Название: La Corona De Bronce
Автор: Stefano Vignaroli
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Историческая литература
isbn: 9788835420880
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MCCCCLXXXXVIII
AESIS REX DEDIT FED IMPRESORCORONAVIT RES P. ALEX
VI PONT INSTAURAVIT
―Es verdad ―contestó Andrea ―Es un latín bastante macarrónico, pero qué le vamos a hacer, estamos entre el final del 1400 y el inicio del 1500. Quizás la gramática latina había caído en el olvido. Pero el sentido de la frase es que en el año 1498, con la bendición del Papa Alessandro VI, Rodrigo Borgia, en la fachada del Palazzo della Signoria de Jesi al león rampante se le añadió la corona, en honor a que fue la ciudad en que nació el Emperador Federico II. Pero si levantas la mirada ves también que el Papa hizo añadir otra figura, la que representa las llaves cruzadas, símbolo del Vaticano, y la frase LIBERTAS ECCLESIASTICA – MCCCCC, para reforzar el concepto del que hace poco estábamos hablando.
―Si intentamos traducirla literalmente, el sentido de la frase me parece un poco distinto ―continuó Lucia ―Si tomamos al león como sujeto implícito de la frase, se podría traducir: Re Esio lo dio, Federico Emperador lo coronó, como símbolo de la Res publica, Alessandro VI Pontífice lo instauró. O sea, Rey Esio, el mítico fundador de la ciudad de Jesi, indicó el león cómo símbolo de la misma; a continuación, el Emperador Federico II, que nació aquí en Jesi, lo hizo coronar proclamando la ciudad real, es decir fiel al Imperio; en fin, el Papa Alessandro VI hizo instalar el símbolo sobre la fachada del palacio, remarcando el hecho de que Jesi, de todas formas, permanecía como república independiente, aunque sujeta a la autoridad eclesiástica.
Incrédulo, Andrea quedó un momento en silencio, luego volvió a hablar, no sin un poco de escepticismo.
―Debería consultar algunos textos para responderte de manera adecuada. En cualquier caso, tienes razón sobre un hecho: la corona de bronce ha sido añadida de manera postiza en un momento posterior a la ejecución de la auténtica escultura.
Capítulo 6
Todo se iluminaba a causa de ella: ella era la sonrisa que iluminaba todo, por todas partes
(León Tolstoi: Ana Karenina)
Las luces de la tarde formaban sombras siniestras sobre los rostros de la multitud furiosa. Lucia se dio prisa remontando la Costa dei Pastori, recorrer en diagonal la oscura calle que pasaba por debajo de los muros de la Rocca y entrar en la Piazza del Governo, antes de que el primero de los facinerosos llegase a aquel lugar subiendo la Costa dei Longobardi. Subió los tres escalones que conducían al atrio de la Iglesia de Sant’Agostino, quedando, de esta manera, en una posición más elevada con respecto a la plaza. Enfrente de ella, por la parte opuesta de la plaza, se erguía el Palazzo del Governo, terminado hacía poco y rematado asimismo en el interior gracias a la obra de ilustres arquitectos, entre los cuales se encontraban Giovanni di Gabriele da Como, Andrea Contucci, llamado el Sansovino, y otros insignes escultores y tallistas de madera. Tan sólo el maestro tallista debía completar todavía su trabajo: le había sido asignado la delicada misión de tallar y trabajar el relieve de los techos de la Sala Grande, de la de la cancillería, de la Camera del Podestá y de otras habitaciones.
Cuando las primeras personas armadas con rudimentales utensilios, como horcas, hachas, azadas, pero también cuchillos y lanzas encontradas quién sabe dónde, comenzaron a llegar protestando a la Piazza del Governo, Lucia intentó alzarse en toda su altura, para hacerse notar por todos, sobreponiéndose a la multitud. Estaba emocionada, se le encogía el corazón, no sabía si las palabras que saldrían de su boca serían las justas. Pero debía intentar el todo por el todo. Alguien la reconoció, señalándola a los otros, a aquellos que poco a poco estaban invadiendo la plaza.
