El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840). Antonio Caridad Salvador
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СКАЧАТЬ de los voluntarios, que debían constituir la mayor parte de los efectivos. La forma más habitual de incorporarse a las fuerzas tradicionalistas debió ser aprovechando el paso de éstas por el municipio de residencia de los interesados. Un ejemplo lo tenemos en lo que ocurrió en Orihuela, durante la estancia de Forcadell, cuando se alistaron en sus filas entre 500 y 800 nuevos soldados originarios de la comarca, creándose con ellos un batallón entero.92 Algo parecido, pero en una escala menor, ocurrió en Ontinyent, donde 23 de los 31 carlistas del pueblo se alistaron en las dos ocasiones en las que hubo tropas rebeldes en la localidad. Sólo cuatro abandonaron el municipio para unirse a los carlistas, mientras que los otros cuatro eran desertores del ejército liberal.93 Del mismo modo, al llegar Quílez a Utiel se incorporaron a sus filas un crecido número de habitantes.94

      Para facilitar el reclutamiento en las ciudades liberales (en las que los rebeldes no solían entrar) existían comités secretos, que facilitaban a los voluntarios los medios para llegar hasta las fuerzas tradicionalistas.95 Tal vez esta sería la misión de Dionisio Monreal, que se escondía por las noches en el convento de las monjas de la Puridad (en Valencia) y al que se encontraron varias proclamas y papeles subversivos, en enero de 1837.96 Por otra parte, el alistamiento se veía favorecido por la presencia de familiares, amigos y conocidos en las partidas carlistas, sobre todo si tenían algún grado militar.97 Otras veces dos hermanos se alistaban a la vez,98 reforzándose mutuamente su voluntad de tomar las armas. De esta manera, el 15 % de los carlistas de Vinaròs tenían parientes cercanos en la facción,99 con porcentajes similares en Benaguasil (15 %),100 Sagunto (14 %),101 Valencia (13 %),102 Llíria (12 %)103 y Ontinyent (12 %).104 Además, una vez alistados ingresaban en las mismas unidades en las que estaban sus amigos y familiares, a los que acompañaban durante toda la guerra. Como muestra de esto tenemos las listas de prisioneros, en las que muchos carlistas del mismo pueblo dan sus datos de forma ininterrumpida, lo que nos indica que estaban juntos en ese momento. Al rendirse Morella, por ejemplo, 21 soldados de Castellote (Teruel) dieron sus nombres uno después de otro. También encontramos a tres prisioneros de Valencia capital, llamados Pascual San Juan, José San Juan y Joaquín San Juan, que se registraron juntos como cadetes de artillería. Y de los cuatro prisioneros de Montanejos (Castellón), tres acudieron a dar sus datos a la vez, lo que es muy improbable que se debiera a la casualidad, teniendo en cuenta que en Morella fueron capturados más de 2.500 carlistas.105

      ¿Pero qué causas les llevaban a unirse a las filas tradicionalistas? Al principio de la guerra muchos de ellos eran antiguos voluntarios realistas, descontentos por el decreto de disolución del cuerpo que había promulgado la regente.106 Al mismo tiempo, buena parte de ellos se sumaron al alzamiento convencidos de que estaban en peligro la religión y el trono, creyendo también (por las falsas noticias difundidas por los rebeldes) que el gobierno carlista estaba reconocido en todo el reino.107 En cuanto a sus dirigentes, eran en su mayoría jefes de voluntarios realistas o militares con licencia ilimitada, que deseaban la llegada de un nuevo régimen para reintegrarse en el ejército.108 De hecho, un viajero francés que conversó con oficiales carlistas en 1838, afirmó que sus convicciones políticas eran poco firmes, que hablaban con ligereza de don Carlos y que envidiaban la carrera de sus conocidos en el ejército liberal, como si la guerra se debiera más a unos ascensos que a la estabilidad de determinadas instituciones.109

      Probablemente por ello la rebelión no contó inicialmente con mucho apoyo entre la población aragonesa y valenciana. Además, cuando se vio que el gobierno no pensaba acabar con la iglesia ni con la monarquía, muchos de los rebeldes regresaron a sus casas, sobre todo después de producirse las primeras derrotas de los partidarios de don Carlos.110 Por todo ello, esta fue la etapa más crítica del carlismo en la zona, ya que a finales de 1833 las gavillas rebeldes quedaron reducidas a grupos muy pequeños. La cosa empezó a mejorar a principios del año siguiente, cuando los carlistas decidieron ofrecer una soldada a los jóvenes que se les unieran. De esta manera, algunos habitantes pobres del Maestrazgo y de Aragón se animaron a seguir a Cabrera, ya que les prometía el pago de una peseta diaria.111 Algo parecido hizo Quílez, que en julio de 1836 entró en Ontinyent y prometió 8 reales diarios a los vecinos que se uniesen a su partida.112 Varios meses después Llagostera consiguió aumentar las fuerzas de la división del Turia mediante un incremento de las pagas.113

