Название: Curso de sociología general 2
Автор: Pierre Bourdieu
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
Серия: Biblioteca clásica de siglo veintiuno
isbn: 9789878010915
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“Lire interrogó a varios centenares de escritores, periodistas, profesores, estudiantes, políticos, etc.”. También aquí lo esencial se dice según el paradigma de la carta robada comentado por Lacan:[69] nos lanzan a la cara pruebas que saltan a la vista y nos dicen lo esencial. Lo esencial, aquí, se dice en una frase que pasa inadvertida porque quien la dice no la ve ni sabe lo que dice. Esto es importante: los mejores efectos simbólicos son los que los emisores producen sin saber lo que dicen, cuando en realidad dicen algo muy importante. Dicen algo que no saben y, al hablar con desconocimiento de causa, generan una relación de desconocimiento compartido que es tal vez lo que yo llamo “violencia simbólica”.
“Lire interrogó a varios centenares de escritores, periodistas, profesores”, estudiantes, políticos, etc. (Aquí hay una elipsis y más adelante se aclarará:) “La pregunta se envió a seiscientas personas. El 11 de marzo, habían respondido cuatrocientas cuarenta y ocho. Nuestro agradecimiento a ellas. A continuación, sus nombres”. “Respondieron masivamente” (sería interesante estudiar este “masivamente”). Ahora comenzamos a reaccionar; el orden es importante: “escritores”, “periodistas”, “profesores”, “estudiantes” (creo que los intercalaron), “políticos”. Habría que reflexionar sobre lo que quiere decir el lugar otorgado a esas personas. A continuación, “respondieron masivamente”. Como antes han leído “referéndum”, es evidente (“masivamente”, “referéndum”) que va a ser un plebiscito, vale decir, una consulta de masas a la cual ha respondido gran cantidad de personas. Así, nos hacen la jugada del efecto de número: el juicio que va a producirse –la palabra “producir” puede tomarse en varios sentidos– es socialmente sancionado por una colectividad que en apariencia se ha definido (los escritores, etc.) y que es numerosa. Se trata por tanto del efecto de masa, el efecto de consenso, de consensus omnium, pero jamás se dice que es omnium. Se moviliza así una definición implícita de la intervención de la población que participa. Nos dicen: “Van a leer el resultado de un referéndum en el cual el conjunto de las partes interesadas, prácticamente la totalidad de los jueces competentes para juzgar lo que debía juzgarse –salvo algunos tipos raros que consideraron demasiado complicada la pregunta o que no tenían tiempo–, ha respondido”. Y el subítem agrega: “Respondieron masivamente. Confesando su turbación. No plebiscitando a nadie. Pero reconociendo la influencia de Lévi-Strauss, Aron y Foucault”.
Falsas preguntas y verdaderas respuestas
El “no plebiscitando a nadie” es muy importante. Hay que leer entre líneas: una cuestión subyacente a este palmarés es la de saber si hay un sucesor de Sartre, cuestión típicamente periodística que es producto del interés inconsciente de los periodistas y de sus estructuras inconscientes de percepción del mundo social. Los periodistas trasladan al campo intelectual una problemática que es la del campo político y que concierne al problema de la sucesión, un problema sociológico de primera importancia. Aquellos de ustedes que conozcan a Weber saben que, con respecto a cada forma de dominación, se pregunta cuál es el modo de sucesión que la caracteriza.[70] En el modo de dominación no hay nada más característico que la forma de sucesión que le es propia, y una de las propiedades más interesantes del campo intelectual es que, precisamente, no hay sucesor. En otras palabras, se impone una falsa pregunta a la cual, como es obvio, se encuentra de inmediato una falsa respuesta o, mejor, una verdadera respuesta. Es un efecto que también los sociólogos producen constantemente: obtienen verdaderas respuestas a falsas preguntas.
