Название: La Corona De Bronce
Автор: Stefano Vignaroli
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Историческая литература
isbn: 9788835420880
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―Ministro de Dios ¿os atrevéis a llamaros así? ¿Es de esta manera que sois testigo del mensaje de Nuestro Señor? Jesús descendió a la tierra para salvar a los pecadores. ¿O acaso me equivoco? Y vos, en vez de predicar el amor, ¿qué hacéis? Gozáis arrastrando por el fango a la pobre gente o, peor, en verla morir entre atroces sufrimientos. Pasen vuestras homilías dominicales en las que acusáis a presuntas brujas con difundir, con sus prácticas, la epidemia que está diezmando a nuestra población. Pase vuestra arrogancia al negar los consuelos religiosos a los apestados que están a punto de morir. Pase, incluso, el hecho de que hayáis negado una sepultura digna a unos cristianos, con la acusación de evitar la difusión de la peste. Pero torturar a una joven indefensa de esta manera, es demasiado. ¡Avergonzaos y enmendaos!
―Es la Santa Madre Iglesia quien lo quiere. Debemos combatir las herejías y al demonio, sea cual sea las formas en que se manifiesten ―le respondió el Padre Ignazio sin apartar la mirada para hacer comprender a Lucia que estaba aceptando el desafío. ―¡Yo actúo para alcanzar un objetivo concreto, hacer respetar la Regla y las Leyes! Desde el momento en que, actualmente, en esta ciudad nadie se toma la molestia de hacerlo...
―El único propósito que perseguís, Padre Ignazio, ¿sabéis cuál es? El de satisfacer vuestros propios asuntos sin tener en cuenta otra cosa. No creáis que he olvidado lo que estuvisteis a punto de hacerme. Aunque me convertisteis en un trapo, suministrándome vuestras malditas drogas, era plenamente consciente. Si aquel día, en mi dormitorio, no hubiese entrado mi tío, ¡no habríais dudado en aprovecharos de mi cuerpo!
El dominico, totalmente atrapado, se sonrojó y bajó la mirada. Luego intentó defenderse.
―No es así, mi Señora. Vuestros recuerdos están ofuscados. Sólo estaba intentando hacer un exorcismo, que finalmente conseguí llevar a cabo. Y es justo gracias a mi intervención si ahora estáis aquí y no habéis acabado en una hoguera también vos, ¡porque he exorcizado al demonio que albergabais!
―¡Mentiras! ¡Todo son mentiras! Vos sois un falso, un mentiroso y, además, un oportunista. Me dais asco. ¿Sabéis lo que pienso de vos? Que sois un pervertido. ¡Y que sois impotente! Justo, un impotente que se excita sólo viendo el sufrimiento. He aquí porque gozáis asistiendo a las torturas, ¡porque sólo si estáis presente en ciertas escenas vuestro miembro se excita!
―¿Qué decís, mi Señora? ¡Estáis usando un lenguaje que no se corresponde, realmente, con una noble damisela como vos! Os aseguro que no es así. Mi único propósito es el de hacer respetar las leyes, las divinas y las de los hombres. Y no soy impotente, sólo sigo la regla de mi orden que me impone la castidad.
Lucia había comprendido, por el temblor de la voz de su interlocutor, que estaba tomando la delantera, así que decidió lazarse a fondo. Se desató el lazo que ataba al cuello su camisa y, con un gesto repentino, la abrió por delante dejando al descubierto sus senos.
―Es cierto, no sois impotente. Venga, vamos, ¡queríais mi cuerpo! Tomadlo ahora que os lo ofrezco voluntariamente. Y demostrad que sois un hombre que sabe amar dulcemente a una doncella.
Padre Ignazio, consciente de la trampa hacia que lo estaba llevando la condesa, retrocedió. Allí dentro sólo estaban ellos dos. Sabía perfectamente que la joven no tendría escrúpulos a la hora de acusarlo de haber intentado abusar de ella, incluso con la violencia. Y hubiera sido su palabra contra la de ella.
―¡Cubríos, por favor! No es correcto, por vuestra parte, intentar inducirme de esta manera a la tentación. Decidme qué queréis que haga y lo haré ―dijo con un hilo de voz y la cabeza agachada.
