Название: El Sacro Imperio Romano Germánico
Автор: Peter H. Wilson
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788412221213
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Los reyes carolingios se dedicaban a coordinar tales actividades desde antes del año 800. Entre 780 y 820 hubo una serie de sínodos eclesiásticos que aumentaron los incentivos para el patronazgo seglar mediante reglamentos escritos (capitulares) que mejoraban la disciplina monástica. Monjes y monjas fueron diferenciados por sus votos y por sus vidas estrictamente reguladas, que los distinguían de los cánones y canonesas seculares que vivían en comunidad y ejercían de gestores políticos y económicos de los bienes eclesiásticos. Mientras el primer grupo rezaba por los benefactores, el segundo proporcionaba ocupaciones adecuadas para los hijos e hijas de la nobleza.14
Los sínodos garantizaron que el clero dispusiera de herramientas para su labor. Los inventarios de los siglos VIII y IX muestran que la mayoría de las iglesias del imperio disponían de, al menos, un libro religioso. Un notable logro en una época en la que no existía la imprenta.15 El mensaje cristiano también se transmitía por medio de métodos no escritos: pinturas murales, esculturas, sermones y la escenificación de misterios. Los objetivos siguieron siendo realistas. Los obispos debían garantizar la uniformidad de la liturgia y asegurar que el clero menor predicase los domingos y días de guardar, visitase a los enfermos y oficiase bautismos y funerales. Los ritos funerarios son un importante indicativo de conversión, pues desplazaron a las antiguas costumbres de sepultar a los guerreros con caballos y armas. Por otra parte, los días de los santos no se convirtieron en elementos fijos del calendario hasta el siglo XII y no fue hasta 1215 cuando se hizo obligatorio confesarse por lo menos una vez al año. En el ámbito local, siguió habiendo considerable tolerancia de las prácticas paganas y heterodoxia, todo lo cual facilitó la asimilación.
Los misioneros
La cristianización no fue igual en todo el imperio. En Borgoña y en Italia la Iglesia había disfrutado del apoyo de las élites locales ya desde la Antigüedad tardía, algo que no ocurrió en Gran Bretaña, donde, hacia finales del siglo VI, la cristiandad se había extinguido casi por completo y tuvieron que reintroducirla misioneros. Es más, la mayor parte de Alemania había escapado tanto a la romanización como a la cristianización. Hasta la rápida conquista de Carlomagno de Alamania, Baviera y Sajonia en torno al año 800, la influencia franca permaneció limitada al eje Rin-Meno. En la mayor parte de lo que acabó por convertirse en el reino de Alemania, conquista y cristianización fueron de la mano, por lo que la estructura eclesiástica tuvo que construirse desde cero. La nueva Iglesia germana era a un tiempo una estructura «nacional» (esto es, general) y local, que debía su configuración a la iniciativa regia, pero su carácter específico a los nobles y a los misioneros sobre el terreno.
Los reyes francos enviaron misioneros a Frisia, en la costa del mar del Norte a partir de la década de 690 y alrededor de 718 enviaron misioneros a predicar a los paganos sajones.16 El más famoso de estos misioneros, san Bonifacio, derribó el roble sagrado de Geismar, en Turingia, para demostrar la impotencia de los dioses paganos. A esto le siguieron, entre 775 y 777, importantes avances. Cerca de 70 curas y diáconos viajaron al noroeste de Alemania, entre ellos Willehado, que se convirtió en 787 en el primer obispo de Alemania septentrional.17 Luidger era un misionero eminente, pero bastante corriente. Anglosajón cristiano de tercera generación, se había formado en Utrecht y en York, donde se embebió de la cultura intelectual y cosmopolita de un periodo sin claras fronteras políticas o nacionales. En 787 comenzó a predicar entre los frisios y en 793 desplazó su base a Mimigernaford, un importante vado y cruce de caminos, en el que estableció un monasterium, cuyo nombre, Münster, le dio nombre al asentamiento que se formó poco a poco a su alrededor.18
Al igual que el derribo del roble sagrado a manos de Bonifacio, las victorias militares también buscaban demostrar que Dios solo favorecía a los cristianos. Aceptar la religión del conquistador era una poderosa señal de sumisión, de ahí la importancia que se dio al bautismo de Viduquindo, caudillo de los sajones, en 785. La cultura guerrera germana proporcionaba elementos comunes que facilitaban la asimilación. La élite sajona abrazó el cristianismo en menos de dos generaciones. Ya en 845, Liudolfo, conde de Sajonia, viajó en compañía de su esposa Oda a Roma para obtener reliquias y la aprobación papal para un convento en Gandersheim. Cinco años más tarde, Walberto, nieto de Viduquindo, viajó en busca de reliquias romanas para su monasterio de Wildeshausen.19
Tanto la cristianización como la expansión imperial fueron ralentizadas por las guerras civiles carolingias, que coincidieron con la intensificación, entre mediados y finales del siglo IX, de las incursiones de vikingos, árabes y magiares. La estabilización de las fronteras septentrionales y orientales, a partir de la década de 930, permitió la reactivación de ambas. El rey y sus consejeros eclesiásticos elegían monjes para enviarlos a Roma a ganarse el apoyo papal y conseguir reliquias. Estos monjes eran, a su vez, enviados a crear nuevas iglesias y a convertir paganos.20 Con el tiempo, dichas iglesias se asentaron sobre bases más sólidas mediante la incorporación de diócesis nuevas u otras ya existentes. La misión del abad Hadomir de Fulda en 947 constituye un notable ejemplo de esto: revivió la misión de principal centro evangelizador para Escandinavia y el Báltico del arzobispado de Hamburgo-Bremen de Willehado.
Una vez partían los misioneros hacia las tierras salvajes del norte y del este, el emperador rara vez podía ayudarlos. Los enviados a Dinamarca fueron expulsados en la década de 820 y no fue hasta la conversión de Harald Dienteazul, a mediados del siglo X, cuando la evangelización pudo progresar. La cooperación de las élites locales era indispensable, pues la conversión implicaba la aceptación de la soberanía imperial y el pago de diezmos. El caudillo bohemio Venceslao (el futuro san Venceslao) educado en la fe cristiana, aceptó la jurisdicción imperial pero fue asesinado por orden de su hermano en 929. Bohemia fue obligada a aceptar el dominio imperial en 950, mas la resistencia al cristianismo persistió hasta bien entrado el siglo XI. De todos modos, la conversión de buena parte de sus élites fue un factor importante para la expansión del cristianismo y la influencia imperial sobre los eslavos del este del Elba, polacos y magiares. El misionero Vojtěch (Adalberto), martirizado por los prusianos en 997, era miembro de la familia real bohemia.
A pesar de su impresionante actividad, la cristianización otónida descansaba sobre cimientos poco seguros, pues contaba con escasas iglesias y un dominio muy tenue de la mayor parte de las poblaciones bálticas y del este del Elba. Su vulnerabilidad fue revelada por el gran alzamiento eslavo de julio de 983, es probable que desencadenado por la catastrófica derrota de Otón II a manos de los árabes en Controne el año anterior. Castillos e iglesias fueron barridos y tan solo quedaron, como última avanzada, los sorbos a medio evangelizar de la región de Meissen. Los restantes obispados del este del Elba solo siguieron existiendo sobre el papel. Hasta el siglo XII, los obispos de Brandeburgo y Havelberg no pudieron visitar sus diócesis.21
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