Название: Solo se lo diría a un extraño
Автор: Varios autores
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9786124838323
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Cinco
Soy un carpintero sin herramientas, un abogado sin expedientes. Soy amante de los proyectos sin terminar, de las ideas que nunca abandonaron la libreta. Soy un caminante curioso. Soy los silencios de mi papá y la verborrea de mi mamá. Soy la casa de Benavides y todos los perros que en ella habitaron. Soy Mefisto, el rottweiler de mi tío Henry. Soy Pecoso, el cocker spaniel, y también soy el día en que se escapó. Soy todos los parques de La Aurora. Soy la calle Simón Salguero. Soy una infancia telemaníaca, con un televisor de señal abierta. Soy Panamericana y Frecuencia Latina, que va para arriba. Soy El Chavo del 8 y Gokú. Soy Kevin Arnold y Winnie Cooper. Soy La historia sin fin, el sensei Miyagi y la patada de la grulla. Soy mi abuela, meine Omi, que, preocupada, desenchufaba la tele y me daba un libro. Soy esos libros, las novelas de Astrid Lindgren y los cuentos de los Hermanos Grimm. Soy Hansel, pero no soy Gretel. Soy los veranos eternos con mis primos en la casita de Punta Hermosa. Soy Pedro, Sonia y todos los helados que me fiaron. Soy la señora María y sus sánguches de pollo deshilachado con una hilacha más que la competencia. Soy esa mayonesa que a algunos mandaba al baño. Soy esas madrugadas en las que yo no pescaba nada y mi viejo llenaba un cesto con tramboyos y pintadillas. Soy algunos amigos que considero hermanos y algunos profesores que considero maestros. Soy lo que recuerdo y lo que he preferido olvidar. Soy todo eso, pero también soy el camino que me queda por andar, las chicas que me falta conocer, los triunfos que quiero saborear y las derrotas que tendré que aceptar.
Seis
Mamita, Luigi no quiere ir a ver a la bebita. Dice Kike que no es de nuestra familia porque está muy gordita. Yo sí quiero ir. Tiene muchos pelos, ¿no? Seguro se va a poner más bonita. En algún día. Ponle Silvia, como mí.
*****
Mamá, soy Kike. La Silvia no hace sus tareas y cuenta muchas mentiras. Ayer le dijo a la profe del Carmelitas que ella no tenía papá. Hoy casi le saco la mugre al Luigi porque me dijo “gringo”, pero me aguanté para que me preste sus chipunes. Amo mucho a tu bebita. Es mi hermana preferida.
*****
Maa, no quiero ir a la clínica con la tía Celia. Voy a jugar fulbito ajuera. Quiero meter un golazo para la bebita. Psst... Kike dice que no la quiere. Pero tú no le creas, ¿ya? Todos estamos bien. Mejor no le doy bola a Silvia porque quiere que te diga que llora como cebolla y que le reza a la Virgen nosequé para que no la cambies. Pero yo no noto nada. Maa, porfa, ríete mucho, mucho, para que tu leche no se poinga como limón. Gregoria dice que, si no, no le va a gustar a la bebita.
Un día después de mi nacimiento, mi mamá desplegaba tres cartitas mal dobladas, salpicadas de manchas, llenas de corazoncitos extraviados y escritas con letras borrachas que me daban la bienvenida.
Sus tres diablillos (disfrazados de Reyes Magos) le hacían llegar, uno por uno, su ofrenda de palabritas, sin saber que esas cartas caracterizarían por siempre mi historia familiar y personal.
El 7 de marzo, llegué cuarta a la línea de atención de mi madre. Primera al orgulloso estreno de mi padre. Primerísima a los miedos y escrutinio de mis tres medio hermanos.
Con los años, casi nada cambiaría entre nosotros.
Crecimos juntos y mal revueltos, en un caserón donde residían personajes de Macondo, Todas las sangres y la Saga de los Nibelungos. Éramos quince, entre abuelos omitidos, padres distraídos, hijos enredados, tías postizas, primos prestados, nanas, cocineras, jardineros, fantasmas muertos en vida y espíritus renegados.
