Grace y el duque. Sarah MacLean
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Название: Grace y el duque

Автор: Sarah MacLean

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Los bastardos Bareknuckle

isbn: 9788418883019

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СКАЧАТЬ era una niña, y el duque los tenía tan aterrorizados que ni se les pasó por la cabeza denunciar aquel incumplimiento de las leyes de Dios y del país.

      Y a la larga no importó, ya que al final un chico usó el nombre. El que había ganado, a pesar de que Grace, Diablo y Whit habían huido antes de que completara su último cometido.

      Habían intentado olvidar, construyendo una familia y un imperio sin él. Pero ninguno de ellos encontró la paz, aunque Diablo y Bestia lo habían conseguido al enamorarse de sus esposas.

      Pero ella nunca había tenido paz.

      Sin embargo, la experimentaría esa noche, cuando cumpliera la promesa que había hecho a sus hermanos y enviara al hombre que estaba de rodillas ante ella a la calle con la certeza de que nunca más iría a por ellos. Ewan se había pasado años buscándolos. Diablo y Whit se habían pasado años escondiéndola de él. Había llegado la hora de que comprendiera de una vez que lo que buscaba no existía, algo que en veinte años no había entendido.

      Los recuerdos acudieron a su mente. Diablo y Whit gritaron mientras Ewan avanzaba hacia ella, espada en mano. No se había movido lo bastante rápido. Se había quedado helada al darse cuenta de que iba a atacarla de verdad. No importaba lo que el monstruoso duque le hubiera prometido: Ewan le había dicho que la amaba. Y había jurado protegerla. Todos habían jurado protegerse mutuamente. ¿Cuántas veces habían luchado los tres hermanos como uno solo? ¿Cuántos planes habían trazado los cuatro en la oscuridad de la noche?

      ¿Cuántas promesas se habían hecho los dos?

      Futuro. Familia. Seguridad. Amor.

      Nada de eso importó aquella noche, cuando se jugaron el ducado. Cuando Ewan lo tuvo en la mano. Él ganó ese día el título, el poder y los privilegios. Los demás resultaban ya, en el mejor de los casos, inútiles y, en el peor, peligrosos.

      Y Grace era la más peligrosa de todos, porque era la prueba de que Ewan, ahora Robert Matthew Carrick, conde de Sumner, duque de Marwick, era un farsante.

      A medida que Grace, Diablo y Whit se hacían más fuertes; a medida que construían su propio imperio a partir del hollín de la colonia, donde aún vivían y desde donde dirigían negocios que daban empleo a cientos de personas y les hacían ganar cientos de miles de libras, sabían que estaban construyendo algo más que un cargo o un título. Habían estado acumulando el poder que necesitarían para protegerse de lo inevitable: de la llegada de ese hombre, su enemigo, que sabían que un día vendría a por ellos, las únicas personas del mundo que conocían su secreto. Un secreto que podría llevarlo directo a la horca por traición.

      Esa noche todos los años de preparación tocaban a su fin. En ese instante. En las manos de Grace mientras sus hermanos la observaban.

      Pero, antes de castigarlo, lo había tocado.

      No sabía por qué.

      No fue porque quisiera.

      Tampoco había querido besarlo.

      «Mentira».

      Ella no había querido amarlo.

      Pero allí, en la oscuridad de aquella habitación subterránea, con los sonidos de la fiesta que se celebraba arriba amortiguados por el serrín, no había podido resistirse. Era un hombre apuesto, más alto que la mayoría, delgado como un fideo, con unos ojos ámbar que lo veían todo y una sonrisa pausada que podía tentar a cualquiera a seguirlo hasta el fin del mundo. Como todos habían estado dispuestos a hacer.

      Ewan. El niño rey.

      Ahora no había sonrisa alguna. Había desaparecido de su magnífico rostro. Los tres —Diablo, Bestia y Ewan— llevaban los genes de su padre en los ojos y en la mandíbula, pero Diablo se había vuelto alto y desgarbado, y Bestia era ahora en un peligroso armario con cara de ángel. Ewan no era ninguna de las dos cosas. Se había convertido en todo un aristócrata: facciones marcadas, larga nariz aguileña, mentón hendido, mejillas hundidas, frente noble… y unos labios que eran pura tentación.

      Grace era la dueña y señora del número 72 de Shelton Street, el burdel para damas más discreto y de más alto nivel de Londres, y un lugar que era conocido por ofrecer a una clientela exigente un selecto grupo de hombres, cada uno de ellos era un modelo de perfección masculina. Se consideraba a sí misma una gran conocedora de la belleza. Comerciaba con ello.

      Y él era el hombre más atractivo que jamás había visto, incluso en ese momento. A pesar de estar demasiado delgado para su constitución, de tener las mejillas demasiado hundidas y de ese aire demasiado salvaje en los ojos.

      Así que sí que se había sentido tentada, por supuesto. Solo por un momento. Un segundo. Una fracción de una milésima de segundo. Hubiera besado a cualquiera con ese rostro. Hubiera tocado a cualquiera con ese cuerpo.

      «Otra mentira».

      Lo había tocado porque no volvería a tener otra oportunidad de tocar al chico al que había amado. De mirarlo a los ojos y, quizá, de encontrar un atisbo de él escondido dentro del frío y duro duque en que se había convertido.

      Y, tal vez, si lo hubiera visto, se habría detenido. Tal vez. Pero no lo había hecho, y por eso nunca lo sabría.

      —Desátame y te daré la pelea que quieres.

      Las palabras quedaron suspendidas en el aire mientras ella analizaba su rostro, toda la suavidad de niño que el tiempo le había robado para transformarse en los duros rasgos de un hombre.

      Él siempre había sabido lo que ella quería.

      Y esa noche ella quería una pelea. Las largas tiras de lino que envolvían con fuerza sus puños no eran tan cómodas como de costumbre. No las notaba como una segunda piel, como las había percibido durante años, noche tras noche, cuando se había tirado al suelo cubierto de serrín en rings improvisados en las habitaciones más oscuras, sucias y lúgubres del Garden.

      Raspaban, como veinte años atrás, cuando se vendó las manos por primera vez. Ya no estaba acostumbrada. No quería. Sacudió la mano mientras lo rodeaba, antes de inclinarse para extraer una cuchilla de su bota y cortar las ataduras de sus muñecas.

      Una vez libre, él se movió, se puso en pie como si hubiera estado descansando en una chaise longue, en lugar de haber estado arrodillado en el serrín del ring del sótano de un club de Covent Garden. Se enderezó con la facilidad y la habilidad de un luchador, algo que debería haberla sorprendido. Después de todo, los duques no se movían como los luchadores. Pero Grace sabía que no era así. Ewan siempre se había movido como un luchador. Siempre había sido ágil y veloz…, el mejor luchador de los cuatro, capaz de simular un golpe que iba a destrozar un hueso y, de alguna manera, milagrosamente, conseguir que fuera suave como una pluma. Grace vio que él no había perdido su habilidad. Pero iba a ganar ella.

      Ewan había entrenado donde entrenaban los caballeros, en Eton, en Oxford, en Brooks o dondequiera que la gente bien aprendiera a luchar con sus bonitas reglas.

      Esas reglas no lo ayudarían en el Garden.

      Ella siguió sus movimientos mientras él bailaba hacia atrás, fuera de la luz, sacudiendo los brazos para que la sangre volviera a sus dedos.

      Grace Condry había sido una luchadora callejera, una ganadora desde que era una niña, pero no era la fuerza lo que le daba la victoria СКАЧАТЬ