El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840). Antonio Caridad Salvador
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СКАЧАТЬ de Teruel y de Castellón había muchos motivos de descontento contra el gobierno y sus partidarios, por lo que la población civil de muchas localidades estaba claramente a favor de los carlistas. Como nos indica la prensa, el Maestrazgo, salvo algunas excepciones, se hallaba comprometido con la causa del pretendiente y los pueblos cometían atrocidades con los prisioneros liberales sin que hubieran recibido órdenes de Cabrera o de otro jefe.162 Según estas mismas fuentes, los habitantes del Alto Maestrazgo eran “infames y facciosos” y cuando salía del pueblo una columna cristina, enseguida ponían las campanas a repicar.163 También en el este de la provincia de Teruel debió haber un importante apoyo a la rebelión, como sabemos por la cifra de fugados a la facción, que ascendió a 392 en 1835. Y eso contando sólo a 13 poblaciones, entre las que no se encontraba Alcañiz, que era la más grande de esas comarcas.164

      Sin embargo, uno puede preguntarse cómo era posible que los campesinos se alistaran en unas partidas que saqueaban los pueblos y destruían su riqueza. En primer lugar porque los excesos de los carlistas pocas veces afectaban a las poblaciones afines, realizándose habitualmente fuera de su territorio habitual.165 Por el contrario, eran los liberales los que saqueaban y cometían abusos con más frecuencia en las poblaciones del Maestrazgo y Bajo Aragón, lo que llevaba a muchos de sus habitantes, movidos por la miseria y el odio, a unirse a las partidas rebeldes.166 De hecho, en febrero de 1837 el ayuntamiento de Vilafamés comunicó a la diputación que abandonarían el pueblo y se irían a sus casas de campo si volvía a presentarse allí la brigada de Borso, temiendo que se produjera un nuevo saqueo.167 Dos años después, el coronel Ortiz, jefe de la brigada de la Ribera, se dedicaba a dar palizas en las localidades que simpatizaban con los carlistas, llegando incluso a azotar a alcaldes sobre un tambor.168 Varios meses más tarde, en octubre de 1839, se condenó al capitán Falcón a cuatro años de presidio, por graves excesos en acto de servicio.169 También sabemos que Cabrera ejecutó a los miembros de una partida franca liberal, que se dedicaba exclusivamente al pillaje, sin haberse enfrentado nunca a las fuerzas rebeldes.170

      Pero había más formas de conseguir nuevos soldados, como es el caso de los militares liberales que se pasaban al enemigo y cuyo número era considerable. De hecho, de los 143 carlistas de Villar del Arzobispo, 20 (el 13, 9 %) eran desertores del ejército liberal.171 Y de los 1.078 combatientes rebeldes capturados en 1840 en Castellote, Segura, Pitarque y Ares del Maestre, 116 (el 10, 7 %) habían pertenecido antes a las fuerzas isabelinas.172 Casi todos ellos procedían de provincias alejadas del teatro de operaciones, ya que la mayor parte de los soldados liberales eran traídos de lejos, para dificultar así la deserción. Por ello sólo el 3, 9 % de los carlistas turolenses y el 4, 1 % de los castellonenses procedían del ejército de la reina, cifra que se elevaba al 14, 5 % en el caso de los valencianos y al 19, 1 % en el de los alicantinos.173

      Ya en 1834 Carnicer engrosó sus filas con los prisioneros del fuerte de Mas de Barberans.174 Al año siguiente, también Cabrera aumentó sus fuerzas con algunos soldados que se le pasaron,175 al tiempo que publicaba bandos destinados a los combatientes enemigos, para que se le unieran.176 Por otra parte, de los 900 prisioneros liberales hechos por Quílez en Bañón, casi todos aceptaron unirse a las huestes de don Carlos, recuperando así sus armas.177 Y la partida del Trueno, que en abril de 1839 bloqueaba Alcañiz, se componía toda ella de pasados del provincial de Burgos.178 Para estimular la deserción enemiga, los rebeldes llegaron a pagar 2 pesetas a cada liberal que se les uniera, formando así una compañía de más de 60 miembros.179

