Название: El Sacro Imperio Romano Germánico
Автор: Peter H. Wilson
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788412221213
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Hasta entrado el siglo XI, los confines meridionales del imperio abarcaban Italia, Roma incluida. La ausencia de una frontera religiosa en el oeste fue una de la causas de la falta de una demarcación clara entre el imperio y el territorio que se convirtió en Francia, mientras que las diferencias con los paganos escandinavos, eslavos y magiares del norte y el este eran más acusadas. El imperio quedaba separado de su homólogo cristiano de Bizancio por una extensa franja de pueblos paganos que se extendía por el sudeste de Europa, un factor que permitía a ambos imperios ignorarse mutuamente. Por tanto, aunque el imperio estaba situado en el corazón geográfico de lo que ahora se considera Europa, en la época se hallaba en el confín noroeste de la cristiandad latina y proporcionó los medios para que la fe penetrase en esas regiones.
En los mitos originales de sus habitantes ya existía una primera diferenciación este-oeste. Los francos se consideraban descendientes de Jafet, hijo de Noé, y creían que los eslavos procedían de Cam, otro de los hijos de Noé.2 Los eslavos adoraban dioses de los bosques y del cielo y practicaban la bigamia, la cremación y otras costumbres completamente ajenas a las de los cristianos, tales como excavar sus casas en el suelo en lugar de edificar casas de troncos como las de los francos. Los eslavos sentían escasa afinidad por las prácticas cristianas y consideraban los diezmos un tributo a un Dios indeseable y foráneo. Incluso aquellos dispuestos a abrazar el cristianismo chocaban con considerables barreras culturales. En la cultura eslava los límites entre pasado y presente eran más fluidos que entre los cristianos, acostumbrados a la cronología lineal de la Biblia; de ahí que a los eslavos les chocase la negativa de los curas cristianos a bautizar a sus antepasados.3
La cristianización ayudó a consolidar la autoridad imperial y facilitó su expansión al norte y al este, más allá del Elba. No obstante, y al contrario que los otomanos musulmanes, que no fueron mayoría en su propio imperio hasta finales del siglo XIX, la población del imperio siempre fue, en su inmensa mayoría, cristiana, con tan solo una pequeña minoría judía: la población incluía unos pocos eslavos paganos en las ambiguas zonas fronterizas del nordeste, pero en torno al siglo XIII estos habían sido cristianizados en su mayor parte.4
La cristianización no fue un «choque de civilizaciones».5 Este enfoque, popular pero controvertido, define civilización sobre todo con arreglo a la religión y considera que las culturas son entidades mutuamente excluyentes, que tan solo pueden chocar o dialogar entre ellas. La expansión imperial fue legitimada con un lenguaje que las civilizaciones posteriores consideraron que era el de la civilización imponiéndose a la barbarie. Es cierto que los textos y leyes religiosas distinguían a los cristianos de eslavos, judíos y musulmanes, pero cada cultura ofrece un repertorio de conductas, experiencias y actitudes que permite a cada individuo elegir lo que es significativo o útil en su propio contexto. La interacción depende de las circunstancias. Los límites son difuminados por actos de negociación, intercambio e integración; el contacto rara vez es exclusivamente benigno o exclusivamente violento. A lo largo de este periodo el cristianismo experimentó cambios considerables en su práctica y en sus creencias. Lo que en un momento era considerado aceptable, podía condenarse más tarde. La noción de una cristiandad plenamente definida solo adquirió su condición de civilización exclusiva y singular durante el momento de nostalgia romántica que siguió a las revoluciones francesa e industrial.6
Motivos
Es improbable que Carlomagno y los francos tratasen de crear un populus Christianus unificado de forma premeditada.7 Esta idea procede sobre todo de clérigos que buscaban dar lustre propio a los actos de los carolingios. La sociedad carolingia estaba organizada para la guerra, no para la oración; su objetivo era obtener riqueza por medio del saqueo y de la imposición de tributo y hacer realidad sus aspiraciones de autoridad por medio de prestigio, reputación y dominación.8 Para canalizar tales ambiciones, el cristianismo identificó a los no cristianos como objetivos «legítimos». Es más, la fundación del imperio coincidió con el resurgir en Europa occidental del tráfico de esclavos, que había menguado tras la desaparición de la antigua Roma y con la formación de una población de siervos rurales para trabajar la tierra. Con el ascenso de los árabes regresó la demanda de esclavos, gracias a su pujante economía y a su paso de un ejército tribal a uno de esclavos.9 Los vikingos cubrieron esta nueva demanda con la toma de cautivos en el norte y oeste de Europa para venderlos en el Mediterráneo. Las campañas más allá del Elba de carolingios y otónidas proporcionaron una segunda fuente de suministro. La palabra «esclavo» proviene de eslavo; fue durante este periodo cuando comenzó a reemplazar al término latino servus.10 Por su parte, tanto sajones como eslavos lanzaban incursiones en busca de mujeres. Tales prácticas cesaron únicamente con el crecimiento generalizado de la población y con la asimilación al imperio de las áreas al este del Elba hacia 1200.
Existían otras razones para que los laicos acudieran a la llamada del clero para predicar la Palabra. Toda la élite del imperio era cristiana y compartía su inquietud por la salvación y la creencia de que Dios intervenía en los asuntos terrenales. El concepto de penitencia resultaba muy atractivo para una élite guerrera que se dedicaba a la matanza, que se regía por una ley consuetudinaria germánica que exigía reparaciones para las víctimas y animaba a legar espléndidas donaciones de bienes materiales a la Iglesia. La aparición de las indulgencias, a finales del siglo XI, permitió a los guerreros obtener la absolución de sus pecados si servían en las cruzadas. La creencia en que las oraciones e intercesiones del vivo beneficiaban el alma del donante mucho antes de su muerte suponía un incentivo adicional para las donaciones. Estas creencias, a su vez, animaban a los seglares a velar por la disciplina monástica y por la buena gestión de la Iglesia, dado que «una comunidad de monjes negligentes y descuidados era una pobre inversión».11
Las donaciones dejaban la riqueza fuera del alcance de los rivales y se la confiaba a una institución transpersonal encabezada por Cristo. El clero gozaba de considerable prestigio social gracias a su proximidad a Dios y a su papel de transmisores de la cultura escrita. La Iglesia ofrecía una carrera atractiva y segura a los miembros de la élite que no encajasen en el mundo secular, ya fuera porque había un excedente de segundones o de hijas solteras, o por una desgracia. Hermann el Cojo probablemente padecía parálisis cerebral. Al ser incapaz de entrenarse para la guerra como sus hermanos, fue enviado a la abadía de Reichenau, donde pudo desplegar sus prodigiosos talentos literarios y musicales.12 Las instituciones eclesiásticas también eran lugares seguros donde confinar a rivales y parientes descarriados.
Objetivos espirituales
De ese modo, el cristianismo avanzó impulsado por СКАЧАТЬ