La herencia maldita. Nathan Burkhard
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Название: La herencia maldita

Автор: Nathan Burkhard

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Ángeles Guardianes

isbn: 9788418616228

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СКАЧАТЬ —Nuestra primera cita.

      —Si es que se pudo llamar cita —se encogió de hombros, bajando de la motocicleta y acercándose abrazándola por detrás de ella, tomándola de la cintura y apegándola a su pecho.

      —Fue un momento perfecto.

      —Por qué te empeñas a hablar en pasado —besó su cuello depositando en ella un estremecimiento momentáneo.

      —Porque así fue, lo hicimos el año pasado —tomó las manos de Joe sobre las suyas, haciendo del momento más íntimo —Fue un año caótico, lleno de dolor, enfrentamientos de los cuales solo un mal sinsabor de boca se queda impregnado sin darte opción a poder saborear otras cosas.

      —No, me temo que eso es mentira, me enseñaron a poder valorar cada minuto que tengo contigo, con nuestras familias —hizo una pausa significativa —Algunas veces, cuando recuerdo lo que vivimos, el día en que nos conocimos, algo me impulso a sacarte de Ben Corp, algo me impulsaba a tomarte entre mis brazos y sacarte de inmediato de allí, desde el día en que te conocí supe que te tendría para siempre —susurró pegando su barbilla sobre la coronilla de la pequeña cabeza de Natle.

      —Supongo que en algún momento lo haremos —se encogió de hombros, pero cuando su mirada se fijó en la estatua, sus ojos dieron un brillo inexplicable, cerrándolos de inmediato no pudo controlar una extraña sensación sobre la boca de su estómago —Deberíamos irnos, ya.

      —¿Por qué? El día ni ha comenzado —inquirió él extrañado por el cambio de humor de su novia.

      —Solo creo que deberíamos irnos, quiero volver a casa, podremos hacer algo allí —quitó las manos de Joe, giró sobre sus talones y fue directo a la motocicleta, tomó el casco y se lo puso.

      Dijo algo que te molesto acaso fue más una pregunta que una afirmación, frunció el ceño y la vio nerviosa, pero no entendía absolutamente nada ya que en cuestión de segundos algo cambio y no sabía por qué.

      No, no es eso. Solo abrió la boca para poder explicarle, pero no pudo, bajó los hombros y cerró la boca Vayamos a casa, por favor.

      Quizás se había apresurado en algunas cosas, pero su actitud extraña, sus preguntas y respuestas esquivas solo lograban confundirlo más y preocuparlo incluso, pero no podía negarse a regresar de manera inmediata, además las nubes anunciaban una gran tormenta, algo que no estaba programado en el pronóstico del tiempo de esa mañana, Joe giró y caminó hasta la moto, subió a ella, se puso el casco y encendió el motor, esperando a que ella subiera para poder acelerar y salir de allí, el regreso sería incluso más rápido de lo que él tenía planeado.

      CAPÍTULO 9:

      FLOR DE LOTO

      Hacer un desastre era todo lo que pensé que se haría en esa casa, el anciano estaba asustado, podía notarlo en el tono de su piel y el leve sudor que perlaba su frente, repitiendo una vez la pegunta pero está vez su tono fue más duro —¿Qué hacen en mi casa? —corrió hacia el teléfono en un intento de llamar al 911, pero la Amante como solían conocerla, lo sujeto con fuerza del cuello elevándolo unos centímetros del suelo y cortándole la respiración al viejo.

      —¿Dónde está la daga? —preguntó para nada amable, dispuesta a matar al anciano, yo elevé el rostro y me quede un poco sorprendido, jamás pensé que ella acabaría con su vida, las ordenes eran claras, hallar la daga y regresar, pero no hablaron de matar.

      —¿Quién rayos eres? ¿Cómo entraste a mi casa? —logró hablar con voz ronca y estrangulada.

      —Creo que tú tienes algo que nos pertenece —exclamó nuevamente la mujer de Piora.

