Название: Encuentros decisivos
Автор: Roberto Badenas
Издательство: Bookwire
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9788472088511
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16 . Esta disponibilidad confirma que estos discípulos eran jóvenes. Algunas de sus reflexiones, como la que expresan en Mateo 19: 10 de «si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse» daría a entender, por el uso del tiempo aoristo, que aún estaban solteros. El que más tarde encontremos al discípulo Pedro ya casado, no significa que fuera mayor, ya que la edad recomendada por los rabinos para casarse era entre los 16 y los 24 años. Su impulso de querer andar sobre el agua (hoy diríamos «hacer surf sin tabla») es mucho más fácil de comprender como un arrebato juvenil, que al maestro no le importa satisfacer, que una decisión madura de un adulto, que normalmente no se hubiese atrevido a semejante ocurrencia (Mateo 14: 28-33). Más de tres años después, cuando Juan y Pedro rivalizan corriendo a ver quién llega antes al sepulcro, Juan tiene la ingenua satisfacción de precisar que él le ganó la carrera (Juan 20: 3-8). Si se tiene en cuenta que en aquella sociedad no estaba bien visto que los adultos corrieran en público, esta «gesta» aparece claramente como cosa de jóvenes.
17 . La hora «décima» equivale más o menos a dos horas antes de ponerse el sol (Juan 1: 39).
18 . El autor de este relato es Juan, uno de los dos viajeros, que llegaría a ser apóstol (Juan 1: 35-42).
19 . Juan 1: 1-14.
20 . Así pues, la primera actividad del ministerio público de Jesús fue hacer camping con jóvenes….
21 . «Toda mirada de sus ojos, todo rasgo de su semblante […] expresaba un amor indecible» (E. G. White, El Deseado, pág. 111). «Dios es amor» escribirá Juan años mas tarde (1 Juan 4: 8).
22 . Antonio Muñoz Molina, Sefarad, Madrid: Editorial Santillana, 2001, págs. 291-192.
23 . Juan firmará su Evangelio con el seudónimo de «el discípulo amado» o «el discípulo a quien amaba Jesús» (Juan 21: 20). «El mismo Juan, el discípulo amado —el que más plenamente llegó a reflejar la imagen del Salvador— no poseía por naturaleza esa belleza de carácter. No solo era obstinado y ambicionaba honores, sino que era impetuoso y se resentía bajo las injurias. […] La fortaleza y la paciencia, el poder y la ternura, la majestad y la mansedumbre que vio en la vida diaria del Hijo de Dios llenaron su alma de admiración y amor. De día en día su corazón era atraído hacia Cristo, hasta que en su amor por su Maestro perdió de vista su propio yo. […]. El poder del amor de Cristo transformó su carácter» (Elena G. White, Camino a Cristo, Madrid: Safeliz, 2013, págs. 75-76).
2
La invitación
Los viajeros llegan a Betsaida con sentimientos divididos. Por una parte, están contentos de regresar a casa. Por otra les cuesta despedirse del maestro, que prosigue ruta hacia Galilea. 1 Convivir con él ha sido una experiencia inolvidable, que les gustaría prolongar. ¿Conseguirán que se quede con ellos, aunque solo sea un día más?
La aldea los acoge con su suelto abrazo, encogida entre el lago y la pedregosa loma, salpicada de caseríos y pequeños campos. Entre los barbechos destacan algunos sembrados de verde tierno. Negros cipreses, algarrobos retorcidos y algunos granados rodean los bancales. En la paz de la mañana los golpes de los azadones de los campesinos resuenan frescos y profundos contra muros y aljibes, ritmando a sacudidas la algarabía de las gaviotas.
Los que vienen de camino apenas se detienen un instante a beber de una vieja noria en los primeros huertos. Tienen prisa por presentar al maestro a los suyos.
El Galileo es un compañero de ruta apasionante. Un espíritu libre. Sus nuevos discípulos están desorientados por lo imprevisible de sus actos y de sus dichos. Su manera personal de enseñar, en contraste con la de los maestros de su tierra, es tan abierta y nueva que cada propuesta suya parece un desafío, y hasta un acto de protesta. Pero para él la libertad no es la posibilidad de actuar a su antojo sino la ocasión de escoger lo mejor.
El maestro aspira nada menos que a cambiar el mundo, transformando a las personas una a una, como intentando producir un nuevo tipo de ser humano.2 Sin embargo, no es ni un iluso ni un loco: es tan realista como la vida misma. Por eso infunde a sus desconcertados discípulos, además de asombro, confianza y respeto.3
Deja patente en cada palabra que no es lo mismo dar lecciones que ser maestro. Los doctores de su entorno siempre quieren enseñar; con él uno siempre quiere aprender.
Les sorprende que acepte a seguidores tan poco preparados como ellos. Da a entender que, «en el alma de un ignorante siempre hay sitio para una gran idea».4 Por eso desconfía de los eruditos arrogantes, que están tan imbuidos de su propio saber que son incapaces de aprender nada nuevo. Les reprocha que, teniendo la llave del conocimiento, capaz de abrir la puerta del reino de Dios, ni saben usarla ni dejan que otros la usen.5
Desde el principio ha dejado bien claro que él no necesita disponer de locales reservados para sentar cátedra, ni para encontrarse con Dios. Les enseña en cualquier momento y los hace sentirse cerca del cielo allí mismo donde están, ya sea en el camino, bajo las palmeras de un huerto, entre almendros y olivos, o en plena montaña.
De regreso a sus casas, Andrés y Juan expresan el imperioso deseo de seguir a pleno tiempo a tan singular maestro.
La suya es una escuela de acceso libre, abierta a todos. Sin aulas ni horarios, porque en ella se aprende siempre y en cualquier parte. Sin más manuales que la revelación divina y el universo infinito. Sin más exámenes y pruebas que las que entraña la existencia. Y sin diploma de fin de estudios porque en la escuela de la vida uno nunca se gradúa.
El entusiasmo de estos aprendices de discípulos es tal que no cesan de compartir su hallazgo con sus familiares y amigos.6 Impactados por la personalidad del maestro, anhelantes de seguir aprendiendo de él, estos jóvenes inquietos exultan con lo descubierto en sus primeras lecciones.7 Andrés transmite su gozo a su hermano Simón y se lo presenta a Jesús. Unos a otros se van pasando la noticia.
Y así es como Jesús encuentra a Felipe.
Al poco de verlo, con esa mirada que alcanza mucho más lejos que los ojos, le dice:
—Sígueme.
Jesús parece no ver a las personas como son, sino como pueden llegar a ser.
El nuevo discípulo, deslumbrado por su guía, corre en busca de su amigo Natanael,8 para compartir con él la alegría del hallazgo.9 Con el corazón saltando de emoción, le comunica la noticia:
—Creo que hemos encontrado al Mesías.10 Este maestro no es un rabí cualquiera.
Impaciente y deseoso de que su amigo conozca a su nuevo maestro, Felipe resume en una sola frase el fondo de todas las conversaciones que habían mantenido juntos sobre el libertador esperado:
—Tiene que ser el enviado de Dios, aquel que prometieron los profetas. Se llama Jesús, es decir, «salvador», aunque la gente lo conoce como «el Nazareno», porque es hijo de José, el carpintero СКАЧАТЬ