Название: Grace y el duque
Автор: Sarah MacLean
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Los bastardos Bareknuckle
isbn: 9788418883019
isbn:
Contar el tiempo era una habilidad que había perfeccionado de niño, encerrado en la oscuridad, esperando volver a ver la luz. Esperando que ella volviera. Y por eso contar los minutos le parecía tan natural como respirar, aunque lo atormentara la idea de que esta vez no la esperaba.
Tal vez estaba dándole tiempo para huir.
Y, aun así, el temor de que hubiera huido se vio eclipsado por el alivio absoluto de que estuviera viva. ¿Cuántas veces le habían dicho sus hermanos que estaba muerta? ¿Cuántas veces había estado en la oscuridad —en Covent Garden, en Mayfair, en los Docklands— y había oído sus mentiras? Sus hermanos, que habían escapado de su casa de la infancia con Grace a su cargo, ¿cuántas veces habían mentido?
«Huyó al norte», le dijeron. «Se convirtió en una criada. Perdimos el contacto. Y luego…».
¿Cuántas veces había sentido la tentación de creer sus palabras?
Cientos. Miles. Con todo su ser desde el primer momento en que Diablo le contó aquella mentira.
Y luego, cuando finalmente les había creído, se volvió loco de dolor. No quería otra cosa que castigarlos con sus propias manos, aplastarlos con sus botas, con su poder. Hasta el punto de que había prendido fuego a los muelles de Londres, dispuesto a verlos arder como castigo por lo que le habían arrebatado.
La única persona a la que había amado.
No se había ido.
Estaba viva.
Esa idea, y la paz que la acompañó, llegó a lo más profundo de su alma. Durante años, había anhelado encontrarla. Saber que estaba bien. Durante años, se había dicho a sí mismo que le bastaría con ver con sus propios ojos que ella estaba bien y era feliz. Y ahora lo sabía. Estaba bien. Vivía.
Esa única idea lo estaba consumiendo mientras esperaba, incapaz de pensar en nada más que en la oscura sombra de su figura en la puerta de la habitación cuando había huido. Incapaz de dejar de preguntarse cómo habría cambiado la chica a la que amó tiempo atrás. En la forma en que ella lo miraría en la actualidad. Otra vez.
Se abrió una puerta a la izquierda, detrás de él, y se volvió hacia allí, con la visión cegada por el áspero saco de arpillera que le cubría la cabeza.
—¿Dónde está?
No hubo respuesta.
La incertidumbre y la desesperación se encendieron cuando el recién llegado se acercó con pasos lentos y uniformes. Detrás había otras dos personas. Dos, quizá tres, pero no se acercaron. Guardias.
Le dio un vuelco el corazón.
¿Dónde estaba?
Giró el cuello, volviéndose sobre sus rodillas e ignorando la punzada en el muslo mientras se movía. El dolor no era una opción. Ya no.
—¿Dónde está?
No hubo respuesta cuando la puerta se cerró en el extremo más alejado de la habitación. Se hizo el silencio, unos pasos lentos se acercaban cada vez más, una promesa siniestra. Se enderezó preparándose para lo que pudiera venir. Tener tanto la vista como la capacidad de movimiento anuladas no presagiaba nada bueno y, cuando el audaz recién llegado se acercó, se preparó para el ataque.
Ningún golpe físico que pudieran asestarle sería nada comparado con el daño que le infligía la tortura mental.
«¿Y si la he perdido, ahora que la había encontrado?».
Aquel pensamiento resonó en su interior como un grito. Se retorció, el saco que cubría su cabeza se volvió repentinamente sofocante, sentía las ataduras de las muñecas demasiado apretadas mientras luchaba y se retorcía en vano.
—¡Decidme dónde está!
La orden resonó en la silenciosa habitación y, durante un instante, no hubo ningún movimiento, todo estaba tan en calma que se preguntó si se habría quedado solo una vez más. Si lo habría imaginado todo. Si la habría imaginado a ella.
«Por favor, que esté viva. Dejad que la vea».
«Solo una vez».
En ese momento, el saco desapareció. Y su ferviente oración recibió respuesta.
Se sentó sobre sus talones, con la mandíbula floja, como si acabara de recibir un golpe.
Durante veinte años, había soñado con ella, el ser más hermoso que había visto nunca. Había imaginado cómo habría madurado, cómo habría crecido y cambiado, cómo habría pasado de niña a mujer. Y, aun así, no estaba preparado para ello.
Sí, veinte años la habían cambiado. Pero Grace no había pasado de niña a mujer; había pasado de niña a diosa.
Había pequeños indicios de su adolescencia, solo visibles para alguien que la hubiera conocido entonces. Que la hubiera amado entonces. Los brillantes rizos anaranjados de su infancia se habían oscurecido hasta convertirse en cobrizos, aunque seguían siendo espesos y salvajes, y caían alrededor de su cara y sus hombros como un viento otoñal. La cicatriz que atravesaba una de sus cejas apenas se notaba, la veías solo si sabías buscarla, como él. Él estuvo allí cuando se la había hecho al aprender a luchar en el bosque. Ewan le dio un puñetazo a Diablo por habérsela causado, antes de limpiarle la sangre de la ceja con la manga de su camisa.
Ella no dijo nada mientras lo miraba fijamente, y Ewan se demoró observando las finas líneas de las comisuras de su boca y los bordes exteriores de sus ojos, líneas que demostraban que sabía bien cómo reír y que lo había hecho a menudo durante los últimos veinte años. ¿Quién la había hecho reír? ¿Por qué no había sido él?
Hubo un tiempo en que era el único capaz de hacerlo. Allí, de rodillas, con las muñecas atadas, se enfrentó al impulso primitivo de volver a hacerlo.
Aquel pensamiento lo consumió cuando se encontró con sus hermosos ojos marrones y esos anillos limbales, igual que cuando eran niños, pero sin la expresión que habían tenido cuando lo miraban. Nada de esa adoración. Nada de aquel amor.
El fuego de sus ojos no era de amor, sino de odio.
Aun así, se quedó prendado de ella.
Siempre había sido alta, pero había crecido desde la adolescencia hasta adoptar una altura de más de un metro ochenta y unas curvas que lo martirizaban. Estaba rodeada de una luz imposible; de alguna manera, la estancia se había inundado de un resplandor dorado, a pesar de la escasez de velas en la habitación. Había otras personas, las había oído entrar, ¿no era así?, pero no las veía y ni siquiera lo intentó. No iba a perder un momento mirando a los demás cuando podía admirarla a ella.
Grace se dio la vuelta y salió del foco de la luz, desapareciendo así de su vista.
—¡No!
Ella no respondió, y Ewan contuvo la respiración, esperando que volviera. Cuando lo hizo, fue con una larga tira de lino en la mano СКАЧАТЬ