El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840). Antonio Caridad Salvador
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СКАЧАТЬ del todo, ya que todavía en 1837 desertaban muchos más carlistas cuando había trabajo en el campo. De hecho, en el País Valenciano se presentaron al indulto 187 militares rebeldes en julio y 109 en agosto de ese año, frente a 25 en septiembre, 33 en octubre, 18 en noviembre y 21 en diciembre.132 Esta abultada diferencia no se debió a la falta de comida, ya que tenemos más noticias de escasez de alimentos en otoño de ese año (ver cuadro 16). Ni tampoco a la desmoralización de la tropa, puesto que fue en verano cuando llegó a la zona la Expedición Real, lo que podía dar a los carlistas esperanzas de ganar la guerra. La principal razón que llevaba a estas deserciones era el deseo de volver al campo, una vez llegaba la época de recoger el trigo y ya no se necesitaba la guerra para sobrevivir. Todo esto nos ayuda a entender las verdaderas causas que movían a muchos campesinos a alistarse en las fuerzas de don Carlos, más por motivos económicos que ideológicos.

      A partir de 1835 el alistamiento en la facción aumentó de forma espectacular, lo que se debió a varias causas. En primer lugar a que las victorias carlistas (en gran parte motivadas por la retirada de tropas liberales), hacían menos arriesgado unirse a los rebeldes, lo que incrementó el número de campesinos pobres que se unían a ellos buscando un medio de ganarse la vida. De este modo, los frecuentes triunfos de Cabrera hicieron que muchos jóvenes se alistaran en su ejército,133 llegando incluso desde la Huerta y de Valencia capital.134 Un ejemplo lo tenemos en lo ocurrido tras la acción de La Yesa (Valencia), que sirvió al caudillo tortosino para reclutar en el Alto Turia gran cantidad de voluntarios, en julio de 1835.135 Lo mismo sucedió un año después, cuando 400 mozos del Bajo Ebro se unieron a las fuerzas de Cabrera después de su aplastante victoria en el combate de Ulldecona.136

      Otra razón de peso eran las represalias liberales contra los familiares de los guerrilleros carlistas, a los que se hacía responsables de los actos de sus parientes. Estas medidas afectaban también a simpatizantes del carlismo e incluían multas, confiscaciones, ataques de masas enfurecidas e incluso fusilamientos. Además, no eran raras las concentraciones de liberales ante las casas de los absolutistas gritando mueras a los serviles y profiriendo palabras amenazantes. Todo esto empujó a muchos de ellos a unirse a las partidas rebeldes a fin de salvaguardar su seguridad personal.137 Como ejemplo podemos citar el caso de Francisco Gil, vecino de Benifaió, que sufrió insultos, atropellos y amenazas por haber sido voluntario realista, lo que le llevó a huir a la facción.138 O el de Marco de Bello, que se unió a los carlistas con 40 ó 50 jóvenes de su pueblo, después de que las fuerzas del gobierno cometieran varios excesos en su casa.139 También sabemos que en el otoño de 1838 numerosos absolutistas abandonaron Valencia, por miedo a la Junta de Represalias, que ya había ejecutado a varios prisioneros carlistas.140 Por otra parte, muchos se unieron a las partidas rebeldes ante el destierro o el peligro de prisión que sufrían, debido a sus simpatías por la causa tradicionalista.141

      En tercer lugar encontramos a aquellos que tomaron las armas movidos por el resentimiento o el deseo de venganza ante el maltrato o la muerte de algún familiar a manos de los liberales.142 Como ejemplo podemos citar lo que ocurrió en El Forcall el 24 de octubre de 1836, cuando las fuerzas de Borso apalearon a 103 paisanos y cometieron desmanes y atropellos con las mujeres. El padre de José Bordás, que luego sería un combatiente carlista, fue colgado de unas rejas durante más de dos horas y fue uno de los que más apalearon, mientras que su madre fue abofeteada por Borso, con tal fuerza que la hizo rodar por el suelo.143 Cuatro meses después los milicianos cristinos de Chelva cometieron en dicha población toda clase de atrocidades, matando, apaleando y saqueando a vecinos indefensos, todo ello movido por venganzas personales.144 Hechos como estos debían ser frecuentes, ya que sabemos que los carlistas asesinaron a cuatro liberales de Zorita del Maestrazgo (que habían tomado las armas y habían sido capturados) por resentimientos y revanchas particulares.145 Del mismo modo, la dureza del gobernador liberal de Morella hizo aumentar extraordinariamente el carlismo en la zona, ya que llevó a cabo fusilamientos hasta por vitorear a Carlos V.146 Además, hizo ejecutar a varios civiles de Morella, probablemente simpatizantes de don Carlos, acusándoles de estar implicados en una conspiración para entregar la plaza a los rebeldes, en octubre de 1836.147 Esto acabó siendo contraproducente, ya que cada muerte que efectuaba provocaba una ola de indignación a favor de los carlistas,148 especialmente por parte de los amigos y familiares de las víctimas. Así pues, no es de extrañar que el número de morellanos en la facción fuera en aumento a medida que avanzaba la guerra.149 En este sentido podemos citar el caso de Manuel Mestre, vecino de Morella que se unió a las fuerzas tradicionalistas en agosto de 1834, un día después de la ejecución de su padre, por haber sido vocal en una junta rebelde.150

