Un cuento de magia. Chris Colfer
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Название: Un cuento de magia

Автор: Chris Colfer

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия:

isbn: 9788412407426

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СКАЧАТЬ esta vez, ¡tu padre detesta que la avena quede demasiado blanda!

      Brystal se puso un delantal encima del uniforme escolar y cogió la cuchara de madera de su madre. Llevaba menos de un minuto junto al fuego cuando una voz cargada de pánico las llamó desde la habitación de al lado.

      —¡Mamááá! ¡Rápido! ¡Es una emergencia!

      —¿Qué ocurre, Barrie?

      —¡Se me ha soltado un botón de la toga!

      —Ay, Dios mío —musitó la señora Evergreen—. Brystal, ve a ayudar a tu hermano con el botón. Y arréglalo rápido.

      Brystal cogió el costurero y se dirigió a toda prisa hacia la sala de estar que había junto a la cocina. Para su sorpresa, encontró a su hermano de diecisiete años sentado en el suelo. Tenía los ojos cerrados y se mecía hacia delante y hacia atrás con un montón de tarjetas en las manos. Barrie Evergreen era un joven delgado de cabello castaño alborotado, inocente y nervioso desde su nacimiento; sin embargo, ese día lo estaba extremadamente.

      —¿Barrie? —lo llamó Brystal con suavidad—. Mamá me ha dicho que viniera a arreglarte el botón. ¿Puedes dejar de estudiar un momento o quieres que venga más tarde?

      —No, ahora está bien —dijo Barrie—. Puedo repasar mientras lo coses.

      Se puso de pie y le entregó a su hermana el botón que se la había soltado. Al igual que todos los estudiantes de la Universidad de Derecho de Colinas Carruaje, Barrie llevaba una toga larga y gris y un sombrero negro cuadrado. Mientras Brystal enhebraba la aguja y le cosía el botón en el cuello del traje, Barrie miraba con atención la primera tarjeta. Como no dejaba de tocarse el resto de los botones mientras permanecía concentrado, Brystal le dio una bofeteada en la mano antes de que arrancara otro.

      —La Ley de Purificación del 342..., la Ley de Purificación del 342... —leyó Barrie para sí mismo—. Fue promulgada cuan­do el rey Campeón VIII culpó a la comunidad de trols de vulgaridad y desterró a los de su especie del Reino del Sur.

      Satisfecho con la respuesta, Barrie dio la vuelta a la tarjeta y leyó la respuesta correcta en el dorso. Por desgracia, se había equivocado y reaccionó con un quejido largo de derrota. Brystal no pudo evitar sonreír ante la frustración de su hermano: le recordaba a un cachorro intentando atrapar su propia cola.

      —¡No tiene gracias, Brystal! —gritó Barrie—. ¡Voy a suspender el examen!

      —Ay, Barrie, tranquilízate —le dijo ella, riendo—. Te irá bien. ¡Llevas toda la vida estudiando leyes!

      —¡Por eso será tan humillante! ¡Si no apruebo hoy, no me graduaré! ¡Si no me gradúo, no seré juez adjunto! ¡Si no soy juez adjunto, no llegaré a juez ordinario como papá! ¡Y si no llego a ser juez ordinario, nunca seré juez supremo!

      Como todos los hombres de la familia Evergreen que lo precedían, Barrie estaba estudiando para juez del sistema de tribunales del Reino del Sur. Asistía a la Universidad de Derecho de Colinas Carruaje desde que tenía seis años, y a las diez en punto de esa mañana se presentaría a un examen muy riguroso que determinaría si sería juez adjunto. Si aprobaba, Barrie se pasaría la siguiente década procesando y defendiendo criminales en diver­sos juicios. Una vez que su tiempo como juez adjunto terminara, se convertiría en juez ordinario y presidiría juicios, igual que su padre. Y, en caso de que su carrera como juez ordinario satisficiera al rey, Barrie podría ser el primer Evergreen en convertirse en juez supremo del consejo asesor del rey, donde ayudaría al soberano a crear las leyes.