Ese primer 25 por ciento de mi vida contrapuesta, anónima y libre de supervisión me enseñó las ventajas del sigilo y las medias tintas, a medir mis fuerzas y a templarme. Pero también me instigó a explorar el mundo en búsqueda de mi individualidad.
El 75 por ciento restante me ha llevado a absorber, casi aburrida, todas esas culturas y países en los que he vivido. Y a reconocer el hogar de mi infancia como la más aguda maestra. No aguanto ni llorones ni verdades absolutas. No busco el balance, veo en el cambio la fuente de vida. Desprecio la indiferencia y el miedo a lo nuevo. Y sé que donde hay conflictos, hay energía.
Siete
Juan me contó que existían asociaciones anónimas para adictos a las relaciones. Sin entender bien a qué se refería, no tuve dudas de que yo cumpliría con todos los requisitos para ocupar una de las sillas, acomodadas en círculo, en alguna cancha de básquet venida a menos.
El sexo me fascina, me permite deshacerme de la banda presidencial y cumplir el rol del subordinado. Pero el sexo nunca será tan sexy como las relaciones; esas que incluyen despedidas desgarradoras, peleas a los gritos, cartas de amor, rupturas para siempre que jamás son para siempre.
Conmigo nunca nada termina.
Colecciono hombres que tuve que dejar ir pero nunca abandoné del todo. Son mi archipiélago de endorfina, mi hamaca para un ego insaciable que, lejos de engordar con la lista de asociados, se adelgaza y pide más.
Pero no se confundan: mi corazón es noble y mi contrato, justo. A mis chicos los cuido y los quiero; me preocupo por sus mujeres, sus hijos, sus trabajos. En ocasiones, los busco. Les devuelvo un poco de vida mientras les lamo las heridas que solo me dejan ver a mí.
Para el día en que vaya a una de esas reuniones para adictos a las relaciones, ya tengo planeado mi debut. Empezaré confesando mi mayor fantasía erótica, esa que nunca le he dicho a nadie. Quiero morirme de pronto, para que mis chicos se junten en una sala fría de velatorio y, como masones, se reconozcan. Quiero que se emborrachen y me lloren juntos: Juan y el resto de mis apóstoles.
Ocho
Cortar las raíces de un niño y extraerlo del Perú, teniendo cuidado en retirar su colegio y sus veranos en Santa María. Inmediatamente después, llevarlo a una isla caribeña y dejarlo remojar durante tres años en un colegio mixto de monjas. Batir vigorosamente hasta eliminar los grumos del shock cultural. Sazonar con repartición de periódicos, armado de aviones a escala y juegos bajo el sol y la lluvia. Espolvorear con infelicidad parental.
Alcanzado el termino medio, llevarlo a Venezuela por aproximadamente ocho años a fuego alto. Aderezar su colegio con valores jesuitas e hidratar constantemente mientras se añade agua turquesa de playas y vegetación de montañas, sin tapar, hasta que se evapore del todo. Dejar fluir su adolescencia con grandes amigos, drogas, música de los ochenta y ron con Coca Cola. Sellar con una ruptura de corazón. Revolver todo hasta obtener una masa homogénea.
Sin engrasar el molde, regresarlo al Perú. Colocar la masa en una olla de presión durante cinco años de estudios de Economía hasta el quinto superior de cocción. Humedecer a gusto y rociar los fines de semana con arena del desierto en moto y salpicar con un chorrito de chicas vainilla. Mezclar lentamente.
Con la base y el relleno a punto, ya debe apreciarse su completa transformación. Es momento de ahumarlo con trabajos en bancos y un MBA fuera. Finalizar la reducción casándolo, reproduciéndolo y pasándolo por una trituradora corporativa y empresarial hasta que suelte todo su jugo y esencia.
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