Secta. Stefan Malmström
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Название: Secta

Автор: Stefan Malmström

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Off Versátil

isbn: 9788412272536

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СКАЧАТЬ a Peter, cues­t­io­nar lo que decía, y el salón en­mu­de­ció tras el reto de Piddle. Stefan bajó el vo­lu­men de la música. A Jenny le in­te­re­sa­ba mucho saber cómo sal­dría parado Peter de todo aq­ue­llo, aunque no creía que Piddle tu­v­ie­ra nin­gu­na opor­tu­ni­dad. Todo el mundo estaba pen­d­ien­te de Peter, que miró a Piddle con aten­ción y sonrió.

      —¿Por qué de­be­ría ha­cer­lo? No ne­ce­si­to de­mos­trar­te nada. Esta ha­bi­li­dad no debe usarse para jugar, sino para cosas más im­por­tan­tes.

      Piddle miró a su al­re­de­dor, a la docena de chicos y chicas que se habían con­gre­ga­do allí. Le­van­tó las manos.

      —Pero aquí hay unas cuan­tas per­so­nas, creo, que puede que duden de que tú, tu alma o como qu­ie­ras lla­mar­lo pueda aban­do­nar tu cuerpo. Quizás duden in­clu­so de la exis­ten­c­ia del alma. Esta es tu opor­tu­ni­dad para con­ven­cer­nos. Venga, Peter, ve y com­prué­ba­lo. Luego yo lla­ma­ré a mi madre y ve­re­mos si tienes razón.

      Peter se echó para atrás y se aco­mo­dó en el sofá de piel marrón, se acercó la taza a la boca y le dio un sorbo a su té antes de con­tes­tar.

      —Así que no crees que ten­ga­mos alma. ¿Pien­sas que sim­ple­men­te somos trozos de carne que sa­tis­fa­cen sus ne­ce­si­da­des pri­ma­r­ias du­ran­te unos cuan­tos años y luego nos en­t­ie­rran y nos con­ver­ti­mos en polvo?

      Dejó la taza en la mesa y muchos son­r­ie­ron. Jenny ya había oído esos ar­gu­men­tos antes. Le gus­ta­ban.

      Piddle no se rindió.

      —No cam­b­ies de tema, Peter. Ve ahora para que po­da­mos com­pro­bar­lo. Si ac­ier­tas la ropa que lleva mi madre, te pro­me­to que me ins­cri­bi­ré en la igle­s­ia y em­pe­za­ré a tra­ba­jar mañana mismo —dijo Piddle mien­tras le­van­ta­ba la mano como si es­tu­v­ie­ra ha­c­ien­do un ju­ra­men­to.

      Los se­g­ui­do­res de­vo­tos de la cien­c­io­lo­gía fir­ma­ban un con­tra­to me­d­ian­te el que se com­pro­me­tí­an a tra­ba­jar para la igle­s­ia las tardes y los fines de semana du­ran­te dos años y medio. A cambio, tenían acceso a de­ter­mi­na­das te­ra­p­ias y cursos gratis.

      —No te es­f­uer­ces. —Peter le­van­tó un poco la voz—. No voy a ha­cer­lo. No ju­ga­mos con estas cosas, ya te lo he dicho.

      Jenny empezó a dudar. Aq­ue­llo era un poco ex­tra­ño. En re­a­li­dad, Peter tenía una opor­tu­ni­dad per­fec­ta para hacer callar a Piddle de una vez por todas y con­ven­cer a qu­ie­nes to­da­vía mos­tra­ban re­ti­cen­c­ias. ¿Por qué no lo hacía? Peter estaba a punto de ter­mi­nar aquel debate en una po­si­ción su­bor­di­na­da muy poco na­tu­ral: Jenny nunca lo había visto perder una dis­cu­sión. Y seguro que ella no era la única que estaba pen­san­do eso. La duda se coló en su in­te­r­ior. ¿Era po­si­ble que en re­a­li­dad Peter no pu­d­ie­ra aban­do­nar su cuerpo?

      —Su­pon­go que com­pren­des que eso no suena es­pe­c­ial­men­te cre­í­ble —con­ti­nuó Piddle—. Ase­gu­ras que has al­can­za­do un de­ter­mi­na­do estado, ¿cómo lo has lla­ma­do?

      —TO. Thetán ope­ran­te. El tercer nivel.

      —Exacto. Eso sig­ni­fi­ca que puedes aban­do­nar tu cuerpo, lo que te per­mi­te hacer cier­tas cosas. ¿O so­la­men­te puedes mirar? ¿Puedes o no hacer otras cosas?

