Monsil. Jeong-saeng Kwon
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Monsil - Jeong-saeng Kwon страница 6

Название: Monsil

Автор: Jeong-saeng Kwon

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección literatura coreana

isbn: 9786077640943

isbn:

СКАЧАТЬ dijo nada en especial. Parecía que no les importaba la pierna herida de Monsil. De verdad, era como si nada hubiera ocurrido.

      Mientras desayunaban, Monsil se tragaba sus lágrimas en la esquina del cuarto. La abuela no se preocupaba por ella y tampoco el señor Kim la miraba, y esto la hizo sentirse aún más triste. Monsil se moría de dolor. Quería llorar a gritos, pero no podía. Esperaba que alguien la consolara, pero nadie lo hacía. La señora Milyang tenía miedo y miraba de reojo al señor Kim y a la abuela.

      Monsil pensaba que era mejor morir.

      Cuando quitó la mesita del desayuno, la señora Milyang le trajo arroz con caldo.

      —Monsil, toma aunque sea un poco.

      —No quiero.

      Monsil no quería comer nada.

      Monsil tuvo que estar en cama durante un mes. Después de ese tiempo pudo levantarse maravillosamente bien, pero la pierna de Monsil no estaba como antes, estaba tiesa y deforme.

      Monsil estaba coja. La pierna izquierda era una media cuarta más corta que la derecha.

      Estaba feliz por el solo hecho de poder caminar, a pesar de cojear y pasar los días muy ocupada lavando platos, ropa y haciendo mandados.

       3. Separada de su madre

      De los amigos que la visitaban, Monsil quería más a Sun-dok, cuya abuela tenía un peral en su casa. Vivía en una choza pequeña con su abuela; era traviesa, pero buena.

      Con el onbegi de ropa en la cabeza, Sun-dok la llamó:

      —Mooonsil, Mooonsil.

      —¿Qué?

      —¿No vas a lavar?

      —Sí, vamos juntas.

      A Monsil le gustaba ir a lavar ropa con Sun-dok.

      —Lavas mejor que yo —dijo Sun-dok observando la destreza con que desaguaba una y otra vez con agua limpia y exprimía los pañales.

      —No, tú eres mejor que yo.

      Habían pasado dos años desde su llegada a Detgol. De repente, Monsil miró hacia el camino de la cumbre y se hundió en sus pensamientos. “¿Podría llegar hasta mi verdadero padre si cruzara la cumbre y tomara el tren?” Pensaba en su padre, que había venido a buscarla el invierno pasado y regresado sin verla. Su apariencia era más miserable que cuando vivían juntos. Su padrastro, el señor Kim, enojado por esa visita, la había dejado coja.

      —Monsil, regresemos ya —dijo Sun-dok poniendo la ropa en el onbegi.

      —Quedémonos más tiempo.

      —Si te regañan, ¿qué vas a hacer?

      —¿Estará bien si jugamos un poco más?

      Monsil permanecía sentada.

      —¿Por qué lloras? Tienes lágrimas en los ojos —le dijo Sun-dok mirándole la cara con atención.

      —No quiero vivir en Detgol —empezó a llorar y las lágrimas rodaban.

      —¿Qué vas a hacer si no quieres vivir en Detgol? —en los ojos de Sun-dok también había lágrimas.

      —Quiero vivir en el pueblo de Salgang, donde vivía antes con mi madre.

      —¿Es donde vive tu verdadero papá?

      —Sí. Creo que ya habrá ganado mucho dinero y comprado casa y mucha comida —esto se le ocurrió sin saber porqué.

      —Si te vas, ¿dejarás a Young-deuk?

      —Me iré con él también.

      —¿Qué? El padre de aquí te lo impedirá.

      —Me lo llevaré en secreto.

      Monsil sintió una punzada en el corazón por lo que había dicho. Se acordó de que, junto con su mamá, habían huido en secreto del pueblo de Salgang. También sintió una punzada en el corazón por haberse traído todos los juguetes de Hi-suk. “Sería mejor si le pidiera perdón a Hi-Suk.”

      De regreso a casa con Sun-dok y con el onbegi en la cabeza, Monsil pensaba en el regreso al pueblo de Salgang.

      Paseaba por la callejuela cojeando y cargando en la espalda a Young-deuk y continuamente añoraba a su padre Chung.

      —¿Young-deuk, quieres ir al otro lado de la montaña en tren?

      —Chikchikpongpong, Chikchikpongpong —Young-deuk imitaba el sonido del tren y era la prueba de que sí quería ir.

      Cuando llegó abril, Young-deuk empezó a dar sus primeros pasos. Monsil y Sun-dok recogían hierbas que crecían en las rocas de la ladera de la montaña detrás del pueblo. Las dos recogían hierbas que crecían en las grietas y las ponían en sus cestas.

      En aquel momento se escuchó una voz por el sendero del cebadal que estaba abajo.

      —Coja, cojita…

      —Coja, cojita…

      Eran palabras dirigidas a Monsil sin lugar a dudas.

      Al principio se oían en voz baja, como murmullos, pero después gritaban.

      —Coja, cojita…

      Monsil de repente se levantó y miró hacia abajo.

      —¿Quiénes son? —gritó Sun-dok.

      —Coja, cojita, coja, cojita…

      La СКАЧАТЬ