Название: Las katas
Автор: Kenji Tokitsu
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
Серия: Artes Marciales
isbn: 9788499102375
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Poco después, a la edad de 62 años, Chiba Shusaku falleció. No obstante, desde aquel día, el entrenamiento de Tetsutaro fue todavía más intenso.
En aquel período, Yamaoka Seizan, su maestro de lanza y su mejor amigo, murió ahogado y los Yamaoka tenían dificultades para encontrar un sucesor. En el sistema patriarcal de las familias guerreras, la elección del sucesor era primordial para la continuación de la familia. Seizan no había dejado descendencia y sólo tenía una hermana, Fusako, que tenía 15 años.
Considerando el vínculo estrecho que tenían Tetsutaro y los Yamaoka, el hermano menor de Seizan, Takahashi Kenzaburo (adoptado por la familia Takahashi y convertido en su heredero), propuso el matrimonio entre Fusako y Tetsutaro. A pesar de la pobreza de aquella familia y la riqueza de los Ono, y a pesar de su posición jerárquica respectiva, se casaron y Tetsutaro se convirtió, a los 20 años, en el heredero de la familia Yamaoka, la de su amigo más íntimo y, de alguna manera, su predecesor en el camino.
Empezó a trabajar oficialmente en el Instituto Marcial como instructor auxiliar en compañía de muchos adeptos del sable que procedían de las escuelas más ilustres. No obstante, seguía yendo a la escuela del maestro Chiba. Fue entonces cuando conoció a muchas personalidades de horizontes políticos distintos.
En aquel tiempo, llamado más tarde Baku-matsu (“final del mandato del Sogún”), aparecieron dos grandes corrientes políticas en la clase guerrera: una (Dabaku) tendía a reforzar el sistema del Sogún, y la otra (Kinno), quería establecer un nuevo sistema de gobierno en el cual el Emperador sostuviera, como en la antigüedad, el poder.
Los gobiernos formados por la clase guerrera siempre habían respetado, formalmente, la supremacía del Emperador, pero éste, completamente fuera de la vida política, sólo mantenía un lugar simbólico en la cúspide del Estado.
En efecto, cuando Tokugawa Ieyasu fundó, en el año 1603, el sistema mandatario del Sogún, en Edo, respetó el protocolo e hizo que el Emperador le llamara Sei-i-Tai-Sogún (“Gran General que vence a los enemigos bárbaros”). Desde entonces, el Emperador quedo recluido en su palacio, viviendo respetado pero sin poder.
El título de Gran Sogún había sido creado a finales del siglo VIII para designar la función transitoria de un guerrero, Sakanoue-To-Tamuramaro, que el Emperador Kammu envió al norte del país para eliminar la revuelta de los bárbaros (Ezo).
En aquella época, el poder imperial estaba en plena ascensión y el papel de los guerreros se esbozaba. Sin embargo, cuando Minamoto Yoritomo adquirió el título de Gran Sogún al fundar el primer gobierno de la orden de los guerreros (1192), el sentido original del título desapareció. El Gran Sogún se convirtió, entonces, en el guerrero que alcanzaba el poder político supremo.
La era de los guerreros se extendió en Japón desde el año 1192 hasta el año 1868, lo que marcó un período durante el cual los guerreros participaban en el gobierno. Los cabezas sucesivos tomaron el título y el estatus de Sei-i-Tai-Sogún, cuya abreviación usual fue Sogún. No obstante, aunque no poseía ningún poder, el Emperador era el único que podía otorgar este título y legitimar al aspirante. De esta manera, se reactivaban los gestos ancestrales y, debido a esto, el ritual adquiría su fuerza.
Tetsutaro vivió el final de la era Edo, etapa durante la cual el poder del gobierno guerrero decayó inexorablemente ante las amenazas procedentes del exterior.