      Normalmente los pasados eran soldados recién capturados, a los que se daba a elegir entre cambiar de bando o convertirse en prisioneros de guerra, con todas las penalidades que ello suponía. Por eso muchos de ellos no eran realmente voluntarios, sino jóvenes forzados a elegir el menor de dos males y que desertaban a la primera oportunidad.180 De esta manera, el 4 de julio de 1837 se entregaron en Peñíscola un sargento y ocho soldados carlistas, procedentes de la legión argelina (enviada por Francia), que habían sido capturados en Navarra y que ahora marchaban con la Expedición Real. Cuando se presentaron afirmaron que sus compañeros sólo esperaban una ocasión propicia para hacer lo mismo.181 Al año siguiente se pasaron a los liberales, en Sagunto, seis músicos de las fuerzas de Cabrera que, procedentes del provincial de León, habían sido hechos prisioneros al rendirse Benicarló.182 Por último indicar que en septiembre de 1839 se presentaron a las fuerzas de la reina ocho rebeldes, de los que cuatro habían sido soldados liberales hechos prisioneros por la facción.183

      También había quien desertaba del bando cristino para unirse al carlista, ya fuera por convicción, por dinero o buscando una disciplina menos estricta.184 En 1837, por ejemplo, Cabrera aumentó su fuerza con algunos prisioneros y con muchos presentados.185 Dos años después algunos soldados liberales procedentes de la división que vino de La Mancha desertaron y se unieron a los rebeldes, lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta que eran antiguos guerrilleros carlistas que se habían acogido al indulto.186 Por esas fechas las continuas derrotas habían bajado mucho la moral de las tropas gubernamentales, por lo que muchos de ellos se pasaban al bando absolutista.187 En estos casos más les valía no ser capturados por sus antiguos compañeros de armas, ya que entonces serían juzgados y fusilados.188

      Un aliciente para cambiar de bando era la posibilidad de un rápido ascenso, como podemos observar en varios casos que aparecen en la prensa de la época. El 18 de enero de 1839, por ejemplo, los sargentos Gimeno y Esteve fusilaron en Maella a un antiguo sargento liberal, que se había pasado al enemigo, promocionando al grado de teniente.189 Más notorio fue el caso de Miguel Vidal, un cabo del regimiento de Almansa, que huyó a las filas rebeldes, en las que consiguió ascender hasta capitán.190 O el de un pasado de Buil a la facción de Esperanza, que acabó convirtiéndose en jefe de una partida.191

      A veces también desertaban oficiales liberales, que se unían al enemigo huyendo de algún castigo, esperando mantener el rango y recibir además una recompensa económica por los hombres o la información que aportaban. En julio de 1837, por ejemplo, Miguel Balladares, capitán de cuerpos francos, se pasó a la facción, llevando consigo (probablemente) papel timbrado de la primera división y las claves a usar en la correspondencia.192 Al año siguiente el liberal Luna se pasó a los carlistas con varios soldados de la compañía de fusileros de Valencia,193 mientras que Borso capturó a un antiguo capitán del regimiento de Soria, ahora en las filas rebeldes.194 Poco después un asistente de dicho general le robó dinero y una prenda muy estimada por él, uniéndose enseguida a Cabrera, quien lo acogió como hombre de confianza.195

      Por último hay que hablar del reclutamiento obligatorio, que también existió y que alcanzó proporciones considerables. Los reclutas forzosos podían ser, a su vez, de dos tipos: quintos o mozos sacados a la fuerza de sus localidades.

      Los quintos eran aquellos que habían sido reclutados mediante un procedimiento que intentaba asemejarse a algo legal.196 Para ello había que establecer qué mozos iban a ser llamados a filas, lo cual requería la colaboración de los ayuntamientos, que aportarían la información necesaria. Esto era bastante laborioso, pero daba al reclutamiento una apariencia de legalidad, que era lo que los carlistas pretendían. De todas maneras, al principio de la guerra lo que hacían era convocar a los quintos designados por las autoridades liberales para que se unieran a ellos y no al ejército regular. Así pues, el 14 de marzo de 1834 Carnicer y Quílez distribuyeron una proclama, en la que mandaban a todos los mozos a los que les tocara ir a quintas que se les presentaran, amenazando con diez años de presidio al que no lo hiciera.197 De esta manera se llevaron a 150 jóvenes de Caspe, después de lo cual recogieron quintos por los alrededores.198 A finales de 1835 el Serrador hizo algo parecido, al ordenar a los reclutas que se unieran a él y no al ejército de la reina.199

      El problema de este sistema es que hacía a los rebeldes dependientes СКАЧАТЬ