Lady Hattie y la Bestia. Sarah MacLean
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Lady Hattie y la Bestia - Sarah MacLean страница 24

Название: Lady Hattie y la Bestia

Автор: Sarah MacLean

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Los bastardos Bareknuckle

isbn: 9788412316704

isbn:

СКАЧАТЬ no res­pon­dió.

      —Y que en­tras­te —añadió Nik.

      «¡Joder!».

      —¿No tienes nada qué hacer? To­da­vía ges­t­io­na­mos un ne­go­c­io o dos, ¿no? —dijo Whit mi­ran­do a la no­r­ue­ga.

      —Con­se­g­ui­ré la in­for­ma­ción de los mu­cha­chos —re­pli­có Nik, en­co­gién­do­se de hom­bros.

      Whit frun­ció el ceño, fin­g­ien­do no darse cuenta de que ella pasaba la mano por la frente de Jamie y su­su­rra­ba unas pa­la­bras de ánimo al chico antes de des­pe­dir­se.

      —¿Y no­so­tros vamos a tener que con­se­g­uir tam­bién la in­for­ma­ción por medio de los mu­cha­chos? —in­ter­vi­no Fe­li­city tras un largo si­len­c­io.

      —Ya tengo una her­ma­na pre­gun­to­na.

      —Sí, pero como ella no está aquí, debo re­pre­sen­tar­nos a las dos. —Fe­li­city sonrió.

      —Me des­per­té en un ca­rr­ua­je, con una mujer —dijo él, frun­c­ien­do el ceño.

      —Y asumo que no ocu­rrió de la ex­ce­len­te manera que tal es­ce­na­r­io indica. —Diablo arqueó las cejas.

      Había sido el beso más ar­d­ien­te que Whit había re­ci­bi­do, pero eso no lo sabía su her­ma­no.

      —Cuando salí del ca­rr­ua­je…

      —Oímos que te em­pu­ja­ron —pun­t­ua­li­zó Fe­li­city.

      —Fue mutuo —mur­mu­ró en un pe­q­ue­ño gru­ñi­do.

      —Mutuo… —re­pi­tió Fe­li­city—, pero a ti te lan­za­ron desde el ca­rr­ua­je.

      Dios lo li­bra­ra de her­ma­nas en­tro­me­ti­das.

      —Cuando salí del ca­rr­ua­je —in­sis­tió—, se di­ri­gía hacia lo más pro­fun­do del Garden. La seguí.

      —¿Quién es? —pre­gun­tó Diablo.

      Whit se quedó ca­lla­do.

      —¡Dios, Whit!, sabes el nombre de la se­ño­ri­tin­ga, ¿no?

      —Hattie. —Se volvió hacia Fe­li­city.

      Tener una cuñada que una vez fue miem­bro de la aris­to­cra­c­ia estaba muy bien a veces, en par­ti­cu­lar cuando ne­ce­si­ta­ban ave­ri­g­uar el nombre de una noble.

      —¿Sol­te­ro­na?

      No era el primer ad­je­ti­vo que le venía a la mente para des­cri­bir­la.

      —¿Muy alta? ¿Rubia? —Fe­li­city con­ti­nuó pre­s­io­nán­do­lo.

      Asin­tió con la cabeza.

      —¿Vo­lup­t­uo­sa?

      La pre­gun­ta trajo de vuelta el re­c­uer­do de los de­cli­ves y valles de sus curvas. Lanzó un gru­ñi­do de asen­ti­m­ien­to.

      —Vaya. —Fe­li­city se volvió hacia Diablo.

      —Mmm… —dijo Diablo—. Ya vol­ve­re­mos a eso. ¿Sabes quién es la mujer?

      —Hattie es un nombre bas­tan­te común.

      —¿Pero…?

      —Hen­r­iet­ta Sedley es la hija del conde de Che­ad­le. —Miró a Whit y luego a su marido.