Este efecto es clásico: los encuestados son personas muy valientes que, contrariamente a lo que se dice, responden siempre –hay quienes no responden, pero, si se fuerzan un poco las cosas, siempre se las hace responder–, aunque basta con olvidar que la pregunta que se les hace responder es una falsa pregunta para producir realmente una falsa respuesta, que se torna verdadera para el propio sociólogo. Al no saber, por definición, que su pregunta es falsa, el sociólogo es el peor situado para ver que ha producido una respuesta que no existía o, para mayor exactitud, una respuesta que existe para alguien que no tenía la pregunta a la cual responde.[71] El sociólogo debe considerar como factor, entonces, que la persona que ha respondido no tenía la pregunta, lo cual no quiere decir que, una vez hecha esta, la respuesta no exista; es muy complicado. Un sociólogo debe preguntarse sobre el estatus de la pregunta que plantea.
Esto, desde luego, también vale para las personas que hacen historia de la literatura, sociología de la literatura, historia de la filosofía, etc.: “¿No hago a mi autor, a mis autores, a mis textos, etc., preguntas que ellos no podían hacerse?”. Lo cual no quiere decir que no respondan a esas preguntas –siempre se puede hacer responder–, pero es importante saber que se ha hecho algo al hacer determinada pregunta.
De ese modo, el subítem está lleno de supuestos. Insisto mucho en que esos supuestos son inconscientes. Sería muy necesario interrogarse sobre la palabra “inconsciente”. Yo la utilizo de manera estrictamente negativa para decir que no se trata de una estrategia consciente: no es deliberada, no está “hecha para”, no es producto de una intención individual. Si los autores de esta encuesta estuvieran en la sala, probablemente se sentirían muy asombrados por todo lo que digo. Se levantarían para desmentirme: “Pero, en fin, ¿qué es lo que busca con eso? No somos tan malos…”.
Una dificultad del análisis sociológico –lo dije el otro día un poco rápido– es que el mero hecho de explicitar estrategias implícitas cambia el estatus de estas y transforma en intención el producto de intenciones objetivas. En otras palabras, todo lo que puedo descubrir en ese palmarés, en esa lista, aparece como portador de una intención objetiva y se presenta, cuando se lo analiza, como orientado hacia ciertos fines, dotado de una suerte de finalidad inmanente, como si fuera algo deliberado. De ahí el “todo sucede como si” que pongo muchas veces en mis frases y que no es una coquetería, sino una manera de recordar todo el tiempo (así como los matemáticos ponen cuantificadores) que todo sucede como si tuviera un fin. Pero sería un error teórico y político fundamental pensar que todas las intenciones que se revelan en lo que hace la gente son producto de una intención. Aquí[, en el caso del palmarés,] estamos en presencia de un conjunto de intenciones objetivas y, en el fondo, yo podría en última instancia resumir con una frase todo lo que he dicho: “Todo esto aparece como resultado de la intención objetiva de promover a los periodistas y, más especialmente, a los periodistas-intelectuales y los intelectuales-periodistas al estatus de jueces de las producciones intelectuales”. Todo lo que podría contar durante horas podría resumirse de esta manera.
La mala suerte, a menudo, es que para hacer comprender, para comunicar los resultados de un análisis, uno está obligado a decir “en última instancia”. Se dirá por ejemplo: “La Crítica del juicio de Kant se muestra acorde con los intereses objetivos de un grupo que en cierto momento, en el siglo XVIII, es…”. Uno está obligado a decir las cosas así. Las personas que no pueden soportar la objetivación científica se lanzan de inmediato sobre ese tipo de frases: “¡Hay que ser tonto (lo digo porque es lo que se dijo acerca de mi análisis de la Crítica del juicio)[72] para decir que la Crítica del juicio, ese texto sagrado de la filosofía, expresa los intereses objetivos de una categoría de la burguesía alemana!”. En realidad, la cosa es más complicada: como el interés objetivo coincide con el interés de los comentaristas de la Crítica del juicio –es decir, profesores de filosofía de determinado momento–, en cierto modo la Crítica del juicio se lee y no se lee: la gente se orienta tanto en ella que no se ve. Si resumo en una frase mi análisis de la Crítica del juicio, estaré obligado a decir eso. De igual modo, si resumo en una frase mi análisis del palmarés, estaré obligado a decir lo que acabo de decir.
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