Название: Las disciplinas de un hombre piadoso
Автор: Kent Hughes
Издательство: Bookwire
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9781646911127
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La muerte
La razón por la cual el puñetazo duele tanto, es porque constituye un llamado directo a amar con la disposición a sacrificarse, aun hasta la muerte. Reconociendo esto, Mike Mason, autor del libro clásico The Mystery of Marriage [El misterio de la unión conyugal], dice irónicamente que el amor conyugal es como la muerte: nos reclama en su totalidad. Estoy de acuerdo. Si uno no lo entiende así, entonces no sabe lo que es verdaderamente el amor conyugal. El amor marital lo reclama todo. Mason asemeja después al amor conyugal con un tiburón: “¿Y quién no se ha asustado, casi hasta morir, al ver a oscura sombra del amor deslizándose veloz y descomunal, como un tiburón interestelar, como una montaña inundada, a través de las aguas más profundas de nuestro ser, a través de profundidades que nunca antes supimos que teníamos?”1
El tener conciencia de lo que implica este llamado puede asustar al comienzo, pero es también algo hermoso, porque el hombre que se somete a un amor tal experimentará la gracia de la muerte al yo egoísta. El matrimonio es un llamado a morir, y el hombre que no muere por su esposa está muy lejos de conocer el amor al cual se le ha llamado. Los votos matrimoniales cristianos son el comienzo de una práctica de muerte vitalicia, de dar no sólo lo que uno tiene, sino además todo lo que uno es.
¿Es esto un terrible llamado al patíbulo? ¡De ninguna manera! No es más terrible que morir al yo personal y seguir a Cristo. En realidad, los que mueren tiernamente a sí mismos por amor a su esposa son los que experimentarán más gozo, se sentirán más satisfechos con su matrimonio y experimentarán una mayor dosis de amor. El llamado de Cristo al esposo cristiano no es un llamado a que se convierta en un “aguantalotodo”, sino a morir. Como veremos más adelante, esto puede significar la muerte a nuestros derechos, a nuestro tiempo, a los placeres a que tenemos derecho, pero todas son muertes liberadoras. Esto es algo viril de verdad, muy masculino, porque se necesita ser todo un hombre para estar dispuesto a morir.
El sufrimiento
Cuando Cristo se dio a sí mismo por nosotros, no sólo murió sino que también sufrió.Y su sufrimiento no fue sólo el de la cruz, sino que fue y es un sufrimiento que surge de su identificación con su esposa, la Iglesia. Esta es la razón por la cual Pablo, que perseguía fanáticamente a la Iglesia, oyó repentinamente clamar a Jesús: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9:4). Cristo sufre por su esposa, y los esposos deben también sufrir por su esposa.
Cuando usted decide uncir su vida a otra vida, es candidato a un viaje frenético con enormes altibajos. De la misma manera que cuando uno ama realmente a Dios experimentará dificultades que no entiende un corazón que no ha aprendido a amar, igual ocurrirá en el matrimonio. Usted compartirá las injusticias, las crueldades y las decepciones que le dará su esposa. También experimentará sus malos ratos, su inseguridad y su desesperación. Claro que también experimentará una serie de placeres más allá del alcance de los que no han aprendido a amar. Transitará a través de algunos valles oscuros, ¡pero también se remontará a las estrellas!
La intercesión
La noche que Cristo se dio a sí mismo por nosotros, Juan 17 dice que oró en este orden: por sí mismo, por sus doce discípulos y por nosotros los que habríamos de creer después. Cuando terminó de orar por su futura esposa, fue a la cruz. Luego vinieron su muerte, su resurrección, su ascensión y su entronización a la diestra del Padre, donde constantemente intercede por nosotros. Por eso entendemos que el darnos a nosotros mismos por nuestra esposa implica la intercesión devota a su favor. ¿Ora usted por su esposa con algo más que “Señor, bendice a Margarita en todo lo que hace”? Si no lo hace, está pecando contra ella y contra Dios. La mayor parte de los hombres cristianos que dicen amar a su esposa jamás ofrecen más que un reconocimiento superficial a las necesidades de ella al dirigirse a Dios. Usted debe tener una lista de las necesidades no expresadas o manifiestas de su esposa para presentarlas vehemente a Dios, por amor a ella. ¡Orar por su mujer es la obligación conyugal de todo esposo cristiano!
