Mujeres que escriben. Varias Autoras
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Название: Mujeres que escriben

Автор: Varias Autoras

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789569946936

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СКАЧАТЬ hoyos para tomar la 401, micro que recorre todo Maipú hasta más allá de Plaza Italia, pensaba en la escena que acababa de presenciar. Nunca había visto y oído a alguien que le dijera te amo a su hija cuando esta se dirigía a callejear. Sentí que callejear se convertía en algo muy especial.

      Para mí, los abrazos solo eran para los cumpleaños, las navidades y los años nuevo, nada más. No me abrazaban porque si nomás. Y los te amo nunca los oí. En ese momento, cuando conocí los te amo de la mamá de la Java, sentí un vacío como de cariño. Y me preguntaba por qué las cosas eran así, por qué la Java podía recibir cariñitos y te amos en grandes cantidades y yo no.

      Me costó entender el poco afecto que me demostraban mis padres. Lo entendí cuando comprendí sus historias, sus vivencias, sus carencias. Tanto la Eli, mi mamá, como el Eduardo, mi papá, fueron muy pobres cuando chicos. Vivían en Lo Prado, y quizás era tanta la pobreza que no había tiempo para el cariño, no sé.

      Ellos vivían a una distancia de tres cuadras cuando se conocieron. A los dos los unía la misma calle llamada Isla Decepción. Qué brígido decirle a alguien juntémonos en Isla decepción. Es como si desde el comienzo algo fuera a salir mal, alguien fuera a salir mal.

      Mi padre decepcionó a mi madre antes de que naciera mi hermana mayor. No sé si mi mamá lo perdonó, pero llevan 27 años casados, y hace dos, se volvieron a casar para celebrar las bodas de plata.

      Ellos dicen que lo hicieron para celebrar a lo grande, con plata. Su primer matrimonio fue chico, pobretón. Se casaron junto con mi tía Mónica para que saliera todo más barato. Por lo que entiendo la decisión de su segundo ritual. Más íntimo, con más cotillón y hasta con fotógrafo.

      Tanto la Eli y el Eduardo, recurrentemente hablan de su niñez y la pobreza que tuvieron que enfrentar. De las sopas de pan, del pan con aceite y del pan solo. Exprimían hasta el último recurso gastronómico que el pan tuviera. También hablan de sus padres y del pobre cariño que les demostraban.

      Mi padre siempre cuenta que la primera vez que mi Tata le dio un beso, fue cuando se casó a los 26 años. Él sí que debe haber sentido esa falta de cariño de la que yo hablo. Por otro lado, mi madre, cuenta que mi abuela era muy estricta. Cuando mi madre llegaba del colegio, debía hacer el aseo de toda la casa, porque mi abuela era madre soltera y trabajaba todo el día. Si algo no quedaba bien, venían los retos, los golpes, nunca los abrazos.

      Creo que tanto mis padres como yo nos sentimos guachos de amor. Quizás por eso les cuesta demostrar su cariño. Sin embargo, he aprendido a identificar cuando muestran sus abrazos y sus te amo.

      Cuando me llevan a urgencias porque me dio bronquitis o porque me esguincé el tobillo. Cuando mi mamá me compra champiñones y me los corta y refrigera para que no se pudran. Cuando mi papá me reta si ando con alergia, para que me tome mis pastillas. Cuando salgo y mi mamá constantemente me está preguntado con quién estoy y si estoy bien. Cuando me compran probióticos para no enfermarme. Y claro, son más cosas.

      Hace algunos años, cuatro diría yo, cada vez que salgo a alguna parte, con mi mamá y mi papá nos despedimos de besito. Mi papá de la nada llega y me abraza. A veces no estoy preparada para esos abrazos espontáneos, creo que tengo poca experiencia en eso. Pero de a poco, con pequeños avances, tanto yo como mis padres nos preparamos para esos abrazos, esos te amo, o esos te quiero que se darán con el tiempo.

      A mis papás no se les olvidaron los cariñitos ni los te amo. Siempre estuvieron ahí. Sólo que los demuestran de otra forma. Tal como a ellos se los demostraban con esas sopas de pan, que me decían que igual quedaban buenas. Si alguien puede condimentar bien una sopa de pan, debe querer mucho a la otra persona.

      Ahora ya no me siento tan guacha de amor.

