Название: El Sacro Imperio Romano Germánico
Автор: Peter H. Wilson
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788412221213
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Tales hechos suscitaron interés renovado por la idea de que el emperador fuera árbitro de este orden nuevo y potencialmente violento, en particular porque la Reforma eliminó al papa como alternativa aceptable y la rápida acumulación de territorios en posesión directa de los Habsburgo proporcionaba al emperador los medios con los que intervenir con efectividad en los asuntos europeos. La oposición francesa, y la incapacidad de Carlos V de desactivar la controversia religiosa cerraron pronto esta posibilidad.97 El poder y las pretensiones españolas a partir de 1558 provocaron fuertes críticas, pues se le acusaba de estar usurpando el tradicional papel imperial mediante la búsqueda de una ilegítima «quinta monarquía». Aunque esta procedía de la tradicional idea de las «cuatro monarquía mundiales», las críticas, en su mayoría francesas y protestantes, eran implícitamente hostiles al imperio, en particular debido a que sus partidarios consideraban a Austria el dócil secundario de España.98 En este momento, imperialismo significaba la subordinación ilegítima de monarquías soberanas y de sus pueblos.
Fue durante esa época cuando el concepto de soberanía asumió su definición moderna gracias a la respuesta de Jean Bodin a las guerras civiles que estallaron en 1562 en su país natal, Francia. Bodin sostenía la idea de la indivisibilidad de la soberanía y que esta no podía compartirse ni entre grupos ni entre individuos, ni en el interior del país ni fuera de él. Este argumento formó el núcleo de la definición moderna de Estado desarrollada mucho tiempo después por Max Weber y otros. La soberanía se convirtió así en el monopolio de autoridad legítima sobre un área claramente demarcada y sus habitantes. El Estado soberano es responsable del orden interno y puede emplear los recursos de su población. Las relaciones exteriores fueron redefinidas con arreglo a la prerrogativa exclusiva del gobierno central. Se reemplazó el concepto anterior de lealtad por la insistencia en el concepto de autoridad. Los vasallos medievales habían sido, en general, libres de actuar de forma independiente siempre y cuando actuasen de buena fe hacia su señor. Pero ahora, tales acciones eran consideradas desobediencia y traición y el servicio mercenario y otras «violencias extraterritoriales» se criminalizaron de manera gradual entre 1520 y 1856 por unos Estados que insistían en su potestad exclusiva para hacer la guerra.99
El imperio como actor internacional
El paso del Estado medieval al Estado soberano moderno coincidió en Europa con la reforma interna del imperio. Una transformación que lo consolidó como una monarquía mixta en la que el emperador compartía el poder con una compleja jerarquía de Estados imperiales.100 La soberanía continuó siendo fragmentaria y compartida, no se concentró en un único gobierno «nacional». Para muchos analistas posteriores, esto era una prueba más del «declive» del imperio. No obstante, los emperadores medievales nunca monopolizaron las atribuciones de hacer la guerra y la paz. Lo que sucedió fue que las reformas imperiales construyeron nuevos métodos colectivos de reparto del poder, que eran la respuesta a los desafíos de la situación internacional y a los nuevos métodos bélicos.101 Estos cambios constitucionales, de forma crucial para la historia posterior del imperio, fueron hechos en un momento en que la estructura del orden europeo general permanecía abierta y el ascenso al trono de Carlos V en 1519 daba nuevas fuerzas a las tradicionales aspiraciones de preeminencia imperial.
Las medidas adoptadas entre 1495 y 1519 distinguían las contiendas contra no cristianos de las contiendas contra otros cristianos. Las primeras hacían referencia a la defensa contra la amenaza otomana, más que a los conflictos coloniales librados en el Nuevo Mundo por los conquistadores y otros. Como ya hemos visto (vid. págs. 148-150) la paz con los musulmanes era considerada imposible, por lo que no era necesaria una declaración formal de guerra. Hacia 1520, los Estados imperiales tan solo podían discutir el nivel de «asistencia contra el turco» (Türkenhilfe), no el derecho del emperador a exigirla. Por el contrario, los conflictos con cristianos se gestionaban como asuntos más judiciales que militares, pues se suponía que el emperador debía permanecer en paz con los demás monarcas. El emperador no podía exigir ayuda, aunque a partir de 1495 la obligación de consultar al Reichstag antes de hacer la guerra en nombre del imperio quedó limitada a tratar la cuestión solo con los electores. Además, al igual que sus homólogos medievales, seguía siendo libre de guerrear con sus propios recursos.102
Como actor colectivo, el imperio abordaba la guerra contra sus vecinos cristianos del mismo modo que las rupturas de su «paz pública» interna, declarada en 1495. En lugar de escalar el conflicto por medio de la obligación de movilizar fuerzas, la ley imperial buscaba minimizar la violencia, pues prohibía a los Estados imperiales asistir a aquellos que perturbasen la paz. El emperador, por medio de los nuevos tribunales supremos del imperio, podía emitir «mandatos de intercesores» que calificaban de «enemigos del imperio» (Reichsfeinde) a los que infligieran la ley. Aunque los Estados imperiales debían ayudar a restaurar la paz, este sistema descartaba de forma explícita la movilización para la guerra ofensiva. Es más, recurría a usos medievales consolidados, pues requería una acción gradual que hiciera primero advertencias públicas de que debía desistir antes de poder utilizar la fuerza. Este proceso se ha confundido a menudo con dejación de funciones y, en determinadas circunstancias, hace difícil distinguir cómo y de qué modo el imperio pasaba de la paz a la guerra.
En 1544, el Reichstag de Espira declaró a Francia enemiga del imperio, pero este acto excepcional se debió a la alianza de aquellos con los otomanos y no volvió a repetirse.103 El emperador continuó utilizando mandatos de intercesores contra sus enemigos cristianos, entre ellos los de la Guerra de los Treinta Años y en los conflictos contra Luis XIV a partir de 1672. La declaración de «guerra imperial» (Reichskrieg) contra Francia del 11 de febrero de 1689 supuso una innovación significativa. Ya en 1688, el imperio se había movilizado para repeler la invasión gala del Palatinado, pero, al recurrir al precedente de 1544, la declaración de guerra imperial buscaba situar a Francia al mismo nivel que los otomanos. Esta práctica se repitió en 1702, 1733, 1793 y 1799 y, en cada caso, previa movilización por medio de mandatos de intercesores y otros mecanismos constitucionales más descentralizados.
Para los Habsburgo, la «guerra imperial» formal era una herramienta útil para hacer que los Estados imperiales apoyasen sus objetivos. Por otra parte, su poderoso carácter de símbolo de acción colectiva en aras de la «conservación, seguridad y bienestar» del imperio, contrasta marcadamente con la búsqueda de gloire personal ejemplificada por la belicosidad de Luis XIV.104 La acción militar también era colectiva. En lugar de crear un único ejército permanente, el imperio reclutaba en caso de necesidad fuerzas a partir de las tropas proporcionadas por los Estados imperiales. De esta manera, la ley imperial sancionó la militarización de los principados del imperio y dio así a sus gobernantes un interés marcado en la preservación de la estructura constitucional como base legal de su poderío militar.
Por otra parte, la autoridad de reclutar tropas y obtener impuestos de sus súbditos también permitía a los príncipes ser actores individuales en la nueva política europea. Siempre había otros monarcas que necesitaban tropas y estaban a menudo dispuestos a pagar СКАЧАТЬ