―¡Es la noble Lucia Baldeschi! ¡La prometida del añorado Capitano del Popolo!
―¡Cierto, si hubiésemos tenido a Andrea dei Franciolini a la cabeza de la ciudad y del condado, no nos encontraríamos en esta situación!
Lucia temía que alguien, en ese momento, pudiese decir que ella estaba de acuerdo con su malvado tío para echar a Andrea y que si éste último no había sido ajusticiado había sido por pura casualidad y no por su intersección. Ni siquiera se había dado cuenta de que alrededor de ella se estaba formando un aura luminosa, tan intensa que la gente casi se atemorizó al verla. Mientras el sol se ponía, la plaza estaba siendo iluminada por la luz que ella misma emanaba desde allí, desde el atrio de la iglesia. Cuando levantó los brazos y todos se callaron, a Lucia no se le escaparon las frases susurradas por quien estaba más próximo a ella.
―Es una santa. ¡Es la Virgen María en persona! ―decían arrodillándose y dejando caer al suelo sus armas. Todo aquello infundió más valor en ella, que sabía que tenía poderes más allá de lo normal y que a veces huían a su control, como en este caso. Pero no podía perder tiempo corriendo detrás de sus pensamientos, al hecho de que, si su abuela hubiese tenido tiempo para acabar de instruirla ahora sabría controlar a la perfección todas estas capacidades. Debía hablar a quien estaba enfrente de ella. Dejó, por lo tanto, que sus palabras fuesen inspiradas por el espíritu de su abuela que, quizás, todavía aleteaba indómito a su alrededor.
―Venga, señores, rebelarse contra la autoridad no tiene sentido. Allí, dentro del palacio, los nobles y los ancianos de Jesi, los que nosotros llamamos el Consiglio dei Migliori, sólo esperan un guía fuerte. Y este es el momento apropiado. Sí, porque el Papa Adriano VI ha decidido reclamar el legado pontificio ya que cree que el Cardenal Cesarini es más útil en Roma y no aquí, en Jesi, donde, por otra parte, casi nunca está. ¡Y esto es para nosotros algo bueno!
La noticia, todavía desconocida para la mayoría de los presentes, sólo en parte cierta, produjo su efecto y el rumor comenzó a levantarse entre la multitud, obligando a Lucia a elevar el tono de voz hasta casi sentir dolor en la garganta.
―Como decía, esto es bueno para nosotros. Tenemos todo el derecho de expulsar a los ambiciosos vicarios del Cardenal. Y lo haremos sin derramar sangre. Sé que tengo el apoyo del Papa, al que he enviado unas cartas a tal fin, mediante unos mensajeros que ya están de viaje hacia Roma. Padre Ignazio Amici, el dominico inquisidor, ya está haciendo el equipaje, pero estad seguros de que no será él solo el que deje la ciudad en los próximos días. Y de nuevo tendremos un obispo jesino, el Cardenal Ghislieri. Venga, vamos, deponed las armas, volved a casa y dormid tranquilos. También porque, y ésta es una promesa solemne que os hago, mañana por la mañana cruzaré ese portón, sí, el portón del Palazzo del Governo. Me presentaré al Consiglio dei Migliori y reclamaré el cargo que me corresponde por derecho, por haber sido prometida como esposa a Andrea Franciolini: ¡SERÉ VUESTRO CAPITANO DEL POPOLO!
El entusiasmo explotó entre los allí presentes, quien estaba de rodillas se levantó, todos abandonaron los utensilios y armas que tenían en la mano, alguien se dirigió hacia la joven y noble dama para levantarla y llevarla en triunfo por la Via delle Botteghe hasta la Piazza del Mercato. Lucia, izada por los brazos de algunos energúmenos, sonreía, y su sonrisa iluminaba todo y a todos. En un momento dado incluso las campanas de las distintas iglesias comenzaron a repicar festivas. Cuando el cortejo llegó delante del Palazzo Baldeschi, Lucia pidió ser puesta en el suelo, porque estaba muy cansada y quería entrar en su mansión para reposar.
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