Solo se lo diría a un extraño. Varios autores
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Название: Solo se lo diría a un extraño

Автор: Varios autores

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9786124838323

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СКАЧАТЬ niñez en un colegio alemán, mis quince años fuera del Perú, mis pasiones, mis frustraciones y hasta el simbolismo lacaniano de por qué carajo nunca me circuncidaron.

      —¿Sabés cuál es tu problema, Oscar?

      —¿Soy demasiado exitoso y la envidia de mis enemigos los avienta al suicidio?

      Nada como el sarcasmo para sabotear un ultimátum.

      —Hacés. Malos. Cálculos —me fulminó.

      Mi cinismo huyó por una rendija y sentí esas palabras como un sablazo separando mi cabeza del cuello. Yo, que hacía unos segundos me sentía en absoluto control con mi corbatita Hermès, ahora sobrevolaba ese consultorio como un espectro desmochado.

      —¿Comprendés? —remató.

      La que no había comprendido era Laura. Su sentencia había pulverizado la bóveda donde mantenía encerrados mis fantasmas y ahora se proyectaban frente a mí como escenas censuradas de películas prohibidas:

      Niño problema. Suspendido en la universidad. Banquero hippie. Quiebras. Divorcios. Emigrante devuelto. Músico acobardado. Filósofo de ducha. Atleta sin podio. Amante de 84 octanos. Terco en las letras, los números, las reglas, las melenas...

      Laura, astuta y perspicaz, me había lanzado una bola curva, un guantazo a ver si el terco reaccionaba. Todo el tiempo y el dinero invertidos en sus consultas se resumían en aquella bofetada, de esas que le voltean la cara hasta al más necio.

      En forcejeos con mi inconsciente, recordé de pronto esa frase de Thoreau que alguna vez había leído sin darle demasiada importancia:

      “El precio de cualquier cosa se mide con la porción de vida que entregaste para alcanzarla”.

      Quizás esos “malos cálculos” de los que me acusaba Laura habían sido en realidad decisiones deliberadas, porciones de mi vida que yo había elegido no entregar. El tiempo y la libertad eran mi prioridad, y todas mis decisiones, el precio asumido. Quizás esos fantasmas no eran más que el reflejo de mi carácter y, en lugar de temerles, tenía que cuidarlos.

      Veinticuatro

      El día que me botaron de mi casa, me hicieron el favor más grande de mi vida. Empecé a disfrutarla sin explicaciones, con ansias de experiencias nuevas y desesperado por recuperar el tiempo perdido.

      Había nacido en una casa de padres estrictos, sobreprotectores y violentos, donde su palabra era ley; mi voz, muda; y una inseguridad sigilosa se había ido instalando dentro de mí.

      Yo hubiera querido estudiar música, pero me gradué de administrador de empresas y, apenas recibí el cartón que jamás usé, me prometí nunca más hacer lo que esperaban de mí. Quería enfocarme en hacer lo que sentía.

      Durante un tiempo, recorrí diferentes oficios, trabajé en bancos y hasta bares. Conocí gente interesante, pero quizás lo más interesante fue conocerme a mí.

      Un día, unos amigos me invitaron a conocer el Salto Ángel, la catarata más alta del mundo, ubicada en la sabana de Venezuela. Yo no tenía ni un mango.

      —Te invitamos, pero tú filmas —fue su propuesta.

      Nunca en mi vida había agarrado una cámara, pero igual me lancé.

      La primera vez que miré a través del lente fue como entrar por una puerta secreta a un lugar donde terapéuticamente se disolvía la inseguridad al ir descubriendo mi forma de ver las cosas. Lo mejor de todo era que podría volver a esas imágenes, una y otra vez, en la sala de edición.

      Regresé fascinado con mi nuevo hallazgo, que, hasta ahora, sigo explorando. Para mi suerte, el mundo se volvió cada vez más visual, y yo logré hacer una carrera a partir de escuchar a mis instintos. Nunca más solté una cámara.

      Me casé a los cincuenta años y tuve una hija preciosa, que es la experiencia humana más extraordinaria que he tenido. A ella, le deseo que siga sus instintos y busque lo que la haga feliz.

      Veinticinco

      Provocadora, la muerte me ha vuelto a sumergir la cabeza en el agua, una vez más. Acaba de morir, hace unas horas, mi tío adorado. Mi mamá está muerta en vida desde que nací. He enterrado a mi padre, a mi hermana y a mi marido, y todavía no cumplo cuarenta. Quizás por eso, a mí, los muertos no me conmueven. Hace años que dejé de dedicarles mis lágrimas y ya ni siquiera voy a sus velorios.

      A pesar de que este tránsito se me ha vuelto cotidiano, pensar en mi último latido activa una corriente de aire frío que baja por mi espalda. Si el desafío es saber quién soy, no me interesa el futuro ni lo que venga después; lo que me preocupa es que sea mi presente el que me derrote. No quiero ser una mujer que no pueda volver a sentir hambre por alguien. La mamá agobiada, que no se da un respiro porque vive para sus hijos, porque sus deseos se reducen a anhelar salud y años de vida para verlos crecer.

      Durante años, me he definido por mi relación con la muerte. Ya no. Ya no le temo. Si acaso algo me da miedo no es el fin, sino la inercia de la vida que a veces pareciera mantenerla inmóvil.

      Veintiséis

      Tenía trece años. Nuestro primer beso supo a Coca Cola. El corazón puede cargar un disfraz pesado durante días o años. Incluso, si quieres, puedes elegir pretender no escuchar el bombeo de su sangre.

      Para obtener permiso de la Iglesia, tuvimos que reunirnos con un sacerdote y presentar pruebas de que él y yo no éramos hermanos. Nos encontramos frente a puertas que no nos recibían y nos condenaban a tener hijos imperfectos. Acepté la furia de mi madre por arrastrarla a una iglesia con los mismos asistentes que habían estado en su boda, esa que resultó en divorcio.

      El amor traspasa las antesalas de jardines formales, hace malabares con escenarios imperfectos, crece con valentía, dolor y una cómoda extrañeza. Tropieza sobre miradas y aprende a caminar bien. Transforma lo indebido en rutas amables, se convierte en nuestro propio mundo subterráneo bajo amenaza de tribus homogéneas. El amor es terco, nosotros también.

      Me casé con mi primo hermano y lo volvería a hacer.

Breves relatos y reflexiones

      4:26 a. m.

      Ahí vas, una noche más, deslizándote al baño en la oscuridad. Me casé con un ninja, ¡la cagada! ¿Crees que no me despierto? ¿Te olvidaste de que soy madre de tres?

      4:26 de la mañana.

      Tienes cincuenta años. ¡No puedes tomar tanto jugo de manzana en las noches! Dejas la puerta entreabierta para no hacer ruido, pero prendes la luz y jalas la cadena. ¡Buena, Einstein! Y no solo dejas la tapa arriba, sino que, pa’ concha, estás descalibrado. ¿Tendría que pintarte la mosca esa para que apuntes bien y no mojes el piso? Tsss...

      Si al menos mearas como chibolo y se oyese un torrente caudaloso, nutrido. No te pido el Iguazú, pero al menos una muestrita de dignidad por favor. Ese chorrito de mierda parece una procesión en clave morse... ta-ta-tá... ta-tá... ta-ta-tá... ta-tá.

      No quiero ni ver el summary en mi Apple Watch; seguro el miserable marcará una sola hora de sueño profundo. Se me jodió el día. ¡Gracias, huevón!

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