―Sabía que erais impotente ―continuó Lucia mientras cogía del candelabro de encima del escritorio una vela encendida y entregándosela ―¿Por qué no intentáis derramar sobre mis senos un poco de cera ardiente? Quizás así comenzaréis a excitaros y además, finalmente, tendréis ganas de poseerme. Pero no, veo que todavía retrocedéis, os alejáis de mí. ¡Además de impotente sois también un bellaco!
―¡Basta, os lo ruego! Os lo repito: ¡decidme lo que queréis y lo haré!
El sacerdote vio con alivio a Lucia volver a poner la vela en el candelabro y abrocharse los vestidos para luego seguir con su discurso. Sentía el sudor cubrirle la frente y descender a chorros por su espalda.
―¿Queréis saber la verdad? De todas formas sois un bellaco y no tendréis el coraje de contarla a nadie. No es Mira la responsable de la muerte de mi tío sino yo. He sido yo quien lo hirió y provocó su caída desde el balcón. Y ahora que lo sabéis os diré lo que quiero que hagáis. Liberaréis a Mira de las acusaciones de brujería. Diréis que eran acusaciones infundadas y devolveréis mi sirvienta al Juez Uberti. Hecho esto, comenzad a preparar el equipaje. Os quiero lejos de Jesi, lo más lejos posible. Mañana mismo mandaré un mensajero al Santo Padre, a Adriano Sesto, aconsejando vuestro traslado a la Alta Saboya. Allí arriba las herejías campan por sus respetos y un inquisidor como vos sabrá perfectamente cómo actuar para combatirlas. ¡Os necesitan en esas lejanas tierras para devolver al redil a las ovejas descarriadas!
―¿El nuevo Santo Padre? ―respondió Padre Ignazio, ahora empalideciendo visiblemente, sintiendo todas sus certidumbres desaparecer.
―¿Habéis estado tan ocupado en servir a vuestra Santa Madre Iglesia que ni siquiera estáis al corriente del hecho de que el solio pontificio ha sido ocupado por el Obispo Adriano Florensz da Utrecht, más o menos hace seis meses? Después de la muerte de Leone Decimo, el cónclave ha estado mucho tiempo reunido para elegir a un nuevo pontífice. Pero, al fin, ha elegido, ¡no al Obispo de Firenze, Giulio Dei Medici, como quizás vos esperabais!
―¿Así que la Iglesia está gobernada por un hombre cercano a los Reformistas? ¿Y nuestro legado pontificio? ¿Cuándo llegará a la sede? ―Padre Ignazio estaba totalmente conmocionado por la noticia.
―¡Qué mal informado estáis, querido! El cardenal Cesarini ha llegado de Roma ya a mitad del pasado mes de marzo pero parece ser que Jesi no era la sede que esperaba. Ha dejado a su vicario, volviendo enseguida a la de Orvieto. Considerando su perenne ausencia, las autoridades civiles han pedido su sustitución. Pero esperamos las noticias de Roma que, realmente, no tardarán en llegar. Hacedme caso, preparad el equipaje, antes de que todo el mal que habéis hecho se vuelva contra vos. Todavía estáis bajo la protección de ese hábito que lleváis pero creo que esos vestidos, bien pronto, os asfixiarán.
Padre Ignazio, al no tener nada que responder, se dirigió con la cabeza gacha hacia la puerta, salió pasando al lado del Juez Uberti sin dignarse a dirigirle la mirada, y se desvaneció por los recovecos del torreón. ¡Es verdad, en esos meses había estado tan concentrado en demostrar que Mira era una bruja que había perdido totalmente el contacto con la realidad!
Todavía trastornada por la conversación que acababa de tener e inmersa en sus propios pensamientos, Lucia ni se había percatado de que el Juez había vuelto a entrar en la habitación, esperando con paciencia que le dirigiese la palabra. Escuchó la frase salir de sus propios labios como si fuese otra persona la que hablase.
―Las acusaciones de brujería en contra de Mira han caído. Os toca a vos juzgarla. ¡Sed clemente con ella!
―Su culpabilidad en ser la responsable de la muerte del Cardenal ahora ya está ampliamente demostrada. Y, para un asesino, la condena es la muerte. No hay nada que discutir. La única clemencia que puedo reservarle es la de una ejecución rápida y sin público. Mira será decapitada mañana al alba. No haré pública la noticia. Será una cuestión entre ella y el verdugo.
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