Название: La Corona De Bronce
Автор: Stefano Vignaroli
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Историческая литература
isbn: 9788835420880
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―¡Venga, queridos huéspedes! Hay comida y mujeres para todos aquí. Adelante. Yo invito y hoy me siento generoso. Y al final también hablaremos de negocios.
Los establos del castillo de Massignano eran capaces de albergar más de cien caballos pero en ese momento sólo había allí una treintena. Dejando aparte las yeguas más tranquilas y dóciles, el Mancino guió a Andrea hasta la zona en la que habían sido construidos algunos compartimentos en ladrillo, donde los caballos más fogosos estaban encerrados para evitar que se pusiesen nerviosos sólo mirándose entre ellos.
―Los sementales son los más difíciles de montar pero dan muchas satisfacciones. Son mucho más veloces y pueden arremeter contra el enemigo despreciando las flechas que silban cerca de sus orejas. Y aunque los sobrecargues con las armaduras disminuyen muy poco su rendimiento. Aquí estamos ―dijo Gesualdo abriendo la puerta de una estancia donde un caballo, todo negro, relinchó nervioso ante la visión de los recién llegados ―Ruffo es mi preferido. Es un murguese, un caballo originario de Puglia, donde tiempo atrás eran adiestrados los caballos para el Emperador Federico II di Svevia y para su linaje.
Andrea apreció las magníficas formas del corcel, luego bajó la mirada para estudiar patas y cascos.
―Se ve que no es un caballo adiestrado en llanuras verdes y húmedas sino en las colinas áridas y pedregosas de Murguia. Nos gusta mucho recordar a Federico II en Jesi porque es la ciudad en la que nació y yo he podido tener entre mis manos su tratado De arte venandi cun avibus, donde describe cómo éstos eran caballos adaptados a la cetrería, al contrario de los otros, el murguese no teme a los halcones o águilas que sobrevuelan a su alrededor, especialmente cuando descienden en picado para volver al brazo enguantado de su dueño…
Su conversación fue interrumpida al oír voces que indicaban la presencia de otras personas. El Mancino le hizo una señal a Andrea para que estuviese en silencio y permaneciese escondido, agachándose cerca de Ruffo y conteniendo la puerta de madera sin cerrarla del todo. Los dos esbirros con los que poco antes se habían cruzado en las estancias de arriba quizás habían tenido la misma idea, la de venir a escoger los caballos para el día siguiente. Convencidos de que no había nadie en los establos hablaban en voz bastante alta, de manera que era fácil captar su conversación. A Andrea se le hizo un nudo en la garganta cuando los tipos se pararon justo delante de la puerta entrecerrada del refugio de Ruffo. La idea de ser descubiertos allí dentro y tener que hacerles frente no es que le gustase demasiado, también porque tanto él como Gesualdo estaban desarmados.
Por suerte los dos pasaron de largo.
―Mejor no arriesgarse a cabalgar sementales que no conocemos ―dijo el más anciano y más desagradable, un tipo con el rostro picado de viruelas, enmarcado por una barba despeluchada. ―Cojamos mejor dos jóvenes castrados. De todas formas tenemos la ventaja de la noche. Llegaremos con tranquilidad a la Torre di Montignano y tendremos todo el tiempo para preparar la emboscada. Será un trabajo sencillo y rápido y el Duca sabrá recompensarnos debidamente.
El otro acompañó las últimas palabras dichas por su compadre con una sonora risotada. Bajo los ojos incrédulos de Andrea y Gesualdo, que continuaban permaneciendo bien escondidos, echaron sus míseras alforjas sobre los dos caballos que se les pusieron a tiro, saltaron a la grupa de los animales y desaparecieron en la oscuridad de la noche, dejando detrás de ellos la estela de sus risotadas grotescas y de su olor pestilente.
