Lady Hattie y la Bestia. Sarah MacLean
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Читать онлайн книгу Lady Hattie y la Bestia - Sarah MacLean страница 23

Название: Lady Hattie y la Bestia

Автор: Sarah MacLean

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Los bastardos Bareknuckle

isbn: 9788412316704

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СКАЧАТЬ del doctor había sido be­ne­fi­c­io­sa, eco­nó­mi­ca­men­te ha­blan­do, dado que habían aho­rra­do mucho dinero gra­c­ias a sus ha­bi­li­da­des desde que llegó a la co­lo­n­ia. Y ese día podría salvar a otro de sus hom­bres.

      Whit se volvió hacia Jamie. Lo ob­ser­vó en el si­len­c­io de la tarde.

      —En­v­ia­ré a al­g­u­ien a bus­car­te cuando des­p­ier­te —dijo el doctor—. En el mismo ins­tan­te en que se des­p­ier­te.

      —¿Y si no lo hace?

      Una pausa.

      —En­ton­ces en­v­ia­ré a al­g­u­ien a bus­car­te cuando no lo haga.

      Whit gruñó, la lógica le dijo que no había nada que hacer. Que el des­ti­no ac­t­ua­ría y que aquel chico vi­vi­ría o mo­ri­ría.

      —Odio este mal­di­to lugar. —Whit no podía que­dar­se quieto más tiempo. Fue hasta el fondo de la ha­bi­ta­ción y lanzó un pu­ñe­ta­zo contra la pared cons­tr­ui­da por los me­jo­res al­ba­ñi­les que el dinero de los bas­tar­dos había podido pagar. Lo lanzó sin va­ci­lar.

      El dolor le atra­ve­só la mano y le subió por el brazo, y lo aceptó. Era un cas­ti­go.

      —¿Estás san­gran­do? —La silla del doctor crujió cuando se volvió hacia él.

      Se miró los nu­di­llos. Había visto cosas peores. Negó con un gru­ñi­do sa­cu­d­ien­do la mano. El doctor asin­tió con la cabeza y volvió a su tra­ba­jo.

      Mejor. No estaba de humor para con­ver­sar, un hecho que se volvió irre­le­van­te cuando la puerta de la ha­bi­ta­ción se abrió y en­tra­ron su her­ma­no y su cuñada y, detrás de ellos, Annika, la bri­llan­te lu­gar­te­n­ien­te no­r­ue­ga de los Bas­tar­dos, que podía hacer de­sa­pa­re­cer una bodega llena de con­tra­ban­do a plena luz del día, como si de una he­chi­ce­ra se tra­ta­se.

      —Hemos venido tan pronto como nos en­te­ra­mos. —Diablo fue di­rec­to a la cama y miró a Jamie—. ¡Joder! —Le­van­tó la cabeza, la ci­ca­triz de más de quince cen­tí­me­tros de largo que le re­co­rría la me­ji­lla de­re­cha apa­re­cía blanca por la ira.

      —Es­ta­mos bus­can­do a tu her­ma­na —dijo Nik mien­tras se movía al otro lado de la cama; su mano se posó sua­ve­men­te en la del chico—. Estará aquí pronto, Jamie—. Le su­su­rró, a sa­b­ien­das de que no podía oírla. Algo se re­tor­ció en el pecho de Whit; Nik amaba a los hom­bres y mu­je­res que tra­ba­ja­ban para ellos como si fuera dé­ca­das mayor, aunque apenas tenía vein­ti­trés años; a ellos y a sus hijos.

      «Y no había podido man­te­ner­los a salvo».

      —¿Y la bala? —Diablo se aclaró la gar­gan­ta.

      —En el cos­ta­do. Lo atra­ve­só lim­p­ia­men­te —res­pon­dió el doctor.

      —Casi lo tenía. Le clavé un cu­chi­llo —añadió—. Di en el blanco.