En aquel período de declive del mandato del Sogún, la puesta en tela de juicio del sistema imperial hubiera roto toda la concepción japonesa del mundo. Así pues, los ideólogos que criticaban el feudalismo apoyaron el desdoblamiento formal del poder: la legitimidad volvía al Emperador, del cual el fundador del Sogunato había recibido el título y el poder. Un grupo aconsejó la destitución del Sogún con el fin de restablecer al Emperador en sus funciones originales.
Frente a la amenaza de colonización, muy sentida por los hechos transcurridos en China, el Sogún no propuso otra cosa que el mantenimiento del sistema existente, es decir: una estructura jerárquica muy marcada, estancada, que descansaba en un mundo rural con un desarrollo técnico rudimentario y un sistema militar arcaico.
Los partidarios de una reorganización del país chocaron violentamente con la tendencia conservadora que sostenía el Sogunato.
Durante el Sogunato Tokugawa, Japón había vivido dos siglos y medio de paz feudal aislándose casi por completo del exterior (Sakoku). De arma de guerra, el sable pasó a convertirse en un símbolo y su práctica fue, para los guerreros, una afirmación de su situación en lo alto de la jerarquía.
Sin embargo, los enfrentamientos políticos e ideológicos entre las dos tendencias que dividían la clase de los guerreros se materializaron principalmente por medio de combates con el sable. Así pues, el sable volvió a vivir plenamente una época de sobresalto para, finalmente, llegar a su desaparición, tanto simbólica como real.
En el Instituto, Tetsutaro estaba en contacto permanente con estas divergencias, pero la ideología revolucionaria no le convenía. Siendo un hombre recto, mantuvo su fidelidad al Sogún y demostró igualmente su lealtad al Emperador. El ser fiel a uno no le llevaba a poner en tela de juicio al otro, contrariamente a lo que hacían la mayoría de guerreros que consideraban que la lealtad al Emperador era sinónimo de oposición al Sogún.
Para Tetsutaro, la vía del sable implicaba una interiorización tal que se mantenía siempre alejado de los movimientos políticos.
En 1863, a los 27 años, se encontró en el Instituto con un gran adepto, Asari Matashichiro, quien por aquel entonces tenía 57 años. Tetsutaro le reto en un combate de entrenamiento para evaluar, también, su propio progreso.
En el dojo, se sorprendieron de la valentía de Tetsutaro, ya que el maestro Asari, después del fallecimiento del maestro Chiba Shusaku, era considerado como el hombre de sable más eminente de la época.
Asari blandió un sable de bambú (shinaï) y dijo:“Ven”.
Diciendo sentirse muy honorado por la lección, Tetsutaro se colocó delante del maestro. Pero desde el momento en que Asari se puso en guardia, Tetsutaro se tragó un grito de asombro; el maestro había levantado el sable por encima de su cabeza y lo blandía con ambas manos manteniéndose perfectamente inmóvil. Aunque la posición del maestro era muy abierta, Tetsutaro no vio ningún defecto en ella, ni en el pecho, ni en el vientre… Sintió la misma sensación que ocho años antes delante del maestro Chiba. El cuerpo fino de Asari parecía una roca y desprendía una potencia irresistible. Esta energía bloqueó literalmente a Tetsutaro.
No obstante, reuniendo toda su energía, Tetsutaro se lanzó con todo su cuerpo y su sable. Enseguida, recibió un golpe seco y violento en la cabeza y su vista se nubló. Al intentar recuperar el control de su sable, el cual sólo había golpeado el aire, recibió un segundo golpe en la cabeza. Si no hubiera sido de bambú, el sable le hubiera cortado la cabeza en dos.
Al volver a casa tambaleándose, no tenía más que una cosa en la mente: el sable de Asari. Tres días más tarde, todavía obsesionado por aquella experiencia, se dirigió a la escuela del maestro empujado por esta reflexión:
“Mientras no venza al sable del maestro Asari, mi sable está muerto… Un verdadero adepto tiene la flexibilidad del exterior y la fuerza del interior. Su espíritu respira, conoce la fineza del combate, sabe el momento vulnerable del adversario incluso antes de que éste le lance un ataque… Mi vida ahora tiene una meta: vencer a su sable.”
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