Mujeres que escriben. Varias Autoras
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Название: Mujeres que escriben

Автор: Varias Autoras

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789569946936

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СКАЧАТЬ de Molière, las obras de Antón Chéjov y los cuentos de Isaac Asimov. El que siempre está estudiando, porque en esto de la computación no te puedes quedar atrás. El que misteriosamente está siempre al día con todas las series, todas las películas, todos los juegos de estrategia. El que, apenas sale un aparato nuevo, se lo compra porque alguna gracia tiene que tener. El que, después de un rato quebrándose el cráneo frente al computador, se levanta y dice: “Necesito un rato de cine arte” y va y se pone una de Steven Seagal o Chuck Norris. El que, cada vez que van visitas a la casa, comparte un rato y después se va a meter a su oficina y no vuelve, por más que mi mamá se enoje y reclame que ya se fue a encuevar este gallo otra vez. Pensar que yo la apoyaba pensando que qué mala onda esto de no compartir con las visitas: ahora hago lo mismo cuando la gente me aburre y necesito mi madriguera de vuelta.

      El que escuchaba mis llantos y quejas de adolescente, y todo pragmático me explicaba que “adolescente” viene de “adolecer”, o sea que esos años son dolorosos y hay que vivirlos no más. El que sufría conmigo cuando me sacaba alguna mala nota en la U y me decía no importa, yo pasé todos mis ramos y seguro tú también. El que habla poco, pero cuando habla deja la cagada. Asertivo a más no poder, con dos frases bien puestas y sus ojotes bien abiertos es capaz de dejarte K.O. El que parezco perseguir cada vez que me gusta alguien, porque no por nada me atraen los hombres más bien callados y herméticos.

      El que sería el más bacán del mundo, si no fuera por esa religión de porquería que me lo quitó. El que me echó de su casa porque se la estaba “ensuciando”. El que, según me contaron, lloraba a sollozos porque la niña de sus ojos le salió rebelde. El que, desde que me fui, no me habló nunca más – con solo un par de excepciones-, porque claro, hay que respetar la decisión de la hija expulsada y no hincharla para que vuelva, pero también hay que dejar de hablarle porque tiene que darse cuenta de que está en un error. Si La Organización lo dice es por algo, no ves que ellos representan a Dios y Dios sabe lo mejor para nosotros, así que hay que obedecer. El que me miró fijo con esos ojazos y me dijo que no le importaba que yo lo hiciera sufrir, pero que no me iba a perdonar ver a su mujer así de triste por mi culpa.

      El que, así y todo, aceptó mi invitación a ver a Roger Waters en vivo porque recién me habían pagado la práctica y si tenía que ir con alguien, era con él. El que, sin saber que yo lo escuchaba, le decía a mi mamá que cuando sonó “Wish You Were Here” pensaba en mí, y en las ganas que tenía de que yo estuviera allí con él en el otro lado de la vereda. El que apareció en mi mente cuando, 10 años después, David Gilmour vino a Chile, tocó esa misma canción y yo la canté a todo pulmón llorando como Magdalena. Fue ahí cuando supe que esa sería su canción, la que escucho cada Día del Padre mientras veo Facebook con puras fotos de los papás de mis amigos y pienso en que no tengo fotos actuales de él. La que escucho en estos momentos, mientras escribo estas palabras y por supuesto, lloro. Porque recién ahora vengo a caer en cuenta de que llevo un tercio de mi vida sin él, de que ha sido tremendamente difícil escribir y recordar porque se siente todo tan lejano a estas alturas. Es como si los recuerdos se me escaparan y yo tratara de atraparlos para construir una figura incompleta e invertebrada de alguien que ya no está, no porque no puede, sino porque no quiere. Porque su ausencia es, por lejos, la que más me duele. Porque, cada vez que voy a un concierto de rock, miro a mi lado y pienso en que pucha que le gustaría estar viendo lo que veo, pucha que disfrutaría estas canciones, porque fue él el que me enseñó a gozarlas.

      Tal como dice la canción: cómo desearía que él estuviera aquí.

