra, puedes dominar a tu adversario. La piedra filtrará la magia del otro y la hará tuya. Tu adversario quedará completamente a tu merced.

      Kinson sacudió la cabeza, con aire de desesperación.

      —¿Cómo puede enfrentarse alguien a un arma así?

      El anciano soltó una carcajada suave.

      —Vamos, vamos, Kinson, tampoco es algo tan simple, ¿verdad? Recuerdas las lecciones, ¿a que sí? Cualquier uso de magia requiere pagar un precio. Siempre acarrea consecuencias y, cuanto más poderosa es la magia, mayores serán las consecuencias. Pero dejemos este debate para otro momento. Lo importante es que no podemos dejar que el Señor de los Brujos posea la piedra élfica negra, porque a él no le importan las consecuencias en absoluto. Ya hace tiempo que cruzó la línea en la que la razón podía influir en sus acciones. De modo que debemos encontrar la piedra élfica negra antes que él, y rápido.

      —¿Y cómo lo conseguiremos?

      El druida bostezó y se estiró con aire cansado; sus ropajes negros se alzaron y descendieron con un suave frufrú de la tela.

      —Desconozco la respuesta a tu pregunta, Kinson. Además, tenemos otros asuntos de los que debemos ocuparnos primero.

      —¿Irás a Paranor y te presentarás ante el Consejo Druida?

      —Debo hacerlo.

      —¿Qué sentido tiene? No van a escucharte. Desconfiarán. Algunos incluso te temen.

      El anciano asintió.

      —Algunos, pero no todos. Hay un puñado que me escucharán. En cualquier caso, debo intentarlo, ya que corren un grave peligro. El Señor de los Brujos recuerda demasiado bien que ellos fueron los responsables de su caída en la Primera Guerra de las Razas. No se arriesgará a que intervengan por segunda vez, aunque ya no representen una auténtica amenaza para él.

      Kinson fijó la vista en la lejanía.

      —Aunque sea una estupidez ignorarte, Bremen, eso es precisamente lo que harán. Han perdido todo contacto con la realidad que existe más allá de los muros tras los que se refugian. Hace tanto tiempo que no se aventuran a salir al mundo que ya no son capaces de entender la verdadera envergadura de las cosas. Han perdido su identidad, han olvidado su objetivo.

      —Silencio. —Bremen colocó una mano firme en el hombro del otro—. No tiene sentido repetirnos lo que ya sabemos. Haremos lo que podamos y luego retomaremos nuestro camino. —Le dio un apretón con suavidad—. Estoy muy cansado. ¿Te importaría montar guardia unas pocas horas mientras duermo? Después ya podremos irnos.

      El fronterizo asintió.

      —Haré guardia.

      El anciano se levantó, se adentró en las sombras que proyectaba el árbol de ramas anchas y allí se tendió y acomodó sobre su ropa, en un trozo de césped suave. Al cabo de unos minutos se había dormido y la respiración se le tornó profunda y regular. Kinson lo observó. Incluso así, Bremen no cerraba los ojos por completo. Tras esas rendijas finas, se entreveía un resplandor de luz. «Como un gato», pensó Kinson y apartó la mirada rápidamente. Como un gato muy peligroso.

      ***

      El tiempo transcurría y la noche se alargaba. La medianoche llegó y pasó. La luna descendía hacia la línea del horizonte y las estrellas giraban en un patrón caleidoscópico infinito sobre la negrura. El silencio se imponía sobre Streleheim como una mortaja y en el vacío de las llanuras no se movía nada. Incluso entre los árboles, donde Kinson Ravenlock montaba guardia, el único sonido que se percibía era la respiración del anciano.

      El fronterizo bajó la vista para observar a su compañero. Bremen era un paria tanto como él, tenía sus propias creencias y lo habían exiliado por ser el único capaz de aceptar ciertas verdades.

      En ese sentido ambos se parecían, pensó Kinson. Se acordó de la primera vez que se encontraron. El anciano se le acercó en una posada en Varfleet, en busca de sus servicios. Kinson Ravenlock había sido un batidor, rastreador, explorador y aventurero durante al menos veinte años, desde que tenía quince. Había crecido en Callahorn y participaba en la vida de la frontera como miembro de un puñado de familias que permanecieron en las tierras fronterizas cuando el resto de la gente se adentró aún más al sur para distanciarse de su pasado. Tras el término de la Primera Guerra de las Razas, cuando los druidas habían divivido las Cuatro Tierras, dejando a Paranor en la encrucijada, los hombres habían decidido que dejarían una barrera entre ellos y el resto de las razas. Así que, mientras las Tierras del Sur se extendían hacia el norte hasta los Dientes del Dragón, los hombres abandonaron casi todas las tierras por encima del Lago del Arco Iris. Tan solo un puñado de familias de las Tierras del Sur se habían quedado, porque creían que aquella era su casa y no quisieron trasladarse a las áreas más pobladas, en las tierras que se les había asignado. Los Ravenlock habían sido una de esas familias.

      En consecuencia, Kinson había crecido como fronterizo y había vivido donde acababa la civilización, y por esa razón se sentía tan cómodo con los elfos, los enanos, los gnomos y los trolls como con los hombres. Había viajado por las tierras de todos ellos, aprendiendo sus costumbres. Incluso había llegado a dominar sus idiomas. Le interesaba profundamente la historia y había oído cómo la contaban desde los suficientes puntos de vista como para extraer la verdad más importante de todas las que escondía. Bremen también estudiaba la historia y desde el principio coincidieron en ciertas opiniones. Una era que las razas podían llegar a mantener la paz solo si fortalecían los vínculos que las unían, no si se distanciaban. Y otra era que el mayor obstáculo para conseguirlo era el Señor de los Brujos.

      Por aquel entonces, cinco años, atrás ya corrían rumores. Había algo maligno que habitaba el Reino de la Calavera, un abanico de bestias y criaturas nunca vistas. Según se decía, había cosas que volaban, monstruos alados que recorrían las tierras por la noche, buscando víctimas a las que cazar. Circulaban historias sobre hombres que habían ido al norte y nunca más se les había vuelto a ver. Los trolls СКАЧАТЬ