      —Bien. Espero que le cor­ta­ses las pe­lo­tas —dijo Diablo gol­pe­an­do en el suelo su bastón de punta pla­te­a­da dos veces, señal de las ganas que tenía de de­sen­v­ai­nar la mal­di­ta espada que lle­va­ba dentro y atra­ve­sar a al­g­u­ien.

      —Espera —dijo la cuñada de Whit, Fe­li­city, acer­cán­do­se a él y obli­gán­do­lo a mi­rar­la—. ¿Casi lo tenías?

      —Al­g­u­ien me noqueó antes de que pu­d­ie­ra ter­mi­nar la tarea. —La ver­güen­za lo re­co­rrió e hizo que se son­ro­ja­ra.

      Nik su­su­rró una mal­di­ción mien­tras Fe­li­city tomaba las manos de Whit en las suyas, apre­tán­do­las con fuerza.

      —¿Estás bien? —Luego se di­ri­gió al médico—. ¿Está bien?

      —A mí me parece que sí.

      —Su gran in­te­rés en la Me­di­ci­na nunca deja de im­pre­s­io­nar­me, doctor. —Fe­li­city miró al médico en­tre­ce­rran­do los ojos.

      —Está de pie ante usted, ¿no es así? —El doctor se quitó las gafas y las limpió.

      —Su­pon­go que sí —sus­pi­ró ella.

      —Pues en­ton­ces… —con­clu­yó, sa­l­ien­do de la ha­bi­ta­ción.

      —Es un hombre re­al­men­te ex­tra­ño. —Fe­li­city se volvió hacia Whit—. ¿Qué ha pasado?

      —¿Y Dinuka? —Whit ignoró la pre­gun­ta y, en su lugar, miró a Nik, que estaba al otro lado de la ha­bi­ta­ción. Whit había en­v­ia­do al joven a por la ca­ba­lle­ría—. ¿Está a salvo?

      —Se libró de un balazo, pero no creo que le dis­pa­ra­ran a dar. Hizo lo que le di­je­ron. Vino co­rr­ien­do a por la ca­ba­lle­ría —con­tes­tó Nik mien­tras asen­tía.

      —Buen chico —dijo Whit—. ¿La carga?

      —Per­di­da antes de que pu­dié­ra­mos ras­tre­ar­la. —Nik sa­cu­dió la cabeza.

      —Junto con mis cu­chi­llos. —Whit se pasó una mano por el pecho, donde echaba de menos la funda de que los acogía.

      —¿Quién fue? —Diablo se volvió hacia él.

      —No puedo estar seguro. —Whit se en­con­tró con los ojos de su her­ma­no.

      —Pero tienes una sos­pe­cha… —co­men­tó Diablo sin dudar.

      —Mis tripas me dicen que es Ewan.

      No usaba su nombre actual, Ewan era ahora Robert, duque de Mar­wick, su medio her­ma­no y el que fuera pro­me­ti­do de Fe­li­city. Había dejado a Diablo al borde de la muerte tres meses antes y luego había de­sa­pa­re­ci­do; lo que había obli­ga­do a Grace a es­con­der­se hasta que lo en­con­tra­ran. Los robos se de­tu­v­ie­ron des­pués de que Ewan de­sa­pa­re­c­ie­ra, pero Whit no podía ig­no­rar la sen­sa­ción de que había re­gre­sa­do. Y quería res­pon­sa­bi­li­zar­lo por lo de Jamie.

      Pero…

      —Ewan no te habría dejado in­cons­c­ien­te —dijo Diablo—. Habría hecho cosas mucho peores.

      —Tiene a dos tipos tra­ba­jan­do para él. Al menos son dos. —Bestia sa­cu­dió la cabeza.

      —¿Quié­nes?

      —Estoy a punto de sa­ber­lo —dijo. Ella se lo diría muy pronto.

      ¿Tiene algo que ver con la joven de Shel­ton Street?

      Whit clavó los ojos en Nik tan pronto como pro­nun­ció aq­ue­llas pa­la­bras.

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