El primer rey de Shannara. Terry Brooks
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Название: El primer rey de Shannara

Автор: Terry Brooks

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Las crónicas de Shannara

isbn: 9788417525286

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СКАЧАТЬ del druida. Una hoguera llamaría demasiado la atención como para que valiese la pena arriesgarse.

      —Los trolls se dirigen hacia el este —explicó Kinson, al cabo de un rato—. Son miles y miles, más de los que pude llegar a contar. Hace unas cuantas semanas, cuando estaban cerca de donde ahora estamos, bajé a su campamento mientras había luna nueva. Sus números crecen, y a algunos los mandan a servir a un lugar que desconozco. Controlan todo el territorio desde el norte de Streleheim hasta más allá de donde me he atrevido a aventurarme. —Hizo una pausa—. ¿Has descubierto algo que diga lo contrario?

      El druida sacudió la cabeza. Se había echado la capucha hacia atrás y la melena gris reflejaba la luz de la luna.

      —No. Ahora todo ese territorio le pertenece.

      Kinson le lanzó una mirada perspicaz.

      —Entonces…

      —¿Qué más has visto? —le urgió el anciano, interrumpiéndolo.

      El fronterizo agarró el odre de cerveza y bebió.

      —Los líderes del ejército están encerrados en las tiendas, nadie los ve. Los trolls tienen miedo incluso de pronunciar sus nombres, lo que me extraña. Hasta donde yo sé, no hay nada que asuste a los trolls de las rocas. Excepto ellos, al parecer. —Miró al anciano—. Por la noche, a veces, mientras vigilo, diviso sombras extrañas que revolotean por el cielo bajo la luz de la luna y las estrellas. Seres alados y negros atraviesan el vacío, cazando, vigilando o protegiendo lo que ya han tomado; no lo sé con seguridad y tampoco quiero saberlo. Sin embargo, los intuyo. Incluso ahora, están ahí, dando vueltas en círculo. Siento su presencia como si fuera un picor que me recorre todo el cuerpo. No, un picor no; como si tuviera escalofríos, del tipo que tienes cuando notas que hay alguien que te está observando y sabes que tiene malas intenciones. Se me eriza la piel. No me han visto, porque si lo hubieran hecho, sé que estaría muerto.

      Bremen asintió.

      —Son Portadores de la Calavera, obligados a servirle solo a él.

      —Entonces ¿está vivo? —Kinson no pudo contenerse—. ¿Estás seguro? ¿Lo has comprobado?

      El druida dejó a un lado la cerveza y el pan y se colocó frente a frente con él. Tenía la mirada perdida, llena de recuerdos oscuros.

      —Está vivo, Kinson. Tan vivo como tú y como yo. Le seguí la pista hasta su guarida, en la profundidad de las montañas del Filo del Cuchillo, donde nace el Reino de la Calavera. Al principio no estaba seguro, eso ya lo sabes. Lo sospechaba, creía que así era, pero me faltaban pruebas que lo demostraran. Así que viajé hacia el norte, tal y como habíamos planeado, crucé las llanuras y me adentré en las montañas. Me crucé con cazadores alados mientras avanzaba. Solo salían por la noche y eran como grandes aves rapaces que rondaban al acecho de cualquier cosa viva. Me hice invisible como el aire que surcaban; si me miraban, no veían nada. Creé una capa de magia que me envolvía, pero sin que fuera de un calibre importante, para que no la detectaran en presencia de su misma especie. Seguí hacia el oeste, crucé las tierras de los trolls y las encontré completamente dominadas. Aquellos que se resistían habían sido sentenciados a muerte y quienes habían podido huir, ya lo habían hecho. Los que quedan ahora son sus siervos.