      Llegar a juez supremo había sido el sueño de Barrie desde niño, pero su camino hacia el consejo asesor del rey terminaría ese día si suspendía el examen. Por eso, siempre que había podido, los últimos meses se los había pasado estudiando las leyes y la historia de su reino, para asegurarse el éxito.

      —¿Cómo volveré a mirar a papá a los ojos si no apruebo? —le preguntó preocupado—. ¡Debería rendirme ahora y ahorrarme la vergüenza!

      —No seas tan dramático —le dijo Brystal—. Te lo sabes de memoria. Pero estás dejando que los nervios te dominen, eso es todo.

      —No estoy nervioso... ¡Estoy hecho un desastre! ¡Me he pasado despierto toda la noche haciendo estas tarjetas y ahora apenas puedo leer mi propia letra! ¡Sea lo que sea la Ley de Purificación del 342, no es lo que he contestado!

      —Pero casi lo aciertas —dijo Brystal—. El problema es que estás pensando en la Ley de Desgarrificación del 339, que fue promulgada cuando Campeón VIII desterró a los trols del Reino del Sur. Por desgracia, ¡su ejército confundió a los duendes con los trols y echó a la especie incorrecta! Entonces, ¡para enmendar el error, Campeón VIII creó la Ley de Purificación del 342 y desterró del reino a todas las criaturas que hablaran y que no fueran humanas! ¡Trols, duendes, goblins y ogros fueron obligados a marcharse hacia el Entrebosque! ¡No tardó en servir de inspiración para los otros reinos y estos hicieron lo mismo, lo cual llevó a la Gran Limpieza del 345! ¿No es terrible? ¡Y pensar que el período más violento de la historia podría haberse evitado si Campeón VIII se hubiera limitado a disculparse con los duendes!

      Brystal se dio cuenta de que su hermano le estaba agradecido por el recordatorio, pero también se avergonzaba de que hubiera sido ella, su hermana menor, quien lo hubiera ayudado.

      —Es cierto... —dijo Barrie—. Gracias, Brystal.

      —Un placer —respondió ella—. Aunque es una verdadera lástima. ¿Imaginas lo divertido que sería ver a una de esas criaturas en persona?

      Pero, de repente, su hermano pareció que caía en la cuenta.

      —Espera, ¿cómo sabes tú todo esto?

      Brystal miró hacia atrás por encima del hombro para asegurarse de que seguían solos.

      —Lo pone en uno de los libros de historia que me prestaste —le susurró—. ¡Me ha parecido fascinante! ¡Debo de haberlo leído cuatro o cinco veces! ¿Quieres que me quede y te ayude a estudiar?

      —Ojalá pudieras —dijo Barrie—. Pero a mamá le resultaría sospechoso que no regresaras a la cocina y se pondrá furiosa si te pilla ayudándome.

      Los ojos de Brystal destellaron traviesos cuando se le ocurrió la idea. Con un movimiento hábil, le arrancó todos los botones a la toga de Barrie. Antes de que pudiera reaccionar, la señora Evergreen entró en la sala de estar, como si hubiera percibido en el aire la travesura de su hija.

      —¿Cuánto tiempo tardas tú en coser un botón? —la regañó—. ¡Tengo la avena en la olla, los huevos en la sartén y los panecillos en el horno!

      Brystal se encogió de hombros con inocencia y le mostró a su madre el puñado de botones que había arrancado.

      —Lo siento, mamá —dijo—. Es peor de lo que pensábamos. Está muy nervioso.

      La señora Evergreen levantó las manos y se quejó mirando hacia el techo.

      —¡Barrie Evergreen, esta casa no es el taller de tu sastre! —lo regañó también a él—. ¡Mantén esas inquietas manos lejos de tu ropa o te las ataré a la espalda como cuando eras niño! Brystal, cuando termines, ve al comedor a poner la mesa. Desayunamos dentro de diez minutos, ¡con o sin botones!

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