      Acantilado

       Por Alejandra Novo

      14 de febrero de 2015. Ese día volví a sentir angustia, desesperación, rabia y miedo. No podía respirar, solo quería que él me abrazara, me contuviese, me amara. Pero él no estaba, nunca lo estuvo y jamás lo iba a estar. Me dejé envolver por las mariposas y él llegó violento a desarmarme. Estaba hipnotizada por su aroma, dulcemente sometida a su carne, mientras él me tomaba casi a la fuerza. Pensaba que podía gozarlo y no salir lastimada. Pero el amor me enloqueció. Volví a sufrir. Mi ego creía que estaba superado. Me dije: “He conseguido estar bien, sin necesitar estar embobada por un hombre”. Pero me estrellé contra el piso. Aparecieron miles de preguntas. “No soy suficiente, no soy lo que él quiere, no soy buena, nunca me eligen. Si ni mi madre lo hizo, cómo esperar ser una opción para otra persona”. Comenzó el flagelo otra vez con más fuerza. Se destruyó el castillo creado a mi alrededor.

      De donde viene todo este vacío. La carencia gritó. La culpa me sacudió. “Soy incapaz de hacer que alguien se enamore de mí. Hay tantas minas pencas o más trancada que yo e igual tienen pareja, entonces qué pasa en conmigo”, me preguntaba. La respuesta apareció entre tanta amigoterapia y conversaciones que tuve. Desde que tengo memoria el abandono me persigue y no me deja amarme. Siempre lo he sentido como un tremendo hoyo en mi corazón, por más que lo intento sigue ahí: abierto como un saco sin fondo.

      Me había cansado. La única salida posible era enfrentar lo que en mi cabeza rondaba hacía años. Debo conocerla, debo preguntarle por qué.

      Al otro día, busqué a mi mamita. Le expliqué lo que sentía y lo que había decidido.

      Cuando nací, mi madre fue a buscarme al hospital y la enfermera la dejó sola con mi ficha clínica. Ahí leyó su nombre: “María Juana González Muñoz”. El lugar donde residía: “Doñihue”. Encontró una carta mal escrita. Era casi de una analfabeta. En ella explicaba que, debido a sus ataques de epilepsia y otros motivos, me daba en adopción. Mi mamita me contó esta historia hace 10 años. “Por si me pasa algo”, dijo.

      Entonces buscamos en la guía telefónica. Encontramos un hermano. No sabían nada de ella hacía años. Según él, vivía en San Fernando con dos hijas.

      Viernes, crisis. Sábado, contacto inicial. Domingo, respuesta: el martes a las 5 de la tarde.

      17 de febrero de 2015. Tenía muy asumida en mi decisión. Sentía que iba a realizar un trámite. No me hice expectativas, ya intentarlo era un gran paso. Llegamos con mi madre y mi mejor amigo Jaime. Mi madre estaba muy nerviosa y se arregló mucho. Jaime me preguntó si iba a un matrimonio. Nos reímos en el trayecto y llegamos a buscar al conocido de mi mamá, el tío Ojito. Llegamos a la casa y afuera nos recibió un señor mayor con su esposa y otra mujer más joven. Me pregunté quiénes eran. Ahí me empecé a urgir. Me calmé rápido. Al fin y al cabo, solo era un trámite.

      Era hombre era el hermano mayor de mi mamá. Eran 11 hermanos y María Juana era una de las menores. Estaban enterados de que había tenido una hija y contó que la veía en ocasiones. De joven se desaparecía y era media loca. No tenían mucho contacto familiar. Pero sabía que vivía con una pareja menor en un pueblito cercano llamado Salsipuedes. La otra opción era que estaba en San Fernando cuidando a su ex marido que estaba agonizando por un cáncer. También allí vivían sus dos hijas. Solo quedaba ir a Salsipuedes. Dije de inmediato: Vamos. Quería salir del cacho luego. El famoso pueblo quedaba a 40 minutos de ahí, pero me pareció mucho más. En la camioneta iba mi madre, Jaime, el hombre, su señora, otra tía solterona llamada Purita, que se fue pelando todo el camino a mi progenitora, y yo.

      Llegamos a un lugar humilde, de campo. Yo me quedé en el auto y los demás se bajaron. Jaime me miró y me dijo: “Mira para atrás”. Giré la cabeza, puse mis ojos en esa mujer y solo pensé: “Qué fea es”. Sentí rechazo, asco. Era un ser demacrado, decadente, víctima y bastante diferente a cualquier cosa que me hubiese imaginado. Igual se parecía a mí. La observé de lejos. Traté de buscar empatía, algo dentro de mí. Nada. La señora del hombre la acercó al auto. “Te traje una sorpresa, conoces a esta niña”. Casi me dio un ataque. Yo quería que fuese lo menos invasivo posible y ojalá le dieran la opción de decidir si quería o conocerme o no. Menos СКАЧАТЬ