Lady Hattie y la Bestia. Sarah MacLean
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Читать онлайн книгу Lady Hattie y la Bestia - Sarah MacLean страница 21

Название: Lady Hattie y la Bestia

Автор: Sarah MacLean

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Los bastardos Bareknuckle

isbn: 9788412316704

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СКАЧАТЬ ¿Qué te llevó a atarlo? ¡Y en el ca­rr­ua­je, por el amor de Dios!

      —No estaba pen­san­do. Me aca­ba­ban de apu­ña­lar. Y Rus­sell…

      —¡Ah, sí. Rus­sell! —lo in­te­rrum­pió—. Él tam­bién está aca­ba­do. Ponle fin a esto ya. No ven­de­re­mos otra gota de su carga. ¿Dónde está el car­ga­men­to que ro­bas­te esta noche?

      —Rus­sell se lo ha lle­va­do a nues­tro com­pra­dor.

      —Otro bri­llan­te mo­vi­m­ien­to tác­ti­co, sin duda. ¿Quién es? —Ella alzó una ceja.

      —No quiero que te in­vo­lu­cres en esto. —Si era po­si­ble, su her­ma­no se puso aun más pálido.

      —Como si no es­tu­v­ie­ra ya in­vo­lu­cra­da hasta el fondo por tu culpa.

      —No tienes ni idea de lo pro­fun­do que es. Ese tipo no está cuerdo. —Augie sa­cu­dió la cabeza.

      —¿Ahora qu­ie­res con­ver­tir­te en el es­pí­ri­tu pro­tec­tor de la fa­mi­l­ia? —Hattie re­sis­tió el im­pul­so de gritar—. Su­pon­go que de­be­ría estar agra­de­ci­da de que nues­tro ene­mi­go más in­me­d­ia­to sea sim­ple­men­te ven­ga­ti­vo y no un loco.

      —Lo siento —dijo Augie.

      —No, no lo sien­tes —re­pli­có Hattie—. Si tu­v­ie­ra que adi­vi­nar, estoy segura de que estás feliz de que esté dis­p­ues­ta a arre­glar esto. Y puedo arre­glar­lo.

      —¿Puedes? —pre­gun­tó Augie, ya más cal­ma­do.

      —Puedo —dijo ella vi­s­ua­li­zan­do el plan. El camino hacia ade­lan­te. Y luego, su camino—. Puedo.

      —¿Cómo? —No era la peor pre­gun­ta del mundo. Hattie miró a Nora, cuyas cejas es­ta­ban tan ar­q­ue­a­das que casi ro­za­ban la línea de cre­ci­m­ien­to de su ca­be­llo, como res­p­ues­ta si­len­c­io­sa a la pre­gun­ta de Augie.

      —Ha­re­mos un trato por la carga. Com­par­ti­re­mos los in­gre­sos de nues­tros envíos hasta que aca­be­mos de pa­gár­se­la. —Hattie en­de­re­zó sus hom­bros más segura de sí misma que nunca.

      —No será su­fi­c­ien­te.

      —Lo será. —Ella haría que lo fuera. Le ase­gu­ra­ría que no habría más robos. Y le daría los in­gre­sos. Con in­te­re­ses. Si era un hombre de ne­go­c­ios, re­co­no­ce­ría que era un buen ne­go­c­io en cuanto se lo dijera. Matar a Augie no le de­vol­ve­ría la carga per­di­da y haría caer a la Corona sobre su cabeza, algo que a los con­tra­ban­dis­tas no les gus­ta­ría.

      El dinero era real. Ella lo con­ven­ce­ría.

      —No te metas en esto —señaló mien­tras miraba a los ojos a su her­ma­no.

      —No lo co­no­ces, Hattie.

      —He hecho un trato con él.

      —¿Qué clase de trato? —Augie se quedó pa­ra­li­za­do.

      —Sí, ¿qué clase de trato? —re­pi­tió Nora cur­van­do los labios como mues­tra de di­ver­sión.

      —Nada serio.

