Monsil. Jeong-saeng Kwon
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Название: Monsil

Автор: Jeong-saeng Kwon

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección literatura coreana

isbn: 9786077640943

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СКАЧАТЬ eran muy hermosos en las noches de luna.

      —¿Cómo te llamas? —preguntaron a Monsil las señoras de Detgol.

      —Me llamo Monsil Chung.

      —¿Monsil Chung? —las señoras movieron sus cabezas con una sonrisa burlona.

      Ese día, llamándola aparte, la señora Milyang le advirtió más tarde a Monsil:

      —Cuando alguien te pregunte tu nombre, a partir de ahora tienes que responder que eres Monsil Kim.

      —¿Por qué, mamá?

      —Te he dicho que tu padre Chung ya no es tu padre.

      —¿Ahora mi apellido es Kim?

      —Sí, Kim.

      Monsil dejó de usar el apellido Chung y empezó a utilizar el apellido Kim.

      —Monsil Kim.

      Era muy raro y nada familiar.

      Con el tiempo, Monsil se acostumbró al pueblo de Detgol y fue olvidando la casa que había dejado. Olvidó al señor Chung, aunque insistía en que él era su verdadero padre; desapareció de su memoria la palabra pobreza, los aciagos momentos en que no había comida y sólo tomaba una sopa de hierbas.

      Después de un año, Monsil era feliz.

      Se había convertido en la hija del superintendente Kim de Detgol. La abuela, la casa grande de piso de madera, los árboles de caqui y dátil también eran de Monsil.

      Cuando llegó el mes de mayo, después de un año, la señora Milyang tuvo un bebé muy bonito. Era un niño.

      Cuando Monsil vio al bebé, vinieron a su mente recuerdos del pasado y evocó la memoria de su otro hermano, su verdadero hermano, hijo también del padre Chung, y que sufrió mucho y murió siendo niño.

      El recién nacido hizo recordar a Monsil vagamente a su hermano y su muerte y, sin saber porqué, se sintió muy sola. Sintió lo mismo que cuando llegó a la casa del superintendente Kim hace un año.

       2. Coja

      Al bebé lo llamaron Young-deuk, porque así lo quiso el superintendente Kim. En casa todos lo mimaban. La abuela regañaba especialmente a la señora Milyang cuando el bebé lloraba, aunque fuera por poco tiempo.

      Por mimar a Young-deuk, Monsil fue olvidada en un rincón. No sólo estaba olvidada en el rincón, sino que era la hija latosa de la casa del superintendente Kim.

      La habladora abuela ordenaba muchas tareas a Monsil:

      —Lava los pañales del bebé.

      —Lava los platos.

      —Trapea el piso.

      —Barre la habitación.

      Monsil no podía decir que no, ya tenía ocho años. Tenía que realizar todos los quehaceres, aunque estuviera comiendo.

      —Monsil, tráeme agua —ordenó la abuela. Monsil dejó rápidamente la cuchara con la que estaba comiendo e intentó levantarse.

      —Sigue comiendo, yo voy —la hizo sentar la señora Milyang que intentó levantarse.

      —Tú tienes que cuidar a Young-deuk. Ve tú, Monsil —dijo una vez más la abuela.

      La señora Milyang, que estaba por levantarse, se sentó, y Monsil obedeció. Regresó con el agua en un tazón y se sentó nuevamente para terminar de comer.

      —¿Por qué tardas tanto tiempo? Termina rápido de comer y levanta la mesa.

      Monsil usaba la cuchara rápidamente para terminar pronto. Al tocar el fondo del tazón hacía un poco de ruido con la cuchara.

      —¿Por qué comes tan ruidosamente? Niña inquieta.

      Monsil movió la cuchara con cuidado.

      Monsil levantó la mesa mirando de reojo a la abuela. Ella la apremiaba todo el día.

      La voz del padrastro, el superintendente Kim, se volvió tosca. Poco a poco empezó a sentir miedo y cansancio. Cuando jugaba un poco, el superintendente la regañaba.

      —¿Comes, juegas y no haces nada más?

      A Monsil le daba miedo comer al lado de la abuela y del señor Kim. Comía en un rincón de la cocina, como si estuviera robando la comida.

      El señor Kim y la señora Milyang se pelearon. Era el día de plaza en el pueblo que tenía mercado y que estaba del otro lado de la cumbre. El señor Kim regresó del mercado un poco tarde y borracho.

      Esa noche Monsil dormía en la habitación de la abuela, cuando un grito la despertó. El señor Kim y la señoa Milyang peleaban en la otra habitación.

      —¡En ese momento me dijiste que cuidarías a Monsil como si fuera tu hija! —decía la señora Milyang al señor Kim.

      Monsil, asustada, aguzó extremadamente el oído.

      —¿Piensas que la trato mal? ¿Por qué estás descontenta?, le doy comida, ropa y le ofrezco dónde dormir —respondió el señor Kim gritando, como si no supiera de qué le hablaba.

      —Eres muy malo. Ella apenas tiene ocho años y le ordenas que haga esto y lo otro sin descansar en todo el día.

      —No lo hago porque la odie. Todos estamos ocupados.

      —Aunque estemos ocupados, es demasiado.

      —Bien. Si no te gusta, váyanse de esta casa.

      La señora Milyang no aguantó más y comenzó a llorar. Se escuchaban los golpes que le propinaba el señor Kim.

      Monsil, sollozando, se cubrió con las cobijas. Quería llorar en voz alta, pero sólo sollozaba por el temor que le despertaba la abuela.

      Así empezaron los pleitos que, poco a poco, se hicieron más frecuentes.

      Al terminar la cosecha de otoño de aquel año, el invierno llegó con un fuerte viento.

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