      También parece que las acciones anticlericales de los liberales aumentaron el número de sus enemigos. En este sentido, las matanzas de frailes de 1834 y 1835 indignaron a muchas personas e incluso llevaron a algunos a unirse a la facción,151 ya que empezaron a considerar como revolucionario a un gobierno que hasta entonces había sido bastante moderado. Además, la muerte de religiosos por parte de exaltados hacía temer a muchos absolutistas que ellos pudieran sufrir la misma suerte si permanecían en sus lugares de residencia. De hecho, de los 29 habitantes de Vinaròs que se unieron a las fuerzas carlistas en 1834, 15 lo hicieron en agosto, poco después de que tuviera lugar la quema de los conventos de Madrid.152 Por otra parte, hay que señalar que las pensiones prometidas por el gobierno a los monjes exclaustrados no llegaban o eran totalmente insuficientes para la subsistencia, lo que empujó a algunos de ellos a unirse a las partidas carlistas, que les prometían restaurar la situación anterior.153

      Otra versión es la predominante en la prensa liberal, que establece una causa diferente de este alistamiento voluntario. Según estas fuentes, dos tercios de los rebeldes se habían unido a sus filas con la esperanza del pillaje.154 Es decir, que muchos individuos preferirían irse con los carlistas, que les permitían el robo y la licencia, antes que combatir en las fuerzas isabelinas.155 Esto tiene probablemente una parte de verdad, pues hay muy pocas noticias sobre bandolerismo durante la guerra, seguramente porque los antiguos salteadores preferían seguir actuando respaldados por todo un ejército. Como ejemplo podemos citar a Juan González, natural de Orihuela, que estaba encausado de asesinato y que huyó a las filas de la facción, sin que nunca más se le volviera a ver por su ciudad natal.156 O el caso de unos “facinerosos” alistados en la partida de Carnicer y que, al desmembrarse ésta, acudieron a la cartuja de Segorbe (probablemente se refieren a la de Altura), donde asesinaron a varios individuos con los que tenían cierta enemistad.157

      A favor de la identificación carlista-bandolero está el hecho de que los antiguos salteadores, en caso de haber ganado la guerra, se hubieran convertido en héroes, habrían obtenido el perdón de sus delitos y hubieran podido conseguir un buen destino en el ejército o en la administración. Por ello sí que es razonable pensar que en los grupos pequeños, que operaban por su cuenta, hubiera una alta proporción de simples bandidos, sin ningún tipo de ideología. De hecho, sabemos que Cabrera tuvo que ganarse la obediencia de las partidas sueltas, que, según Pirala, “más que verdaderos carlistas lo eran de bandoleros”.158 Pero de ahí a decir que la mayoría de los rebeldes eran personas que se alistaban para poder robar mejor, hay un abismo. Como prueba de esto tenemos el hecho de que las zonas con mayor importancia del bandolerismo no coinciden con las comarcas en las que el absolutismo armado tuvo más fuerza. Por el contrario, el número de ejecuciones de bandidos en las décadas anteriores a la guerra es muy alto en la provincia de Alicante (donde el carlismo tuvo poca importancia) y muy bajo en la de Castellón (donde las partidas rebeldes eran muy numerosas).159 Algo parecido sucede en el resto de España, ya que las zonas con mayores índices de delincuencia eran Andalucía y Extremadura, donde el carlismo fue muy débil. Por otra parte, el País Vasco, que fue un importantísimo foco tradicionalista, destaca durante todo el siglo XIX por su bajo nivel de comisión de delitos.160 Además, en los documentos oficiales en los que se indica el origen social de los carlistas, el porcentaje de delincuentes no llega al 10 %.161

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