El primer rey de Shannara. Terry Brooks
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Название: El primer rey de Shannara

Автор: Terry Brooks

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Las crónicas de Shannara

isbn: 9788417525286

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      IBIC: FM

      Conversión a ebook: Taller de los Libros

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      El primer rey de Shannara

      

       Descubre los orígenes del mundo de Shannara

      Tras la Primera Guerra de las Razas, los druidas de Paranor consagraron sus vidas al estudio de las antiguas ciencias, pero Bremen y sus pupilos continuaron practicando las artes arcanas. Como castigo, Bremen es expulsado de las tierras de los druidas. En el exilio, advierte que una terrible amenaza se cierne sobre las Tierras del Norte, donde unas fuerzas oscuras comandadas por un antiguo druida avanzan hacia el sur con el fin de someter a las gentes de las Cuatro Tierras. Tras infiltrarse en sus filas para estudiar al enemigo y conocer sus poderes, Bremen descubrirá que solo el arma más poderosa de las Cuatro Tierras podrá acabar con Brona, el malvado Señor de los Brujos, y para dar con ella, necesitará la ayuda de todas las razas.

       La saga de fantasía épica que ha vendido 27 millones de ejemplares

      «No sé cuántos libros de Terry Brooks he leído (y releído) en mi vida. Su obra fue importantísima en mi juventud.»

      Patrick Rothfuss

      «Un gran narrador, Terry Brooks crea epopeyas ricas llenas de misterio, magia y personajes memorables.»

      Christopher Paolini

      «Confirma el lugar de Terry Brooks a la cabeza del mundo de la fantasía.»

      Philip Pullman

      «Un viaje de fantasía maravilloso.»

      Frank Herbert

      «Shannara fue uno de mis mundos favoritos de la literatura cuando era joven.»

      Karen Russell

      «Si Tolkien es el abuelo de la fantasía moderna, Terry Brooks es su tío favorito.»

      Peter V. Brett

      

      

       Para Melody, Kate, Lloyd, Abby y Russell,

       libreros extraordinarios

La caída de Paranor

      1

      El anciano apareció de la nada como por arte de magia. El fronterizo estaba esperándolo, sentado al amparo de las sombras de un árbol de madera noble que se extendía y lo ocultaba. Se había situado en la parte alta de la ladera de la montaña, desde donde podía otear todo Streleheim y los caminos que de allí partían. A la luz de la luna llena se divisaba todo en un radio de diez millas a la redonda y, aun así, no lo había visto. Le inquietaba y a la vez le hacía sentirse un tanto avergonzado, y el hecho de que siempre que se encontraban ocurriera del mismo modo no lo hacía más llevadero. ¿Cómo lo conseguía el anciano? El fronterizo se había pasado la mayor parte de la vida en esas tierras y seguía vivo gracias a su ingenio y experiencia. Había visto cosas que muchos otros ni siquiera sabían que existían. Era capaz de discernir los movimientos de los animales a partir de su marcha entre la hierba alta. Podía decir con certeza a cuánta distancia se encontraban y a qué velocidad avanzaban. Y aun así era incapaz de ver al anciano durante la noche más clara y en la llanura más despejada, por mucho que supiera que debía buscarlo.

      Tampoco ayudaba que el anciano diese con él con tanta facilidad. Se alejó a propósito del camino y se dirigió hacia el fronterizo con zancadas lentas y comedidas, con la cabeza un poco gacha y la vista, que se entreveía por debajo de la sombra de la cogulla, alzada. Iba de negro, como cualquier druida, con capa y capucha, envuelto en una oscuridad aún más impenetrable que las sombras que lo rodeaban. No era un hombre grandullón, ni siquiera era alto o musculoso, pero daba la impresión de ser fuerte y con una determinación férrea. Cuando se le veían los ojos, eran de un tono verdoso. Pero, a veces, también parecía que los tuviera blancos como la leche, sobre todo en ese momento, cuando la noche se llevaba los colores y lo reducía todo a un abanico de tonos grises. Le brillaban como la mirada de un animal iluminada por un rayo de luz: salvajes, penetrantes e hipnóticos. La luz también alumbraba el rostro del anciano y le esculpía las profundas líneas que lo surcaban, desde la frente hasta la barbilla, como un revoltijo de crestas y valles marcados en aquella piel desgastada. Su cabello y barba eran grises, pero se estaban tornando blancos, y cada pelo era ralo y delgado, como los hilos enredados de una telaraña.

      El fronterizo abandonó el escondite y se levantó despacio. Era alto y larguirucho, con una espalda ancha. Tenía el pelo largo y negro, anudado en una coleta. Sus ojos marrones brillaban con una mirada aguda y fija, y el rostro delgado era un conjunto de planos y ángulos, aunque atractivo dentro de su tosquedad.

      El semblante del anciano se contrajo en una sonrisa cuando se le acercó.

      —¿Cómo te encuentras, Kinson? —lo saludó.

      El sonido familiar de su voz se llevó la irritación de Kinson Ravenlock como polvo que arrastra el viento.

      —Me encuentro bien, Bremen —le contestó, y le ofreció la mano como respuesta.

      El anciano la aceptó y se la estrechó con firmeza. Tenía la piel seca y áspera debido al paso de los años, pero el agarre era fuerte.

      —¿Cuánto llevas esperando?

      —Algo así como tres semanas, lo que no es tanto como había imaginado. ¡Vaya sorpresa me has dado! Aunque eso no es novedad, claro.

      Bremen soltó una carcajada. Cuando se separaron, hacía ya seis meses, habían acordado que se reunirían de nuevo con la llegada de la primera luna llena de la cuarta estación, al norte de Paranor, justo donde el bosque cedía el paso a las llanuras de Streleheim. Habían convenido el momento y el lugar del encuentro, aunque no era algo fijo. Ambos eran conscientes de la incertidumbre a la que se enfrentaba el anciano. Bremen se había dirigido al norte y se había adentrado en tierras prohibidas. El momento y el lugar de su retorno estaría condicionado por sucesos que ninguno de ellos dos conocía en el momento de fijar la reunión. Para Kinson, haberse visto obligado a aguardar tres semanas no era nada. Habrían podido ser tres meses perfectamente.

      El druida lo observó con esa mirada penetrante, blanca bajo la luz de la luna, desprovista de cualquier otro color.

      —¿Has aprendido mucho durante mi ausencia? ¿Has empleado bien el tiempo?

      El fronterizo se encogió de hombros.

      —En parte. Siéntate conmigo y descansa. ¿Has comido?

      Le ofreció al anciano un trozo de pan y un poco de cerveza y ambos se sentaron encorvados en la oscuridad, sin dejar de vigilar las anchas llanuras que se extendían ante ellos. Allí reinaba el silencio, vacío, СКАЧАТЬ