El mandamiento llano y liso es: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). Tenemos el llamamiento divino de morir por nuestra esposa, llevar sus sufrimientos como si fueran nuestros e interceder por ella.
EL AMOR SANTIFICADOR
El matrimonio que está bajo el señorío de Jesucristo es una relación mutuamente santificadora que nos mueve hacia la santidad. La mayoría de nosotros, cuando nos casamos, somos como una casa con numerosos muebles, muchos de los cuales deben ser retirados para hacerle sitio a la nueva persona. El matrimonio ayuda a vaciar esas habitaciones. El verdadero amor conyugal revela habitaciones llenas de egoísmo, y cuando uno vacía esas habitaciones encuentra otras de egocentrismo. Más allá de éstas, al seguir con la limpieza de la casa, están las habitaciones de la autosuficiencia y de la testarudez. El matrimonio hizo realmente eso en mi favor: ¡Yo no tenía idea de lo egocéntrico que era hasta que me casé! George Gilder, en su muy comentado libro Men and Marriage [Los hombres y el matrimonio], incluso sostiene que el matrimonio es la única institución que domestica el arraigado salvajismo del hombre.2 Con el paso de los años, un buen matrimonio puede hacernos mejor, volviéndonos casi irreconocibles. Hay, en realidad, una santificación recíproca en el matrimonio.
Pero el énfasis de las Escrituras está en la responsabilidad que tiene el esposo de amar a su esposa: “para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviera mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa y sin mancha” (vv. 26,27). Eso es lo que Cristo hará mediante nuestro divino connubio con Él, ya que a su regreso la Iglesia lavada y regenerada le será presentada en absoluta perfección. Esta será la reafirmación del más grande romance de todos los tiempos.
Mientras tanto, estas divinas nupcias son una parábola de lo que tiene que ser el efecto excelso del amante esposo sobre su esposa. El esposo tiene que ser un hombre amante de la Palabra de Dios, que lleva una vida de santidad, orando y sacrificando en favor de su esposa. Su auténtica espiritualidad estará dirigida a alentarla interiormente y hacia arriba, hacia la imagen de Cristo. El hombre que santifica a su esposa entiende que esta es su responsabilidad por decreto divino.
Olvidando por el momento la responsabilidad espiritual de nuestra esposa para con nosotros, ¿se da cuenta de que es su responsabilidad procurar la santificación de su esposa? Aun más, hablando sinceramente, ¿acepta que así sea? El matrimonio revelará algo en cuanto a su mujer que usted ya sabe: que su esposa es pecadora. El matrimonio lo revela todo: sus debilidades, sus peores inconsecuencias, las cosas que los demás nunca ven. Amar a nuestra esposa no es amarla porque es santa sino porque es pecadora. “Si la amamos por su santidad, no la amamos en absoluto”, 3 dice Mason. Usted debe ver a su esposa como se ve a usted mismo, y la amará como se ama a usted mismo. Usted se dará cuenta de sus necesidades mutuas, y hurgará en la Palabra de Dios para oír de corazón y tratar, por su gracia, de obedecerla a fin de que su esposa se vea estimulada por su vida, convirtiéndose así en una esposa aun más hermosa para Cristo.
Esto hace surgir algunas preguntas serias: ¿Se asemeja mi esposa más a Cristo por estar casada conmigo? ¿O es ella como Cristo, a pesar de mí mismo?¿Ha disminuido su semejanza a Cristo por mi causa? ¿La santifico o le sirvo de tropiezo? ¿Es ella una mejor mujer por estar casada conmigo? ¿Es una mejor amiga? ¿Es una mejor madre?
El llamado es claro: nuestro amor debe ser un amor santificador.
EL AMOR A UNO MISMO
La mitología griega cuenta la historia de un hermoso joven que no se había enamorado de nadie, hasta el día que vio su propio rostro reflejado en el agua y se СКАЧАТЬ