      —No sé de qué habla, solo le pido que se vaya o llamare a la policía —trató de quitar la mano que lo sujetaba, pero su mirada voló hacia mí y luego hacia el escritorio, entonces fui al último cajón y lo arranque con fuerza encontrando una pequeña caja fuerte.

      —La tengo, pero esta con clave —levanté la mirada rogando que el anciano me diera la contraseña —La contraseña, por favor —suplique, yo no deseaba herir a nadie, pero la Amante tan solo apretó más su cuello y no le dejó más remedio que darme cuatro dígitos 2925.

      Presioné las teclas y el particular ruido de un engranaje abrirse me hizo saber que teníamos la daga, abriéndola quede impresionado por el color y sobre todo la belleza de esa pequeña arma, de la nada las manos de Sarah me la arrebataron y desde luego lo que la mujer de Piora hizo me llevó al trauma.

      Yo no era un homicida.

      Sin compasión alguna su mano atravesó el pecho del anciano, su rostro ceñido de rojo fue disminuyendo hasta que la palidez tomó el control, fue tanto el dolor que lo vi retorcerse bajo la mano de su asesina.

      —¡NO! ¿Qué demonios? —grité, quise ir, salvar al viejo, pero Sarah me detuvo tomando mi hombro con fuerza impidiendo cualquier movimiento —¡Basta! Detente he dicho —volví el rostro hacia Sarah, pidiéndole que dijese algo para salvar al anciano, pero era tarde, demasiado tarde —Este no era el trato.

      Por un momento vi un brillo desconocido en los ojos de Sarah, pero luego esa mirada se volvió impasible —Mi padre jamás te ordenó hacer esto, no ordenó su muerte —soltándome, cruzó la habitación en grandes zancadas sujetando con fuerza la mano de la misteriosa tratando de detenerla pero era tarde —Tenemos la daga, era lo único que debíamos hacer. No matar al viejo.

      —¡Suéltame! Suéltame si no quieres que tu padre te enseñe a respetarme —respondió la dama encapuchada, soltándolo. No pude evitar correr hacia el hombre, arrodillándome ante él, pero era tarde, vi morir a un hombre entre mis brazos y no pude hacer nada en ese instante, eso fue lo que jamás me perdoné, nunca me lo perdoné.

      —No eres mi madre, tan solo eres una de sus tantas amantes, una de sus acompañante, así que no me amenaces o tu juego acabará —respondió Sarah, soltando la mano de aquella mujer con brusquedad —Regresemos —ordenó, tenían ya la daga en sus manos y no había motivo para quedarse más en la tierra, pero tampoco no hubo la necesidad de matar al anciano, era solo un viejo inocente, así que ambas desaparecieron dejando a su paso polvo, ceniza y muerte.

      Como olvidar ser parte de un homicidio, vi con tanta claridad el rostro del anciano que incluso podía sentir su mirada penetrante sobre mí, grabe aquellas facciones avejentadas, pero no por deseo propio, fui parte de un acto atroz y eso jamás me lo perdoné, irguiéndome di unos cuantos tentativos pasos hacia atrás y tomé el teléfono marcando el 911 para luego dejarlo descolgado y desaparecer, era lo menos que podía hacer ante mi cobardía al dejarlo morir y huir como el cobarde que era para luego seguir el rumbo de los demás acompañantes, fue tanta mi consternación que no me percate del retrato, porque si lo hubiese hecho, quizás las cosas no hubiesen sido de esa manera, ni acabado en la muerte de un hombre inocente.

      Sin embargo, Natle tenía la necesidad de regresar a casa, por un momento culpó a su encierro y su paranoia, pero sintió que debía ir a casa de inmediato —La lluvia está cada vez más fuerte —trató de ver tras los visores de su casco pero imposible.

      —Un día lluvioso es extraño, el pronóstico del noticiero no aviso ningún cambio atmosférico para hoy —exclamó Joe.

      —Pues ambos se equivocaron, solo hay que llegar a casa —se sujetó con fuerza de su cintura, mientras que las gotas de lluvia comenzaban a caer sobre ellos, convirtiendo el camino en un СКАЧАТЬ