      «No estás en po­si­ción de ha­cer­me una oferta. Yo con­si­go todo lo que es mío».

      Un cos­q­ui­lleo de placer re­co­rrió a Hattie al re­cor­dar lo que había acep­ta­do, aunque aún que­da­ba la pro­me­sa de la última re­tri­bu­ción. El calor de su beso. La pro­me­sa de su tacto.

      —Hattie, si ac­ce­dió a verte de nuevo, lo que sea que haya dicho, debes saber que no es por ti —dijo Augie, in­te­rrum­p­ien­do sus pen­sa­m­ien­tos.

      Es­con­dió la de­cep­ción que le pro­vo­có aq­ue­lla afir­ma­ción. Augie no se eq­ui­vo­ca­ba. Hom­bres como el que había co­no­ci­do esa noche, hom­bres como Bestia, no eran para mu­je­res como ella. No se fi­ja­ban en mu­je­res como Hattie. Se fi­ja­ban en her­mo­sas fé­mi­nas con cuer­pos pe­q­ue­ños y del­ga­dos y de­li­ca­dos tem­pe­ra­men­tos. Ya lo sabía.

      Lo sabía, pero aun así…, la sin­ce­ri­dad sin fil­tros sobre su falta de atrac­ti­vo le mo­les­ta­ba.

      Apagó el dolor con una car­ca­ja­da, como hacía siem­pre.

      —Lo sé, Augie. Y ahora sé lo que busca. Al idiota de mi her­ma­no. —Dis­fru­tó más de lo que de­be­ría de la pre­o­cu­pa­ción que bañó la cara de Augie—. Pero tengo la in­ten­ción de que man­ten­ga nues­tro ac­uer­do. Y para ello, tendrá que acep­tar nues­tra oferta.

      —Iré con­ti­go.

      —¡No! —Lo último que ne­ce­si­ta­ba era que Augie la acom­pa­ña­ra y lo es­tro­pe­a­ra todo—. ¡No!

      —Al­g­u­ien tiene que ir con­ti­go. No sale de Covent Garden.

      —En­ton­ces iré a Covent Garden —dijo.

      —No es lugar para las damas —le re­cor­dó Augie.

      Si había cinco pa­la­bras que ca­ta­pul­ta­ran a una mujer al mo­vi­m­ien­to, se­gu­ra­men­te eran aq­ue­llas.

      —¿Ne­ce­si­to re­cor­dar­te que crecí entre los apa­re­jos de los barcos de carga?

      —Hará lo que sea ne­ce­sa­r­io para cas­ti­gar­me. Y tú eres mi her­ma­na. —Augie in­ten­tó cam­b­iar el rumbo de la con­ver­sa­ción.

      —No lo sabe. Ni lo sabrá —dijo ella—. Dis­pon­go de esa ven­ta­ja.

      ¿No se habían se­pa­ra­do con ese de­sa­fío? ¿No debía uno en­con­trar al otro? Y ahora…, ella sabía cómo en­con­trar­lo. El placer la re­co­rrió. El tr­iun­fo. Algo pe­li­gro­sa­men­te cer­ca­no al re­go­ci­jo.

      —¿Y si Bestia te hace daño?

      —No lo hará. —Eso lo sabía. Podría bur­lar­se de ella, ten­tar­la, po­ner­la a prueba. Pero no le haría daño.

      Augie con­sin­tió in­va­di­do de alivio. Por su­p­ues­to que se sentía ali­v­ia­do. Ella estaba a punto de arre­glar el de­sas­tre que él había pro­vo­ca­do. Como siem­pre.

      —Está bien —exhaló él.

      —Augie… —Su her­ma­no le­van­tó la mirada y ella se detuvo con el co­ra­zón pal­pi­tan­do—. Si hago esto… —La sos­pe­cha cruzó la cara de Augie, pero no dijo nada—. … Si salvo tu pe­lle­jo, en­ton­ces harás algo por mí.

      —¿Qué es lo que qu­ie­res? СКАЧАТЬ