Capítulo 5
Cultura es lo que la mayoría recibe,
muchos transmiten y pocos poseen
(Karl Kraus)
También aquella mañana Lucia se despertó con los primeros rayos de sol que se filtraban por la persiana entre los brazos reconfortantes de Andrea. Su cuerpo desnudo, saciado de amor, del amor dado y recibido durante la noche, estaba protegido por los brazos fuertes y musculosos de su amado, que lo envolvían como un caparazón. Conocía a Andrea desde hacía poco tiempo y sin embargo estaba tan enamorada que no habría podido concebir la vida sin él. Si en ese momento se hubiese despertado en la cama sola, ya estaría con un cigarrillo encendido entre los dedos, incluso antes de levantarse. Y en cambio ahora no, ahora estaba Andrea para apaciguarla y no necesitaba nada más. Había descubierto en él a un hombre apasionado por la cultura, por la historia, por la literatura antigua y moderna, y esto hacía de aquel joven el compañero ideal para ella, con el que compartir intereses y pasiones, además de la casa y la cama. Le había preguntado más de una vez qué trabajo hacía y él siempre había respondido de manera evasiva: el antropólogo, el arqueólogo, el geólogo. En definitiva, todavía no había comprendido cuál era exactamente su fuente de ingresos. Para ser un investigador, como se definía, debía tener un apoyo financiero, ser un becario de cualquier universidad como mínimo, ya fuese italiana o extranjera. O tener una financiación de alguna importante organización privada interesada en sus estudios. Ella sabía perfectamente como era muy difícil sacar adelante las investigaciones con los escasos fondos puestos a disposición por el gobierno y el Ministerio de Universidades e Investigación. En cambio, daba la impresión de que Andrea tuviese apoyo económico suficiente para realizar todo lo que se le pasaba por la cabeza. Pero quizás estaba respaldado por la riqueza de su familia de origen. Quién sabe, a lo mejor los Franciolini, a la larga, habían sabido administrar sus bienes de manera más eficaz y productiva que los Baldeschi-Balleani. ¿Pero qué importaba? Ella todavía gozaba del calor, del contacto piel con piel, contrarrestado por el frescor de las sábanas que recubrían en parte sus cuerpos. Afuera, dentro de poco, el sol pegaría fuerte pero los gruesos muros del antiguo Palazzo Franciolini mantenían el ambiente fresco, incluso en pleno verano, sin necesidad de instalar ningún aparato de aire acondicionado.
Había intentado limitar al máximo sus movimientos pero, en un cierto momento, Andrea había percibido su despertar, había abierto un poco los párpados, había acercado sus labios a su rostro, le había estampado un beso en una mejilla y la había soltado del abrazo con delicadeza. En ese momento Lucia, aunque de mala gana, decidió levantarse. Fue hasta el baño e hizo correr durante un tiempo el agua templada de la ducha sobre su cuerpo, luego, todavía con el albornoz y con los cabellos mojados, fue a la cocina y preparó el café, para ella y para Andrea. Se sentó a la mesa, con la taza humeante delante de ella, retomando con avidez la lectura del texto que había dejado allí encima la noche anterior. Atraído por el fuerte aroma de la bebida al poco apareció Andrea que se puso su café de la jarra y se sentó enfrente de ella, poniendo en funcionamiento la tablet para leer las noticias de la mañana en el sitio ANSA6 .
―No entiendo porqué no enciendes el televisor en vez de arruinarte la vista con esa pequeña pantalla. En algunos canales hay noticias todo el tiempo...
―No es lo mismo ―la interrumpió Andrea ―Ciertas noticias en la televisión no las ponen. Estoy siguiendo con atención los sucesos de los sitios arqueológicos objeto de destrucción por parte de los jihadistas, de los extremistas islámicos. Los telediarios oficiales nos están haciendo creer que la situación es mucho más grave de lo que es en realidad. Pero, de todas formas, para mí, la pérdida de antiguos yacimientos milenarios es un hecho extremadamente grave. Cuando algunas de estas zonas sean liberadas creo que estaré preparado para irme enseguida para evaluar los daños y ayudar en la reconstrucción histórica de la antigua ciudad. El año pasado hemos visto con Nínive que se pudo recuperar mucho de aquello que los activistas del ISIS habían mostrado como destruido.
―¿Y me dejarías aquí sola por unas ruinas milenarias? ―se volvió hacia él cogiéndole la mano y СКАЧАТЬ