      Piddle rio por lo bajo.

      —¡Qué in­te­li­gen­te era Hub­bard! ¿Qué chaval de diez años no ha soñado con ser in­vi­si­ble para de­di­car­se a ha­cer­les tras­ta­das a los demás? Hub­bard robó ideas del bu­dis­mo y del hin­d­uis­mo para crear su propia pócima, y luego la for­mu­ló de manera que pa­re­c­ie­ra cien­tí­fi­ca. Se in­ven­tó unos cuan­tos ejer­ci­c­ios y dijo: «¡Voilà, una nueva re­li­gión!». Su ob­je­ti­vo era con­ver­tir­se en un Su­per­man in­vi­si­ble que lucha contra el mal. Y con el tiempo, su cuenta ban­ca­r­ia fue cre­c­ien­do más y más. Porque Hub­bard era un es­cri­tor de cien­c­ia-fic­ción fra­ca­sa­do. Es­cri­bía tan mal que no con­se­guía ga­nar­se la vida con la li­te­ra­tu­ra. Por eso, en lugar de seguir es­cri­b­ien­do, de­ci­dió fundar una re­li­gión. Es la mejor manera de ha­cer­se rico. Él mismo lo dijo.

      Jenny pensó que se notaba que Piddle había venido pre­pa­ra­do. La his­to­r­ia sobre Hub­bard y el dinero no era nueva para ella. Pero sabía que Peter tenía buenas res­p­ues­tas en la re­cá­ma­ra. Es­cu­char aq­ue­lla dis­cu­sión era como mirar un com­ba­te de boxeo.

      Peter se in­cli­nó sobre la mesa, sacó un ci­ga­rri­llo del pa­q­ue­te y lo en­cen­dió con calma. Ahora tenía a Piddle en su te­rre­no, y Jenny lo sabía. Ya había sido tes­ti­go de esa misma po­lé­mi­ca en otras oca­s­io­nes.

      —L. Ron Hub­bard es­cri­bió cua­ren­ta libros sobre cien­c­io­lo­gía. Tam­bién nos dejó un vo­lu­men de die­ci­s­ie­te mil se­te­c­ien­tas pá­gi­nas sobre téc­ni­cas y pro­ce­sos te­ra­péu­ti­cos, y un vo­lu­men adi­c­io­nal de once mil ocho­c­ien­tas pá­gi­nas sobre cómo di­ri­gir una or­ga­ni­za­ción de cien­c­io­lo­gía. Im­par­tió más de cinco mil con­fe­ren­c­ias y tra­ba­jó más horas que un reloj du­ran­te tr­ein­ta años. ¿De verdad crees que una per­so­na que solo qui­s­ie­ra ha­cer­se rica in­ver­ti­ría tanto tiempo en un ne­go­c­io? ¡Ni si­q­u­ie­ra tuvo tiempo de dis­fru­tar del dinero, por el amor de Dios! Habría sido mucho más fácil vender el pro­duc­to de cual­q­u­ier otro.

      —Lo que tú digas —con­tes­tó Piddle—. Está claro que crees que es un genio, y ya veo que no eres el único que lo piensa. Pero yo solo quiero una prueba. Dame una evi­den­c­ia de que puedes aban­do­nar tu cuerpo y te se­g­ui­ré en cuerpo y alma.

      —Hay mu­chí­si­mas evi­den­c­ias —res­pon­dió Peter—. El Ins­ti­tu­to de In­ves­ti­ga­ción de Stan­ford, en Ca­li­for­n­ia, ha ana­li­za­do al­gu­nas ha­bi­li­da­des de los TO que pueden aban­do­nar su cuerpo. Un tipo, Ingo Swann, les de­mos­tró que era capaz de ver lo que ocu­rría en otros lu­ga­res, y dejó a los cien­tí­fi­cos com­ple­ta­men­te per­ple­jos. Las evi­den­c­ias se su­ce­den ex­pe­ri­men­to tras ex­pe­ri­men­to. El go­b­ier­no de Es­ta­dos Unidos está in­vir­t­ien­do mi­llo­nes de dó­la­res en in­ves­ti­ga­ción porque cree que los rusos nos llevan la de­lan­te­ra. Los the­ta­nes ope­ran­tes de Rusia han de­sa­rro­lla­do mé­to­dos para mo­di­fi­car bombas ató­mi­cas y mí­si­les a una gran dis­tan­c­ia.

      —Quiero ver los in­for­mes СКАЧАТЬ