17 Instantes de una Primavera. Yulián Semiónov
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Название: 17 Instantes de una Primavera

Автор: Yulián Semiónov

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Expediciones

isbn: 9789874039255

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СКАЧАТЬ primera clase para Sidney.

      Walter cerró los ojos y empezó a hablar. Memorizaba fácilmente los datos cifrados después de apuntarlos dos veces en varias hojitas de papel.

      Camarada Vladimorov: entiendo la magnitud de sus dificultades, pero la situación es tal que no tenemos derecho a aplazar para mañana lo que podemos hacer hoy. La documentación que le enviamos «para Stirlitz» es totalmente segura y le ofrece la posibilidad, dentro de dos o tres años, de infiltrarse en las filas de los nacionalsocialistas de Hitler, quien ha publicado hace poco su programa de acción: Mein Kampf. Nuestros hombres le encontrarán en Hong-Kong, “Hotel Londres», habitación 96, reservada a nombre de Stirlitz, y le entregarán fotografías, álbumes familiares y cartas para usted, de Stirlitz padre. El trabajo de aprenderse la historia le llevará diez días. Menzhinski.

      —Ahora vete —dijo Isaiev—. Vete, Walter, porque tengo mucho sueño. Quiero dormir mucho.

      Walter vio la cajita del «preparado del sueño» y sonrió. —La psicoterapia es una gran cosa —comentó—. Rudnik hace este preparado con aspirina y valeriana. Es una engañifa.

      —Es posible —convino Isaiev—. Pero ahora quiero dormir, no por Rudnik ni su preparado. Todo ha vuelto a su cauce y hasta estoy contento, porque un hombre liberado del presidio teme la libertad.

      —Debes dormir, Maxim.

      —No puedo.

      —Por favor, duérmete, querido.

      —No puedo ni tengo deseos de dormir.

      —Te suplico que duermas… Cuando despiertes, será de noche, volverán a pasar estos cinco años y será como si nunca nos hubiéramos separado.

      —¿A qué olía la casa de Timoja?

      —A miel y estopa.

      —¿A qué más?

      —No me acuerdo.

      —A nieve. A nieve de marzo.

      —Por favor, por favor, duérmete, Maximushka.

      —No me gusta engañarte.

      —Vuélvete, te acariciaré y te dormirás.

      —¿Me has querido siempre?

      —Sí.

      —¿Siempre, siempre?

      —Sí.

      —¿Y…?

      —¡Sí, sí, sí, duerme!

      —¿Por qué lo dices tan rudamente?

      —Porque tú me lo has preguntado así.

      —¿No tengo nada que preguntar?

      —Nada. Duerme, querido, por favor, te lo suplico, duerme… Ya ha pasado todo y estás en casa… Duerme…

      —Desde Berlín es más fácil regresar a casa que desde aquí.

      —Sí. Tienes razón. Lo entiendo todo. Pero ahora vete, me acostaré y me dormiré. Me siento como un perro que se ha cansado de ladrarle a un hueso. Y no sé bien lo que digo. Puedo decir alguna inconveniencia y te ofenderías. Vete, vete, Walter…

      Él volvió a casa en junio de 1946: diecinueve años, siete meses y cinco días después de su encuentro con Walter en Shanghai, en el piso 12 del «Hotel Británico».

      Moscú.

      ...............

      A la memoria de mi padre

      ¿Quién es quién?

      Al principio, Stirlitz no podía creerlo: en el parque cantaba un ruiseñor. El aire estaba helado, y aunque por los alrededores se advertían tímidos signos primaverales como en una acuarela fina, la nieve aún permanecía compacta, sin ese tímido azul interno que precede siempre al deshielo nocturno.

      Los viejos y poderosos troncos de los árboles eran negros; el parque olía a pescado recién congelado. Aún no se percibía el intenso olor a pino y a álamo temblón, podridos desde el año anterior, que acompaña a la primavera; pero el ruiseñor cantaba con todas sus fuerzas: un torrente de trinos y cadencias, frágiles e indefensos en aquel parque sombrío y tranquilo.

      Stirlitz recordó a su abuelo. Aquel viejo barbudo de cejas espesas sabía hablar con los pájaros. Llamaba a los estorninos y se sentaba bajo un árbol para contemplarlos durante largo rato, hasta que sus ojos empezaban a parecerse a los móviles ojos de los pájaros, y éstos no le tenían ya miedo alguno.

      —Fiu, fiu, fiu —les silbaba su abuelo.

      Ellos le respondían confiados, alegremente.

      Con la puesta del sol, los negros troncos de los árboles volcaron sus sombras uniformes y lilas sobre la nieve blanca. «Se helará, pobrecito —pensó Stirlitz y, envolviéndose en el capote, regresó a la casa—. No es posible ayudarle: sólo hay un pájaro que desconfía de la gente: el ruiseñor».

      Consultó el reloj: las siete en punto.

      «Ahora vendrá —se dijo—. Siempre ha sido puntual. Le dije que viniera de la estación a través del bosque, para que no se encontrara con nadie. Esperaré. Es agradable esperar rodeado de tanta hermosura».

      Stirlitz recibía siempre a aquel agente allí, en la pequeña villa junto al lago. Aquella vivienda clandestina resultaba cómoda y tranquila, alejada de las miradas indiscretas, en medio de un bosque de robles. Durante tres meses estuvo pidiendo a Pohl, Obergruppenführer de la SS, la suma para comprarles la villa a los hijos de los bailarines de la ópera, muertos durante un bombardeo. Pedían mucho por ella, y Pohl, responsable de la política económica de la SS y SD, se negaba categóricamente.

      —¡Se ha vuelto usted loco! —decía—. Puede alquilar algo más modesto. ¿Por qué este afán de lujo? ¡No podemos despilfarrar dinero a tontas y a locas! ¡Es deshonesto actuar así con la nación que soporta el peso de la guerra!

      Stirlitz tuvo que hacer venir a su jefe, Walter Schellenberg, dirigente del espionaje político del servicio de seguridad, Brigadeführer de la SS. De treinta y cuatro años, fino conocedor de la belleza, intelectual y hombre perspicaz, Schellenberg comprendía perfectamente que era imposible encontrar otro sitio mejor para entrevistarse con agentes de alto nivel. La compra se había realizado a través de testaferros, y un tal Bolsen, ingeniero jefe de Robert Ley, planta química del pueblo, obtuvo la autorización para utilizar la villa. Él mismo contrató a un guardián por un sueldo alto y buenas raciones extras. Bolsen era el Standartenführer de la SS Von Stirlitz.

      … Después de poner la mesa, Stirlitz conectó la radio. Londres transmitía una música alegre. La orquesta del norteamericano Glenn Miller ejecutaba una pieza de la Sun Valley Serenade. Esa película le había gustado tanto a Himmler, que se compró una copia en Suecia. A partir de entonces la proyectaban con frecuencia en el sótano de Prinz-Albrechtstrasse, sobre todo durante los bombardeos nocturnos, cuando resultaba imposible СКАЧАТЬ