      Quechito

      Por Alejandra Fuentes

      Laura Lucrecia Estelvina, Quechito, Señora Lucre, mamma, mamita linda. Eres todo eso y más.

      Naciste en Valparaíso por los años treinta, no daré fecha exacta porque no te gusta decir tu edad, te parece una falta de respeto que te lo pregunten. “Uno nunca debe decir la edad, sino responder: “¡qué edad cree que tengo y listo!” Tan vanidosa que eres, mamita.

      Tu mamá te tuvo a los quince años y por eso prácticamente te crió tu abuelita, a quien siempre dices que le debes todo y que te enseñó todo lo que sabes. Tu papá era marino y siempre lo has recordado con cariño y nostalgia, aun cuando después de separarse de tu mamá, nunca más lo volviste a ver. Esa ausencia te marcó y cada cierto tiempo te preguntas qué fue de él, pero no con resentimiento o rabia, sino como añorando haberlo tenido más cerca.

      Tenías doce años cuando murió tu abuelita y la pena caló tan hondo en ti que te enfermaste de neumonía. Vestiste de luto por un año y por eso, desde entonces, odias el color negro. A partir de ese momento, tuviste que hacerte adulta porque tu mamá salía a trabajar y tú quedabas a cargo de tu hermana menor y de atender al marido de tu mamá, personaje al que no me referiré porque no merece un segundo de atención por miserable. Tampoco puedo dar mayores detalles porque nunca nos contaste mucho qué cosas pasaron exactamente, sólo sabíamos que bastaba mencionar el nombre de este individuo para que te descompusieras. Nos quedaba claro que era un ser detestable y no había más que preguntar.

      Cuando creciste y te hiciste lola empezaste a trabajar como modista. Te hacías la permanente y te veías tan linda que atraías las miradas de los chicos del barrio Ecuador. Entre ellos, Guido, mi papá. Pero eras tan seria y formal que él no se atrevía a hablarte. Hasta que un día te habló. Poco a poco empezaron a conocerse y terminaron pololeando. Fue una larga relación que tuvo sus interrupciones por lo parrandero de mi papá. Hasta que un día, aburrida de la situación de tu casa, donde tu mamá te delegaba la crianza de tu hermana y donde debías soportar a tu padrastro, te fuiste a trabajar lejos, a Vitacura, como empleada en una casa. No le contaste a nadie dónde estarías porque querías empezar una nueva vida, alejada de los problemas de tu familia. ¡Qué valiente mamita! Puro coraje.

      Sin embargo, Guido estaba flechado por ti y no iba a descansar hasta encontrarte. Les rogó a tus amigas del barrio que le dijeran dónde estabas y ellas se apiadaron de este pobre hombre enamorado y le contaron, rompiendo la promesa que te habían hecho de guardar el secreto.

      En ese momento, se fraguó tu destino, Quechito. Porque desde que Guido te encontró y te pidió matrimonio, comenzaste un camino sin retorno. En ese minuto, empezaste a sembrar la semilla y a desarrollar lo que es y siempre ha sido tu vocación: la maternidad. Tu corazón se expandió hasta el infinito y fuiste capaz de criar y formar seis mujeres y cuidar un marido que te veneran.

      Laurita querida, naciste para ser madre. Sin que nadie te enseñara o dijera cómo hacerlo, sólo guiada por el instinto y el cariño, creaste un hogar, una familia, un refugio donde todas las asperezas y sinsabores de la vida se olvidan y pierden importancia.

      Siempre estabas preocupada de que hubiera un rico almuerzo, con legumbres, frutas, verduras. Pendiente de que para los cumpleaños, el festejado tuviera su torta favorita y tejiendo todos los chalecos necesarios para capear el frío. Y si alguien estaba con dolor de cabeza, allá partías a poner los parches de papas en la frente. ¿Resfríos? Limonada con limón y juguito de naranja natural. Todos los viernes había pie de limón o kuchen para empezar bien el fin de semana. Al acercarse Navidad, sacabas la máquina de coser y empezaban las pruebas para los vestidos de fin de año. Nada se te escapaba, Quechito querida.

      Tu amor maternal incluso se ha expandido a otras personas que te quieren y admiran, como yernos, vecinos, amigos, primos. Tienes la capacidad innata de СКАЧАТЬ