Название: Solo se lo diría a un extraño
Автор: Varios autores
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9786124838323
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Batman se moría por Antonio, el marihuanero. Bruce sabía que Antonio era un bueno para nada. El consenso, entonces, era que yo saliera con Antonio, pero sin que nadie lo supiera. Bruce mantenía así su imagen corporativa, o, en esa época, de alumna estrella, mientras Batman disfrutaba de las noches en Barranco, Ciudad Gótica.
Es el equilibrio que encontré entre lo que debo querer para mí y lo que sé que quiero pero no tengo claro cómo termina.
Hoy, Bruce vive en un penthouse, invierte en la bolsa y tiene una relación de largo plazo y una ahijada. Batman, forzado al celibato y al cumplimiento de las reglas de la cuarentena, se trepa por las paredes. Excepto cuando escribe. Cuando cuenta cosas que avergüenzan a Bruce, y, por extensión, también a mí. Es su venganza. Es su forma de avisarnos que existe y que debe salir pronto.
La verdad, sería más sencillo vivir sin Batman. Adoptar a Bruce, vivir en ternos Brioni y zapatos italianos. Ser apropiada, culta, respetable. Nunca más dejar que Batman se estrelle contra las paredes, cuando sé que Bruce es quien termina escupiendo los dientes rotos.
Pero no me sale. Habita en mí la necesidad de saberme profundamente libre, dueña de mi mundo. Batman sabe, y yo también, que todo se puede ir a la mierda mañana, y por eso quiero lo que quiero ávidamente.
Dos
En Cusco, no tenía cama. Mi casa era un sleeping bag. En las noches, ayudaba en la barra de Mamáfrica por alguna propina que asegurara la comida del día siguiente. El presupuesto diario era un sol; con eso compraba una palta y tres panes. Para no sentir hambre, dormía durante el día. El agua la tomaba del caño comunal, en la calle Siete Culebras.
Patear el tablero a los 19 años, dejar de estudiar Derecho en la Católica y mandar a la mierda a mis papás para salir de la cueva de Platón fue como parir lava.
Me crecieron la barba y el pelo más de lo que hubiera imaginado que podrían crecer, y comencé a correr. Mis mejores amigos eran los lustrabotas de la plaza. Ellos me dieron cama en sus casas. Al principio, me daba un poco de asco dormir en esas sábanas, felizmente tenía mi sleeping.
Desde entonces, mis camas nunca han sido las mismas y su valor ha ido transformándose.
En Sepahua, por ejemplo, mi cama fue una estera encima de la tierra. Seis meses viviendo con esos yaminahuas en la selva me enseñaron que la cama es cualquier lugar donde recargas tus sueños y energía. Esas esteras fueron partícipes de los vómitos de todos los viernes de ayahuasca y chirisanango.
En el dorm universitario de Seúl, mi cama fue el espacio del miedo, de la oscuridad y soledad. De la nostalgia secuaz que atestiguó mi cambio de piel. Ahí conocí el pánico y aprendí a controlarlo.
Llegadas las arrugas y la vida imparable de viajes y hoteles por trabajo, perdí el rumbo de mis camas hasta que, en Macondo, un bar de mala muerte en Tailandia, un italiano me dijo:
—Tu cama es tu casa y tu casa es donde lavas tu calzoncillo.
Después mi cama fue el cubil al que entraba escapando de afuera. Ese espacio acogedor que invitaba a ser tomado, como la casa tomada de Cortázar. Llena de pies, brazos y sobre todo codos y rodillas pueriles. Era como si en vez de dos, tuviera mil hijos desperdigados en esa king size que terminaban dejándome siempre al borde de la cornisa.
Ahora, mi cama es un altar. Cómplice de sueños y placeres. Tendida a la perfección cada mañana por mí, antes de salir a correr. Inmensa, para sostener todas las fantasías y todos los fetiches, pero al mismo tiempo tierna, para contener las tardes de películas con mis hijos.
Estar encima de ella no es difícil, cualquiera puede estarlo. Lo imposible es estar dentro, porque el abrazo de sus sábanas es el abrazo de mis historias en todas mis camas.
Tres
A confesión de parte, relevo de pruebas:
Generales de ley:
Seudónimo: Óscar Gabriel Lustau Flores, DNI 08213836, domiciliado en la calle Guanahaní 155, San Isidro, de estado civil casado y nacido el 8 de noviembre de 1968 en la ciudad de Austin, Texas, EE. UU.
Historial médico:
Demasiadas fracturas y endodoncias, dos hernias y un fallido infarto de miocardio.
Antecedentes penales:
No registra antecedentes penales a la fecha de emisión del presente certificado.
Declaración:
Sr. Comisario, me presento ante usted y me declaro:
Abogado de profesión, caricaturista de vocación y, de ocupación, constructor.
Arquitecto y decorador sin estudios ni título, pero en ejercicio constante.
Alguien que trató toda una vida de perder sobrepeso y ahora no puede encontrarlo.
Padre biológico desde los 22 años y emocional desde hace poco.
De ancestro judío y casado con palestina, vivo en conflicto permanente conmigo mismo.
Analizado por la misma psicóloga desde hace 30 años.
Optimista hasta la irresponsabilidad. Iluso, entusiasta e hiperactivo.
Sin ninguna conciencia de mi edad y limitaciones físicas o intelectuales, me planteo retos que difícilmente puedo lograr.
Buen pobre, pero mejor rico.
Fiel por miedo, y con miedo a ser fiel.
Sometido como hijo a mis padres y como padre a mis hijos.
No creyente en la extensión de la vida, pero sí en vivirla mientras uno esté vivo.
Finalmente, esperando la muerte para así darle sentido a todo lo vivido.
Cuatro
Dicen que Dios solo da a las personas lo que pueden manejar. Bueno, yo me cago en Dios, Alá, Yahveh y la puta que los parió.
Yo no quería ser madre de una hija con discapacidad. La gente se refiere a ella como especial, algunos incluso la llaman retrasada. Qué definición de mierda; o, como dirían los más nobles de mis amigos, qué definición tan políticamente incorrecta. Aunque, ¿sabes qué? Yo también soy políticamente incorrecta. ¿No lo parezco? Pues permíteme explicarte.
Soy inadecuada porque he imaginado muchísimas veces (más de las que quisiera) cómo hubiera sido mi vida sin ella. Soy censurable por seguir sin aceptarla tal cual es. Pásenme el libro de reclamaciones: solicito cambio de modelo por uno sin mutación genética. Soy egoísta porque todos los días sueño con regresar a mi vida de ejecutiva exitosa, con agenda rebosante, directorios en el Club Empresarial, almuerzos en La Carreta y una independencia incuestionada. Soy envidiosa porque, cuando me cruzo a una mamá que lleva de la mano a su hija, impecable, con el tutú de ballet rosado y el moño alto y prolijo, quisiera ser ella. Soy la culpable de que mi hijo mayor tuviera que decirme, a sus escasos diez años y ahogado en desesperación:
—¿Qué СКАЧАТЬ