Название: Las katas
Автор: Kenji Tokitsu
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
Серия: Artes Marciales
isbn: 9788499102375
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Tetsutaro dormía frecuentemente en el dojo del maestro. Lo hacía con el sable de bambú en la mano ya que, una vez terminaba el entrenamiento de la noche, continuaba entrenando y a veces se quedaba dormido reflexionando. Una noche soñó que el maestro Asari le golpeaba y, sin ningún asombro, se colocó en posición. Estaba listo en todo momento.
Aunque se había marcado la meta de superar el nivel de su maestro, Tetsutaro, bushi (samurai) del Sogún, fue apresurado por unos sucesos.
En el mes de enero de 1868, los partidarios del Sogún sufrieron una derrota definitiva, infligida por las fuerzas aliadas de los clanes feudales del sur, los cuales eran partidarios de la restauración del poder imperial y continuaban su imparable progresión hacia Edo, donde se había refugiado el Sogún.
Se presentaban dos posibilidades para el poder del Sogún: hacer un combate decisivo en los alrededores de Edo, o ceder al poder imperial para evitar un baño de sangre inútil y fratricida.
Considerando la amenaza de una invasión de los americanos, los ingleses, los franceses y los rusos, el Sogún escogió la segunda opción juzgando necesario conservar vivas las fuerzas de un país forzado, a partir de aquel momento, a unirse para no perecer.
En agosto de 1868, el poder imperial se restaura y el estado japonés se organiza “a la europea” alrededor del Emperador Meiji.
Tetsutaro, aunque vasallo del Sogún, jugó un papel muy importante en la conciliación entre ambas partes y le solicitaron que ocupara un alto cargo en el nuevo Estado.
En 1872, fue nombrado instructor del joven emperador de 20 años. En aquel mismo año, a los 37 años de edad, fue nombrado Tesshu.
Así pues, Tesshu atravesó este período de conmoción social, llevando consigo los valores esenciales –en el sentido correcto– del guerrero. Para él, el punto de convergencia de estos valores era doble: el emperador para la vida social y el sable para la existencia interior. Estos dos aspectos constituían en él el bushido7, “la vía de los guerreros”, ligeramente diferente del budo, “la vía de las artes marciales”. El ámbito del bushido era más amplio en virtud de su aspecto cosmogónico y los valores múltiples que abarcaba –efectivamente, en él encontramos una amalgama de budismo, confucianismo, shintoísmo y artes marciales, que tienen como valor central el Señor y, luego, el Emperador.
Al inicio del período de restauración, la clase de los guerreros, formados con el bushido, tuvo un papel motor en la modernización rápida de la sociedad japonesa. Aquel momento requería un servicio considerable al Emperador y, en consecuencia, a la expansión del poder imperial hacia la conquista de la tecnología occidental. Es con este propósito que los guerreros forman parte de las funciones del nuevo Estado japonés.
Esta evolución tenía la finalidad de aumentar la fuerza productiva de un Japón capitalista que empezaba emprender el vuelo. Esto, a su vez, creaba una antinomia entre la clase social de los guerreros y los valores tradicionales sobre los cuales reposaba. La influencia de la ideología dominante del bushido en otras clases sociales hizo que se formaran generaciones de trabajadores dedicados que valoraban la capacidad de concentración, la implicación personal y la fidelidad a sus superiores.
En el torbellino del desarrollo social, Tesshu no había olvidado al maestro y adversario Asari. Además de su trabajo externo para el Emperador, Tesshu continuaba entrenándose con el sable y practicando el zen en su dojo personal, el shumpukan (“casa de la brisa primaveral”), rodeado de sus muchos estudiantes. El maestro Asari se había retirado de la enseñanza después de la restauración del régimen imperial, pero Tesshu seguía enfrentándose a su imagen. Un día, su maestro zen le dijo:
–A pesar de sus ojos sanos, utiliza unas gafas oscuras. Ésta es la razón por la cual usted no ve la verdadera luna.
En 1877, el maestro zen le dio un koan8 en el cual Tesshu meditó durante mucho tiempo. La meditación no se limita al momento en el que uno está sentado en silencio; ésta debe penetrar todos los momentos de la vida cotidiana, y debe cambiarla cualitativamente.
El 30 de marzo de 1880, al despertar, Tesshu tuvo una iluminación y alcanzó el satori9. Como era de costumbre en sus sueños, blandió su sable y se enfrentó a su maestro. Pero, en aquella ocasión, el sable de Asari, que siempre le había repelido como una gran roca, había desaparecido. Se levantó enseguida y llamó a su discípulo principal, el cual vivía con él:
–¡Koteda, Koteda! ¡Ven enseguida! ¡Coge tu armadura y atácame! Se colocaron frente a frente. Pero, inmediatamente, Koteda soltó su sable y se puso de rodillas con las manos en el parquet. Dijo:“Estoy perdido Maestro. No puedo continuar”.
Koteda explicó más tarde:“Había recibido enseñanzas de mi maestro desde hacía mucho tiempo, pero jamás había percibido una intensidad tan extraña, tan potente, como la que aquel día mostraba el sable de mi maestro”.
Tesshu solicitó enseguida una entrevista con el maestro Asari y le desafío en combate, por primera vez después de 17 años. Se colocaron en posición. Asari le miro un momento y, bajando el sable, le dijo emocionado:“¡Al final, has llegado! Has adquirido la esencia y la razón del sable. Te felicito…”
En ese momento, Asari le dio la última enseñanza de su escuela. Tesshu tenía 45 años.
El maestro de sable Jirokichi Yamada (1863-1930), sucesor de Kenkichi Sakakibara, explicó así el combate:
–Los dos maestros se vistieron con las armaduras de entrenamiento. Después del saludo, se pusieron en guardia. El maestro Sakakibara colocó su sable en jodan (guardia con el sable por encima de la cabeza), y el maestro Yamaoka también se colocó en jodan, pero en diagonal. Les separaba una distancia de cinco metros. Buscaban el momento de atacar lanzando kiais (grito de ataque) de vez en cuando. El dojo estaba en calma. Los estudiantes les observaban con una tensión agotadora. En el dojo sólo se oía el sonido de la respiración de los dos maestros. Era un espectáculo solemne e imponente. Diez, luego 15 minutos pasaron. Su sudor bajaba por los pies e iba a parar al parquet. Pasaron, así, 40 minutos. En aquel momento, los dos maestros bajaron sus sables a la vez y se saludaron. A continuación, se retiraron en calma. Fue un combate igualado al nivel más alto.
Saigo Takamori, un hombre político de aquella época, dijo sobre Tesshu:
–Es imposible manipular a aquel que no se apega ni a la vida, ni al honor (alusión a su nombre), ni a la situación social, ni al dinero. Las obras esenciales y difíciles que sirven al país sólo las pueden realizar estos hombres.
De la misma manera, todas las anécdotas que hablan de él relatan la rectitud de su conducta y su fidelidad a la vía que había escogido. Así se comportaba este hombre, el cual se había impuesto, en su búsqueda de la vía del sable, superar o alcanzar el nivel de su maestro, nivel que, para él, era indisociable del estado de iluminación zen. Mientras la imagen imponente de su maestro estuviera presente, su sable estaría inacabado y él mismo permanecería en la imperfección.
El sable y el zen son una imagen clásica en Japón de la realización del hombre, la cual llega a partir de la práctica de ciertas formas codificadas СКАЧАТЬ