      La verdad golpeó a Whit junto con el tr­iun­fan­te placer de la re­ve­la­ción de la iden­ti­dad de Hattie. Che­ad­le se había ganado el título de conde, lo re­ci­bió del propio rey por su no­ble­za en el mar.

      «Crecí en los mue­lles», le había dicho ella cuando trató de asus­tar­la con un len­g­ua­je soez.

      —Es ella.

      —¿Así que Ewan está tra­ba­jan­do con Che­ad­le? —dijo Diablo, sa­cu­d­ien­do la cabeza—. ¿Por qué el conde se pon­dría en nues­tra contra? No tiene sen­ti­do.

      Y no lo había hecho. Andrew Sedley, conde de Che­ad­le, era muy que­ri­do en los mue­lles. Su ne­go­c­io era fuente de tra­ba­jo ho­nes­to y pagaba bien. Los tipos que tra­ba­ja­ban en el Tá­me­sis lo co­no­cí­an como un hombre justo, dis­p­ues­to a con­tra­tar a cual­q­u­ie­ra con un cuerpo capaz y un gancho fuerte, sin im­por­tar el nombre, el lugar de pro­ce­den­c­ia o la for­tu­na.

      Los Bas­tar­dos nunca habían tenido mo­ti­vos para hacer ne­go­c­ios con Sedley, ya que él se de­di­ca­ba en ex­clu­si­va al tras­la­do de mer­can­cí­as, pagaba sus im­p­ues­tos y man­te­nía su ne­go­c­io sa­ne­a­do, lejos de toda sos­pe­cha. Sin armas. Sin drogas. Sin per­so­nas. Las mismas reglas con las que ju­ga­ban ellos, aunque los Bas­tar­dos ju­ga­ban en la mugre: su con­tra­ban­do se es­pe­c­ia­li­za­ba en el al­co­hol y el papel, el cris­tal y las pe­lu­cas y cual­q­u­ier otra cosa gra­va­da más allá de la razón por la Corona. Y no tenían miedo de de­fen­der­se con la fuerza.

      La idea de que Che­ad­le pu­d­ie­ra ha­ber­los ata­ca­do era in­com­pren­si­ble. Pero Che­ad­le y su atre­vi­da hija no es­ta­ban solos.

      —Es cosa del hijo —dijo Whit. August Sedley era, según todos los in­di­c­ios, un im­bé­cil in­do­len­te, pri­va­do de la ética y el res­pe­to que su padre sentía por el tra­ba­jo.

      —Podría ser —dijo Fe­li­city—. Nadie sabe mucho de él. Es en­can­ta­dor pero no muy in­te­li­gen­te.

      Lo que sig­ni­fi­ca­ba que el joven Sedley ca­re­cía del sen­ti­do común ne­ce­sa­r­io para en­ten­der que en­fren­tar­se a los cri­mi­na­les más co­no­ci­dos y que­ri­dos de Covent Garden no era algo que se pu­d­ie­ra hacer a la ligera. Si el her­ma­no de Hattie estaba detrás de los asal­tos, solo podía sig­ni­fi­car una cosa.

      —Ewan tiene al her­ma­no ha­c­ien­do su tra­ba­jo y la her­ma­na pro­te­ge a su fa­mi­l­ia. —Diablo tam­bién lo en­ten­dió así.

      Whit co­no­cía el precio de eso. Gruñó ex­pre­san­do su ac­uer­do.

      —Ella se eq­ui­vo­ca —dijo Diablo, gol­pe­an­do su bastón contra el suelo otra vez y mi­ran­do a Jamie—. Esto se acabó. Nos en­car­ga­re­mos del hijo, del padre y de toda la mal­di­ta fa­mi­l­ia si es ne­ce­sa­r­io. Nos con­du­ci­rán hasta Ewan, y pon­dre­mos fin a eso. —Lle­va­ban dos dé­ca­das lu­chan­do contra Ewan. Es­con­dién­do­se de él. Pro­te­g­ien­do a Grace de él.

      —A Grace no le gus­ta­rá СКАЧАТЬ