      La mayoría de estos voluntarios eran jornaleros,114 que se alistaban a finales del invierno, cuando terminaba la recogida de la aceituna y comenzaba un periodo de paro de varios meses, antes de que se produjera la siega del trigo, en verano.115 Como ejemplo podemos citar el caso de Vinaròs, donde el mes de marzo era el que producía un mayor alistamiento de carlistas.116 Además, algo parecido defendían Stendhal, Marliani y el marqués de Miraflores, al sostener que la mayoría de la población carecía de ideología y que los que se alistaban en las partidas lo hacían huyendo del hambre.117 Esto no es de extrañar, si tenemos en cuenta que gran parte de los rebeldes pertenecía a la clase más miserable de la población.118 En el mismo sentido se pronunció Calbo y Rochina, quien afirmaba que las partidas estaban formadas por personas sin demasiadas convicciones, fundamentalmente voluntarios realistas y por la juventud desocupada, que intentaba ganarse la vida.119 Todo esto fue confirmado por el general liberal Evaristo San Miguel, cuando escribió que buena parte de los carlistas eran políticamente indiferentes y que tomaron las armas por el primero que les pagó.120 No obstante, también tenía importancia el prestigio del jefe rebelde, que podía hacer que se alistase más o menos gente a sus órdenes, en función de las expectativas de triunfo o de botín que generase entre sus soldados.121

      Otros se unieron a los carlistas huyendo de la quinta decretada por Mendizábal y creyendo las promesas de don Carlos y de sus jefes, de que pronto acabaría la guerra.122 En 1835, por ejemplo, el 3, 9 % de los fugados a la facción en el corregimiento de Alcañiz eran quintos que intentaban eludir el reclutamiento.123 Algo parecido sucedió en la provincia de Valencia, donde el 5, 1 % de los militares rebeldes eran nuevos reclutas que no deseaban servir en el ejército de la reina.124 Un ejemplo de esto lo tenemos en Francisco Franch, quinto de Betxí, que no se incorporó a las fuerzas gubernamentales y que acabó siendo capturado en agosto de 1839, cuando los liberales conquistaron el fuerte carlista de Tales (Castellón).125

      Por otra parte, la quinta de 1836 hizo aumentar la facción en tres o cuatro batallones, con mozos que preferían luchar en el bando rebelde.126 La situación llegó a tal extremo que la Diputación de Castellón ordenó suspender el reclutamiento, en enero de 1837, para evitar el crecimiento de las facciones.127 Hay que tener en cuenta que si a uno le tocaba marchar al ejército debía permanecer allí durante siete u ocho años,128 combatiendo lejos de casa durante todo ese tiempo, bajo una estricta disciplina y en unas condiciones de vida muy malas. Por el contrario, resultaba mucho más atractivo unirse a la partida de los alrededores del pueblo, donde podría encontrarse a algún conocido, dispondría de mucha más libertad y podría operar en su comarca, lo que le permitiría volver con frecuencia a casa. Además, la paga del ejército, de dos reales diarios, era inferior a la que se ganaba en el bando carlista, donde además existía la posibilidad del pillaje.129

      No obstante, hay que decir que la mayoría de estos nuevos carlistas resultaban ser de poca duración, puesto que muchos regresaban a sus casas cuando se les dejaba de pagar o comenzaba la recolección del trigo o de la aceituna.130 Por ello las partidas rebeldes siguieron siendo pequeñas durante el primer año de guerra. Si durante unos meses se lograba reunir unos cientos de voluntarios, al poco tiempo podían quedar reducidos a menos de un centenar. Un ejemplo lo tenemos en la partida de Carnicer, el más importante cabecilla al principio de la contienda. Aunque en abril de 1834 contaba con 1.500 hombres, en agosto ya sólo le quedaban 240. Sin embargo, al terminar la recolección del trigo muchos desempleados regresaron a sus filas y sus fuerzas crecieron de nuevo, esta vez hasta los 600 combatientes.131

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