      Kinson asintió. Habían pasado seis meses desde que los asaltantes trolls habían peinado el territorio, empezando desde la parte este de las montañas Charnal. Subyugaron a su propio pueblo. Su ejército era extenso y veloz, y en menos de tres meses, toda resistencia había sido aplastada. Las Tierras del Norte se encontraban bajo el mando de un ejército conquistador, cuyo líder era un misteriosa figura de la que se desconocía su identidad. Había rumores al respecto, pero no se habían confirmado. En realidad, pocos sabían que existía. La voz no había corrido más allá de los asentamientos fronterizos de Varfleet y Tyrsis, los puestos de avanzada más recientes de la raza del hombre, aunque las noticias sí que se habían esparcido a este y oeste, hacia las tierras de los enanos y de los elfos. Pero los enanos y los elfos estaban más unidos a los trolls. Los hombres eran la raza marginada, el enemigo más nuevo de las otras. Todavía se recordaba la Primera Guerra de las Razas, aunque ya habían transcurrido trescientos cincuenta años desde su final. Los hombres vivían aparte, en las ciudades lejanas de las Tierras del Sur, como el conejo que sale disparado a esconderse en su madriguera bajo tierra, tímido, inofensivo e irrelevante con respecto al desarrollo de los hechos importantes; eran comida para los depredadores y poco más.

      «Pero no es mi caso», pensó Kinson, con aire lúgubre. «No soy ningún conejo, nunca lo he sido. He huido de ese destino. Me he convertido en un cazador».

      Bremen se removió y cambió su peso de lado buscando un poco de comodidad.

      —Me adentré en las profundidades de las montañas, buscándolo —continuó, de nuevo perdido en su historia—. Cuanto más me adentraba, más convencido estaba. Había Portadores de la Calavera por doquier. También había otros engendros, criaturas invocadas del reino de los espíritus, entes muertos devueltos a la vida, el mal hecho ser. Me mantuve alejado de todos ellos, vigilante y cauto. Sabía que, si me descubrían, seguramente la magia no sería suficiente para salvarme. La oscuridad que había allí era abrumadora, opresiva y empañada del olor y el sabor a muerte. Al final, llegué a la Montaña de la Calavera; fue una visita rápida, era todo a lo que me podía arriesgar. Me metí sin que me vieran por los corredores y encontré lo que había estado buscando. —Hizo una pausa y frunció el ceño—. Y mucho más, Kinson. Mucho más, y ninguna de las cosas que encontré presagian nada bueno.

      —Pero ¿él estaba allí? —preguntó Kinson, ansioso, con una expresión vehemente de cazador y un resplandor en los ojos.

      —Estaba allí —confirmó el druida en voz baja—. Se envolvía en su magia y se mantenía con vida gracias al Sueño del Druida. No lo usa con prudencia, Kinson. Cree que está por encima de las leyes de la naturaleza. No ve que, cualquiera, no importa cuán fuerte sea, tiene que pagar un precio por todo aquello que usurpa y esclaviza. O quizá es que no le importa, sencillamente. Ha caído bajo el influjo del Ildatch y no puede liberarse, haga lo que haga.

      —¿Es el libro de magia que robó y se llevó de Paranor?

      —Sí, hace cuatrocientos años. En aquel entonces, él solo era Brona, un druida más, uno de los nuestros; todavía no se había convertido en el Señor de los Brujos.

      Kinson Ravenlock conocía la historia. Bremen se la había contado, aunque la historia era tan conocida entre las razas que ya la había oído un millón de veces. Galáfilo, un elfo, había convocado el primer Consejo de los Druidas hacía quinientos años, casi un millar de años después de la devastación que habían provocado las Grandes Guerras. El Consejo se había reunido en Paranor, se habían congregado los hombres y mujeres más sabios de todas las razas, aquellos que recordaban cosas del antiguo mundo, aquellos que aún conservaban algunos libros tan destrozados que se desmenuzaban, aquellos cuyos conocimientos habían sobrevivido a un millar de años de barbarie. El Consejo se había reunido en un último intento desesperado de sacar a las razas de la violencia que las consumía y conducirlas hacia una nueva y mejorada civilización. Codo con codo, los druidas habían emprendido la tarea laboriosa de recopilar todo su conocimiento, de reunir todo lo que quedaba para que fuera empleado para el bien común. El objetivo de los druidas era trabajar para la mejora de los pueblos, sin tener en cuenta el pasado. Había hombres, gnomos, enanos, elfos, trolls y más; los mejores y los más sabios de todas las nuevas razas que habían resurgido de las cenizas de las anteriores. Todo aquel que poseyera un conocimiento del que se podía extraer algo de sabiduría tenía una oportunidad.

      Pero la empresa resultó larga y difícil, СКАЧАТЬ