Grace y el duque. Sarah MacLean
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Название: Grace y el duque

Автор: Sarah MacLean

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Los bastardos Bareknuckle

isbn: 9788418883019

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СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      Sus pasos eran demasiado largos: lo llevarían al borde del cuadrilátero antes de que se diera cuenta.

      Mantenía los anchos hombros demasiado rectos, dejando el pecho expuesto al ataque. Iba a tener que inclinarse, atacar por un lado y protegerse el costado para no recibir ningún golpe.

      Y luego estaba la pierna derecha, que arrastraba de forma apenas perceptible…, un gesto tan leve que ni siquiera podría llamarse arrastre. Nadie lo percibía, una leve cojera que desaparecería con el tiempo, en cuanto la herida del muslo —que sufrió cuando hizo saltar por los aires la mitad del muelle de Londres y a la futura esposa de su hermano— sanara por completo.

      Y se curaría porque Grace le había cosido la herida a la perfección.

      Pero esa noche en concreto suponía una ventaja, y no dudaría en aprovecharla. Tanto hacía dos décadas como hacía una hora, les había prometido venganza a sus hermanos y también a sí misma, y por fin la tenía allí, al alcance de la mano.

      Se volvió hacia la esquina más alejada de la habitación, donde Diablo y Whit permanecían sentados en la oscuridad, invisibles.

      —¿Dejas que ella pelee tus batallas por ti?

      —Sí, hermano. —Fue la clara respuesta de Diablo—. Nos jugamos a los dados la pelea por el honor. Y ella siempre ha sido la afortunada en el juego.

      —¿Ganaste tú? —Ewan la miró.

      —Estoy en el ring, ¿no? —Grace levantó la barbilla y se balanceó sobre los talones.

      Un músculo de la mandíbula de Ewan se tensó, parecía valorar su siguiente movimiento. Grace esperó tratando de ignorar los largos músculos, la forma en que le caía el cabello rubio oscuro sobre la frente, la manera en que sus miembros permanecían relajados incluso cuando se enfrentaba a ella, preparada para la pelea.

      Cuando eran niños, había sido un luchador nato. Del tipo que todas las ratas callejeras de Londres querrían ser. La clase de rata callejera de Londres a la que todos deseaban golpear. Incluida Grace.

      Respiró hondo, dispuesta a calmarse. ¿Con cuántos había luchado antes? ¿Y a cuántos había vencido? Los latidos de su corazón se ralentizaron hasta acompasarse con los segundos. Él se acercó y ella levantó los puños, preparada para el combate, mientras él acortaba la distancia entre ambos.

      Pero no se acercó del todo. En su lugar, lanzó un ataque diferente. Uno para el que no estaba preparada: comenzó a desvestirse.

      Grace se detuvo cuando él levantó los brazos, agarró la parte de detrás del cuello de la camisa de lino que llevaba, la sacó de la presión de la cinturilla de los pantalones y, luego, se la quitó por encima de la cabeza sin vacilar. La arrojó a un lado, olvidada en el polvo.

      —Un burdo maltrato a la única ropa que tienes —dijo ella siguiendo con la mirada la camisa desechada.

      —Luego iré a por más.

      Cuando volvió a mirarlo, fue para descubrir que estaba más cerca de lo que hubiera imaginado. Resistió el impulso de dar un paso atrás, negándose con ese gesto a reconocer la autoridad con la que él dominaba el centro del ring. Era muy diferente verlo allí a postrado inconsciente en una cama.

      Si su rostro había cambiado en las últimas dos décadas, su cuerpo se había revolucionado. Era alto, bastante más de un metro ochenta; su espalda, coronada por unos anchos hombros, se iba estrechando hasta llegar a las caderas, a través de una vasta extensión de músculo duro y tenso, ligeramente salpicado de vello. El rastro de pelo se oscurecía a medida que descendía más allá del ombligo, hasta la cinturilla de los pantalones. Si el color tostado de su piel era un indicio, ese cuerpo se había esculpido al aire libre. A la luz del sol.

      ¿Haciendo qué?

      Podría habérselo preguntado si la cicatriz del pectoral izquierdo no la hubiera distraído. Tres centímetros de largo, cuatro líneas irregulares y pálidas sobre una piel lisa y bronceada. Se quedó paralizada; aquella era la prueba de que aquel hombre era el chico al que había conocido. Ella lo había presenciado todo.

      Su padre lo había castigado por protegerla. Para hacerle ver lo que era verdaderamente valioso. Aún recordaba cómo había mordido el puño apretado contra sus labios, desesperada por acallar los gritos mientras la hoja cortaba la piel de Ewan. Sin embargo, él no acalló sus gritos. Había chillado por ella mientras recibía el castigo.

      Días después, con la letra «M» aún fresca en su piel, había dejado de protegerla.

      Y había ido a por ella.

      Ese pensamiento la devolvió al presente. A la lucha. Dirigió la mirada al pecho de él y a los tendones de su cuello, a la línea de su mandíbula, a los altos ángulos de sus pómulos y, finalmente, a esos ojos que la observaban.

      —¿Te gusta lo que ves? —Y entonces, el muy cretino sonrió.

      —No. —Entrecerró los ojos.

      —Mentirosa.

      Esa palabra le produjo un gran rubor. Veinte años antes, el rubor podría haber sido placer o vergüenza. Un síntoma de que él había visto lo que guardaba en su corazón. Hoy, sin embargo, era ira. Frustración. Y rechazo a creer que él seguía desentrañando sus secretos. Que ella seguía siendo la misma que había sido tantos años atrás. Que él seguía siendo el mismo.

      —Te sentí —dijo, lo suficientemente bajo como para que solo ella lo oyera—. Sé que me has tocado.

      Imposible, le habían dado una gran dosis de láudano.

      —No fui yo —protestó ella sin poder evitarlo.

      —Sí. Fuiste tú —dijo él en voz baja, avanzando hacia ella despacio, como un depredador—. ¿Creías que olvidaría tus caricias? ¿Que no las reconocería en la oscuridad? Las reconocería incluso en la batalla. Atravesaría el fuego por ellas. Las reconocería en el camino al infierno. Las reconocería en el infierno, que es donde he estado, anhelándolas, cada día desde que desapareciste.

      Grace ignoró los latidos de su corazón al oír esas palabras. Vacía y sin sentimientos, se armó de valor.

      —Desde que intentaste matarme, querrás decir —le espetó levantando la barbilla—. Tengo un edificio lleno de hombres decentes; no necesito a un duque chiflado.

      Una sombra cruzó el rostro del duque y desapareció en un instante. ¿Celos? Ella ignoró la sensación de placer que la recorrió al darse cuenta y se concentró en él. Lo tenía a su alcance.

      —Adelante, entonces. —Extendió los brazos de par en par.

      Tal vez pensaba que ella no lo haría. Tal vez pensaba en la chica a la que había conocido, que nunca le habría pegado. Que nunca le habría hecho daño.

      Se equivocaba.

      Dejó que su puño derecho volara para darle un golpe potente. Sonó un fuerte chasquido que envió la cabeza de Ewan hacia atrás por la fuerza del impacto. Retrocedió unos pasos mientras él recuperaba el equilibrio.

      Grace dejó escapar un suspiro, lento y uniforme.

      El СКАЧАТЬ